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- CRAP
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- Episodio
2:
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- LITTLE
PRINCE STATION
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- ¡Abrí, carajo!!!
- Trash volvió a aporrerar la
puerta del galpón con el puño, su ceño
fruncido y el brillo en sus ojos anunciando
tormenta si la puerta seguía cerrada. Desde
adentro brotaba clara y vibrante la melodía de
un violín que se resistía a interrumpirse a
pesar de las perentorias demandas desde afuera.
Trash retrocedió dos pasos, miró la puerta
encajando las mandíbulas como si se tratara de
su peor enemigo, respiró hondo y descargó
contra ella una violenta patada. La puerta cedió
con un crujido, rebotó contra la pared del lado
de adentro, algunas astillas salieron despedidas
al saltar la cerradura; Trash se inmovilizó en
el vano sin siquiera pestañear. La melodía
continuó como si nada, tensa y vibrante.
- Si no dejas de tocar te
quedás sin violín siseó ella, los puños
cerrados y apretados contra sus piernas.
- Run y Boss salieron en ese momento
de la casa por la cocina, listos para su carrera
matutina por el cercano Parque de la Paz.
- El violín se
silenció y una figura oscura salió de las
sombras del galpón hacia la claridad que entraba
por la puerta rota. Se irguió por encima de
Trash con actitud amenazante. La chica alzó la
cabeza para enfrentarlo sin inmutarse. Run hizo
un gesto a Boss; ambos se detuvieron a mitad del
jardín y giraron hacia el galpón.
- La
próxima vez que me interrumpas...
Liberá
el tendedero.
Los ojos de
Slash se abrieron mucho por el asombro, después
se cerraron y una risotada llenó el galpón.
¡Andá
a cagar, querés! exclamó, dándole la
espalda y volviendo a hundirse en las sombras.
Si lo
tengo que hacer yo te quedás sin ropa.
¿Por
qué no te buscás un amiguito a ver si se te
pasa el malhumor?
Run
retrocedió, acercándose sin que los otros dos
lo advirtieran. Slash tocó un par de notas como
buscando dónde había quedado su melodía, Trash
quiso dar un paso dentro del galpón, pero una
mano firme en su hombro la detuvo. Giró hacia
Run con los ojos fulgurantes pero él ni siquiera
la miraba, los ojos vueltos hacia donde el
violín volvía a sonar desde las sombras.
Slash,
tu ropa dijo solamente.
Bajó la vista
hacia la chica, sostuvo su mirada por un momento,
regresó junto a Boss sin agregar más. Cuando
alcanzaban el jardín delantero escucharon el
portazo de Trash al entrar a la cocina. El
violín calló. Run salió con Boss a la calle
sin mirar atrás, aunque meneó brevemente la
cabeza al empezar a trotar. Recorrieron varias
cuadras en silencio, acercándose al límite del
barrio.
A Boss lo
asombraba el contraste tan marcado que hallaba
cada mañana con sólo cruzar una calle. Ningún
cartel, ningún indicador, nada. Una frontera
invisible. Al otro lado la ciudad era la ciudad,
con sus ruidos y su ritmo vertiginoso; edificios
bajos aún, pero las veredas y las calles
transitadas, comercios, voces más fuertes,
ningún rastro de verde salvo algunas macetas
colgando en algunos balcones. Con sólo mirar por
sobre su hombro estaba la sombra parda de los
árboles abrigando el silencio de las calles casi
desiertas, de las casas tan silenciosas, de los
vecinos invisibles. La misma inercia de un paso
que provoca el siguiente los hundió en la
ciudad.
¿Siempre se llevaron así? preguntó al
rato.
Trash y Slash
parecían todo el tiempo a punto de matarse
mutuamente por el motivo más trivial, y a veces
la atmósfera en la casa se hacía difícil de
respirar. Run volvió a menear la cabeza.
Es por
Kao.
Boss sólo
asintió. Kao, el muchacho al que él había
reemplazado, que llevaba ya más de un mes en
coma, sólo esperando que alguien se dignara a
desconectar los aparatos que lo mantenían con
vida. Trash y Slash lo visitaban casi
diariamente, aunque nunca juntos. Run también
iba al sanatorio, a veces con Trash, a veces
solo, pero no con la asiduidad de los otros dos.
Si no lo
entienden pronto, un día vamos a tener
problemas.
¿Entender?
Que
ninguno de los dos tiene la culpa de lo que
pasó.
Boss miró de
reojo a Run. Trotaba muy erguido, regulando con
facilidad la respiración para hablar sin
agitarse, los ojos verdes fijos al frente,
entornados en el sol aún bajo que se colaba
entre los edificios. Su expresión era la de
siempre, con esa mesura que, Boss ahora lo
sabía, era algo así como su médula, su pilar.
Su voz tranquila no había dejado traslucir nada
más allá del estricto significado de sus
palabras.
Llegaron al
Parque, corrieron a su alrededor tres veces, se
internaron en un sendero poco transitado a esa
hora, frecuentado por parejas apenas bajaba el
sol. Se dejaron caer sentados sobre el césped
resoplando. A veces el Parque parecía tener más
de un kilómetro de lado. Boss se desplomó de
espaldas mientras Run tomaba agua de su tubo.
¿A qué
hora, hoy? murmuró Boss cuando recuperó
un poco el aliento.
Temprano
a la tarde.
Mala
hora, mucha gente.
Sip. Por
eso la eligen.
Run giró para
alcanzarle el tubo de agua y al hacerlo vio al
hombre que leía tendido sobre el pasto al sol,
treinta metros más allá. Vestido con jeans y
camisa, una brizna de pasto entre los labios, el
flequillo oscuro caía con indolencia sobre la
frente ancha y ocultaba los ojos. Boss advirtió
que todo el cuerpo de Run estaba en tensión y
siguió la dirección de su mirada, sin hallar
ninguna explicación comprensible a la vista.
Run,
¿qué...?
Pero Run no lo
escuchaba. Se incorporó con lentitud y avanzó
casi con cautela hacia el otro hombre, que no se
dio por aludido de su proximidad hasta que lo
tuvo a su lado. Run observó el semblante
agradable y distendido mientras se acercaba, la
boca de labios tan delgados siempre con tendencia
a la sonrisa. Se sintió envuelto en un remolino
de tiempo que pareció borrar cuanto lo rodeaba
al detenerse junto a él, cubriéndolo con su
sombra.
¿León...? su voz no fue más que un
susurro.
-
- *
* *
- El capitán del
equipo de fútbol giró para enfrentar al
muchacho delgado y muy rubio, que había cruzado
todo el campo de deportes corriendo y ahora se
había detenido jadeante tras él, tocándole el
brazo para detenerlo, incapaz de articular su
nombre. El capitán sonrió al verlo tan agitado,
las manos apoyadas en las rodillas, todo doblado
hacia adelante tratando de recuperar el aliento.
- ¿Qué
pasa? su voz era grave y suave al mismo
tiempo, con una inflexión afectuosa hacia el
chico menor, que se irguió aún resoplando.
- ¿Es
verdad...? jadeó. Capitán, ¿es
verdad que... que voy a...?
¿A
estar en el próximo intercolegial?
completó el otro por él. Sí, es
cierto.
Los ojos claros
del chico se abrieron mucho por el asombro, toda
su cara reflejando que esas tres palalabras eran
para él como un pasaje sin escalas al mejor
paraíso jamás soñado. ¡Jugaría en el equipo
mayor del colegio! ¡Jugaría al lado de la
persona que más admirara durante esos tres años
de secundaria! ¡Y no era un sueño! ¡Él, el
capitán, se lo estaba diciendo!
Pero...
pero yo... Joel... ¿Joel no puede jugar?
El capitán del
equipo le sonrió afectuosamente y cabeceó en
dirección a los vestuarios. Echaron a andar
juntos, el mayor mirando hacia adelante aún
sonriendo, el menor mirándolo de reojo con
admiración e incredulidad.
Joel no
está en condiciones de jugar porque se olvidó
cómo recuperar una pelota sin falta dijo
el mayor con toda su suavidad y su
autoridad. Por eso te quiero a vos en ese
puesto. ¿Algún problema con hacerlo?
¡No,
no! ¡Al contrario! ¡Es que yo...! la voz
del chico rubio se perdió en un murmullo y bajó
la vista sonrojándose. No le podía decir que
había soñado con ese momento desde la primera
vez que lo viera jugar, que había entrado al
grupo de fútbol sólo para estar un poco más
cerca de él, tal vez con la esperanza de
tratarlo personalmente algún día... Ese día
había llegado un año atrás, cuando el capitán
del equipo intercolegial tomara a su cargo el
entrenamiento del equipo menor. Y desde entoces,
él se había esforzado más y más con la
secreta esperanza de ser admitido en el equipo de
competencias externas antes de que el capitán
egresara, para poder vestir su misma camiseta al
menos una vez.
Entraron al
vestuario vacío. Todos los demás ya se habían
ido hacía rato, y sólo las cosas de ellos
seguían colgadas de los percheros y sobre el
banco largo contra la pared. El muchacho más
grande empezó a desvestirse de inmediato, aunque
sin prisa. El chico permaneció a un costado, la
vista baja, cohibido. La risa cálida y amistosa
del otro lo hizo alzar la cabeza.
Si
querés jugar el sábado, tenés que cuidarte.
Duchate antes de enfriarte.
Sí,
capitán murmuró el chico, pero no se
movió.
El otro
terminó de desvestirse, se acercó volviendo a
reír por lo bajo y se inclinó hacia él,
tomándole el mentón con una mano para hacer que
lo enfrentera.
¿Te da
vergüenza que te vea desnudo? preguntó en
voz baja, mirándolo de lleno con sus enormes
ojos negros, tan brillantes. Rió brevemente una
vez más y se apartó de él.
-
- *
* *
- El hombre alzó
la vista de su libro entornando los ojos, incapaz
de distinguir las facciones de la cara que tenía
sobre él a contraluz. Run se acuclilló a su
lado sonriendo con incredulidad.
- León...
sos vos...
¿Quién...? el hombre se sentó casi de un
salto, su cara quedó muy cerca de la de Run, que
asintió sonriendo de costado ante su
asombro. ¡Rosschild!
Desde donde
estaba, Boss los vio abrazarse estrechamente,
palmearse las espaldas antes de separarse.
Esto es
lo que llamo un buen encuentro León
palmeó el pasto junto a él. Vení,
sentate y contame desde cuándo estás acá y
qué hiciste de tu vida.
Run obedeció
sin vacilar, aunque permaneció en silencio,
sólo mirándolo sonriente. León asintió
divertido.
Siempre
fuiste malo para romper el hielo, ¿eh?. Yo
llegué hace seis meses a probar suerte y... en
fin, encontré un buen negocio y un buen socio, y
me quedé. Hoy me espera un día movido, así que
decidí salir a airearme antes de enfrentarlo.
¿Suficiente para soltar tu lengua?
Run rió por lo
bajo moviendo la cabeza.
Me
parece mentira tenerte acá delante mío. Te
busqué cuando te fuiste. Te busqué por más de
un año... cabeceó en dirección a Boss,
que dormitaba al sol sin prestarles
atención. Ahora estoy con un amigo, León,
y ya me tengo que ir. Pero esta vez no te voy a
dejar escapar tan fácil. Dame tu tarjeta. Me
gustaría que cenáramos una noche de éstas y
charláramos tranquilos.
León abrió su
billetera sonriendo con ironía.
¿Me
estás pidiendo una cita, Rosschild?
Run guardó la
tarjeta devolviéndole la sonrisa intencionada.
Sí,
quiero conocer tu casa y a tu pareja. Creo que me
debés al menos eso.
León sacudió
la cabeza con una carcajada.
Como
quieras, llamame en unos días y arreglamos para
la semana que viene. Podés traer a alguien, si
querés. Las cenas de a tres no son mis favoritas
lo miró de soslayo, volvió a reír.
¡Rosschild! ¿Nunca una amiga siquiera?
Run se paró
tolerando la burla con otra sonrisa, sin
responder. Buscó sus ojos por última vez, un
breve destello iluminando su cara.
Te llamo
en tres días. Y aunque este número no exista,
te voy a volver a encontrar.
León sostuvo
su mirada sin inmutarse.
Nunca te
esquivé, Rosschild. Creí que lo sabías. Espero
tu llamada.
-
- *
* *
- Un ramo de
rosas rojas. Adornado con hojas de helecho y unas
diminutas flores blancas. Un gran moño del mismo
color que las rosas. Una tarjeta blanca en
blanco. Trash contemplaba el ramo sobre sus
piernas mientras el taxi se las componía para
esquivar a un colectivo. Todavía se preguntaba
qué la había impulsado a comprarlas. El
cumpleaños de Kao, por supuesto. Las había
comprado para él. Pero por qué flores. Por qué
rosas. Por qué rojas. Y por qué la tarjeta si
no había nada para escribir en ella...
- El taxi cruzó
el estacionamiento del sanatorio hacia la entrada
lateral. Trash reconoció la camioneta negra
estacionada junto a la salida del playón de
cemento. Así que había venido, también. Así
que por eso Slash se había encerrado a tocar su
dichoso violín tan temprano y después había
salido sin avisar, antes de que Run y Boss
volvieran. Él también recordaba la fecha.
Prefirió
terminar el cigarrillo antes de entrar, de alguna
forma esperando que Slash saliera antes. No
quería encontrárselo arriba, en la habitación
de Kao. No quería volver a estar frente a él
con Kao inconsciente de por medio. Una vez era
más que suficiente.
Ahora
estarás contenta. Hiciste lo que quisiste. Les
dije que se mantuvieran juntos.
Trash cerró
los ojos y aplastó el cigarrillo con la misma
rabia impotente de esa noche.
¿No
tenías a los tres tipos en el monitor? ¿Por
qué mierda no nos avisaste? ¡No somos adivinos!
Casi derribó a
un enfermero al cruzar la puerta. Lo esquivó sin
siquiera mirarlo, la mano muy apretada alrededor
del ramo de flores. Algunas espinas perforaron el
papel. Al sentir los pinchazos sólo pudo apretar
más fuerte. Slash no había bajado todavía
cuando ella llegó al piso quince. El corredor
estaba tan desierto como siempre. Los empleados
de esa sección debían ser todos fantasmas. Lo
recorrió con la impresión de que sus pisadas
resonaban en todo el edificio. Pero no era así.
Un sonido apenas audible la alcanzó un paso
antes de detenerse frente a la puerta de Kao. El
rumor breve, ahogado, se transformó en un
escalofrío que bajó por su espalda. La puerta
estaba entornada, y Trash vio la sombra que se
proyectaba contra la pared casi hasta el marco.
Slash. Parado junto a la cama, las manos apoyadas
en ella, la cabeza caída hacia adelante entre
los hombros, que se agitaron un poco acompañando
otro rumor muy quedo.
Trash pegó la
espalda a la pared para evitar que advirtiera su
presencia. Pero el papel del ramo crujió cuando
lo apretó inconscientemente. Encajó las
mandíbulas maldiciéndolo. Escuchó otro rumor,
ahora de ropas, cuatro pasos rápidos y firmes.
La puerta se abrió de par en par. Slash llevaba
puestos sus anteojos de sol, pero el cristal
oscuro no detuvo la fulgurante mirada que le
dirigió al salir. Se alejó hacia el ascensor a
largos trancos, esperó a que la puerta
automática se cerrara entre ellos sin dejar de
darle la espalda. Trash ahogó un suspiro bajando
la cabeza y entró.
Besó a Kao en
la frente con gesto casual, como si el muchacho
pudiera responder a su saludo; puso las flores en
agua y las acomodó sobre la mesa de noche, vio
el libro junto al teléfono. Vaciló antes de
levantarlo. Una edición de bolsillo. Tapa blanda
y blanca. El niño rubio con su abrigo largo azul
y rojo y su espada. Lo dejó donde lo encontrara
como si le hubiera quemado la mano, ya arañada
por las espinas. Se sentó al lado de Kao donde
solía, junto a la cabecera de espaldas a la
ventana. El mismo lugar donde acababa de estar
parado Slash. Tomó la mano casi fría, pálida,
inerte.
Feliz
cumpleaños, Kao susurró con los ojos
cerrados, luchando por tragar el nudo que le
cerraba la garganta. Sabés... él no
rompió a propósito tu poster cuando pintamos tu
pieza... Si fue el primero en llamarte
Principito...
-
- *
* *
- A veces costaba
acostumbrarse. La convivencia podía resultar un
poco... complicada. Y no había ningún atenuante
a mano. Sólo el tiempo. Dejarlo pasar, aprender
a vivir de esa forma y con esa gente...
Cuchillada, Basura, Huída. Los últimos nombres
que uno elegiría para la gente con la que debía
convivir y trabajar... de lo que trabajaban...
- En el vagón
siguiente, apoyada de espaldas contra un
respaldo, podía ver a Trash. Una figura que se
bamboleaba a la par de las agarraderas que
colgaban sobre su cabeza, los ojos fríos fijos
al frente, mirando sin ver. Boss podía adivinar
la respiración de Slash en su oído. Ahora
susurraba información para Run, tres vagones
más adelante. El subte se detuvo en una
estación. Dos policías pasaron a su lado,
recorriendo la formación desde atrás con ojos
atentos. Se abrían las puertas. Bajaron varios
adolescentes con carpetas, y a juzgar por su ropa
y por la hora acababan de escaparse del colegio.
Dos oficinistas de traje subieron y se acomodaron
en el pasillo a pocos pasos de él. Boss murmuró
las novedades al cuello levantado de su campera,
donde había escondido el micrófono. La única
respuesta que obtuvo fue una risita burlona de
Slash.
Qué.
Todavía
hablás como cana.
Boss prefirió
callarse. No era momento de discutir con la
solapa de cuero. Miró de nuevo hacia adelante,
encontrando los ojos de Trash fijos en él.
Dominó su incomodidad, se obligó a no bajar la
vista a pesar de que no deseaba otra cosa que
mirar hacia cualquier lado donde no tuviera que
verla. Ella lo miró un momento más y volvió a
fijar los ojos al frente, más allá del vagón
de Boss.
Había momentos
en los que era capaz de buscar cualquier pretexto
con tal de no tener que hablar o enfrentar a
Trash. La chica podía ponerlo realmente nervioso
con esa eterna expresión hostil, esa voz reacia
que disparaba monosílabos por respuesta y esos
ojos que parecían cuchillos de hielo. Por suerte
ya había logrado acostumbrarse a su completa
falta de recato, sobre todo a la mañana, cuando
se la encontraba en el corredor yendo o viniendo
del baño, siempre en direcciones opuestas; ella
con su enorme buzo de dormir por única ropa y un
toallón al hombro, él invariablemente en
calzoncillos y remera. Aunque siempre había
mañanas en las que costaba un poco verla como a
"uno más", y en esos momentos Boss se
preguntaba si Slash y Run alguna vez habrían
notado lo lindas que eran sus piernas o lo
atractiva y hasta bonita que sería su cara si se
equivocara y sonriera. Como fuera, una sola
mirada de Trash alejaba incluso los deseos de
fantasear con ella. Lo cual terminaba siendo por
demás útil para facilitar la convivencia.
Tres vagones
más adelante, Run vio pasar a los policías y
los ignoró con la misma expresión de
aburrimiento ciego que adoptara desde que
subieran al subte dos estaciones atrás. Mala
cosa, esos policías ahí en ese momento. Pero
resultaba comprensible con la cantidad de pungas
que trabajaban en los subtes a esa hora. Sólo
esperaba que no trajeran problemas, según su
infalible instinto para convertirse en estorbos
cuando debían ser útiles. Mala cosa, tanto
riesgo por tan poco. Desde que voltearan la casa
de García, se habían visto forzados a dejar en
paz a los corredores de juegos clandestinos, para
los que el contador había trabajado hasta
encontrarse con el cuchillo de Run. Y ellos ahora
tenían que dejar que se aquietaran las aguas de
nuevo. Los peces gordos no se podían voltear uno
tras otro sin tirarse encima a todos los que
quedaban vivos. Y mientras tanto, Rover había
decidido que lo mejor que podían hacer era
dedicarse a interceptar correos de drogas
blandas. Eso significaba actuar muchas veces a
plena luz y en lugares públicos, como ahora,
siguiendo minoristas que apenas si sacaban para
los cigarrillos por su trabajo. El anteúltimo
eslabón antes de que la droga llegara a la
calle. Una pulga a lomos de un sanbernardo, que
apenas se daba cuenta si le faltaba o le sobraba
alguna. Pero algo era algo y además no podían
quedarse de brazos cruzados. Rover había
asegurado que el objetivo de ese día podía
resultar algún intermediario situado un poco
más arriba en la cadena distribución. Por eso
tenían que actuar a pesar de la hora, del lugar,
de los miles de ojos desprevenidos. Y ellos no
habían teniido más alternativa que aceptar. Al
fin y al cabo eran simples empleados.
Tras su
máscara aburrida los ojos verdes se animaron por
un instante, volviendo a opacarse de inmediato.
León había tenido razón: un buen encuentro.
Casi diez años después y por la más pura
casualidad. Pero se habían vuelto a encontrar y
eso era lo que importaba. Tal vez ahora, con
tanto tiempo de por medio, pudieran hablar de lo
que había pasado. Tal vez León le explicara por
qué había desaparecido de un día para el otro
sin dejar ningún rastro y nunca más había
vuelto a contactar a ningún miembro del equipo
que había dirigido durante tres años. Ni
siquiera a él...
-
- *
* *
- El subte se
detuvo en otra estación. Uno de los oficinistas
parados frente a Boss, el que se preocupaba por
mantener bien visible una espantosa corbata
multicolor, se despidió del otro y bajó. Boss
lo vio recorrer el andén y subir a la escalera
mecánica hacia la calle. La puerta que
comunicaba con el vagón de adelante se abrió y
entró un vendedor ambulante, detrás volvían
los policías. El vendedor era un tipo
avejentado, no podía tener más de cuarenta
aunque aparentaba diez años más. Camisa a
cuadros raída en las costuras, jeans desteñidos
de tanto fregarlos, mocasines casi sin suela ya.
Todo en él gritaba la furiosa erosión de una
vida en la calle, corriendo cada centavo,
contando cada moneda para un tinto en el bar de
la esquina, maldiciendo cada noche su forma de
vida. Vendía agendas, que empezó a repartir
entre los pasajeros antes de pararse delante de
la puerta del fondo, enfrentando al vagón, para
que una voz rasposa y maltratada como el resto de
su persona empezara con su cantilena de la oferta
imperdible. Boss intercambió una mirada con
Trash, confirmando que había escuchado las dos
palabras de Slash. Así que el vendedor... Notó
que uno de los policías lo observaba, desvió la
vista hacia las luces del túnel, flechas
borrosas que dejaban su estela en la retina. Los
policías cruzaron hacia el vagón de Trash, el
último de la formación. El oficinista frente a
Boss aceptó la agenda. Los policías volvieron a
pasar hacia adelante.
- Mierda
gruñó Slash. Se ponen pesados.
Boss enfrentó
a los policías con aire estudiadamente casual.
Vio de reojo que el oficinista guardaba la agenda
en su maletín. El vendedor lo miró un momento
más antes de entregar otra agenda a una chica de
cara infantil y pelo largo, demasiado rubio en
las puntas, demasiado oscuro en las raíces. ¿Cuándo
le pagó el de traje?, se preguntó. Ese
tipo usa agenda electrónica, lo que menos
necesita es un cuaderno manoseado.
La
próxima es Little Prince, la anteúltima. Más
nos vale que esto se mueva.
Boss
volvió a ver en su mente el enorme mural del
personaje de Saint-Exupêry en el andén al que
estaban por llegar. Se preguntó si habría sido
idea suya o la voz de Slash había vacilado
apenas al nombrar la estación. El oficinista se
dirigió a la puerta junto a la que él estaba
apoyado. Susurró dos palabras al micrófono.
Entonces una mirada de Trash lo obligó a girar
como al descuido. Ahí estaban los dos policías
de nuevo, parados junto a la puerta. Mierda, fue
cuanto pudo pensar al verlos. Trash ya no lo
miraba. Ella tenía que encargarse del vendedor y
estaba avisada del oficinista, igual que Run.
Pero la cuestión iban a ser esos dos estúpidos
de azul. Boss sabía que no podía matarlos. Eso
era declarar abiertamente la guerra y no podían
darse semejante lujo.
Se dejó cercar
por los que se amontonaban ante las puertas,
ocultando casi todo su cuerpo de los ojos de los
policías. Así pudo trabajar bajo su campera.
Cargó la 9 mm con paralizante, que no debía dar
en ningún punto vital de los policías, porque
de hacerlo sería lo mismo que tirarles con
plomo. Después preparó su pequeña calibre 22
en el bolsillo. Fingió tratar de zafar de los
apretones a tiempo para ver llegar a Run al
vagón vecino. Él sería quien seguiría al
oficinista, Trash al vendedor, a Boss le tocaban
los policías.
Por si
querés saludarlos había sido el bocadillo
de Slash, bastante más mordaz que de costumbre
esa tarde.
El subte ya se
detenía en la estación, la cabeza ovalada y
rubia en el mural se levantaba sobre las muchas
otras que se apretaban en el andén, dejando
visible sólo los hombros del abrigo azul y rojo.
Boss advirtió con extrañeza que el vendedor
también se disponía a bajar, y que los
policías tenían los mismos planes. La opinión
de Slash cuando se lo dijo fue un poco más
procaz y extensa de lo necesario.
Boss bajó
atrás de los policías con las dos armas ya
amartilladas en los bolsillos. Vio a Run bajar
del otro vagón y ubicarse entre la gente dos
pasos detrás del oficinista, y que los policías
parecían apurarse para acercarse a ellos, que se
dirigían a la escalera mecánica más alejada.
¡¿Qué
carajo hacés, Trash?!
Boss miró
fugazmente hacia el subte, que todavía estaba
inmóvil en el andén, vomitando y tragando gente
entre el característico vaho tibio y acre de las
vías. En lugar de bajar y seguir al vendedor,
Trash se cruzó de vagón hacia donde él había
estado. No se dignó a contestar la furiosa
pregunta de Slash. Pero Boss se desentendió por
completo de ella cuando vio que los policías se
adelantaban para situarse casi a la par de Run,
uno a cada lado y las manos en sus cinturas,
listos para sacar sus armas. Maldijo a los
policías, maldijo la cantidad de gente que
atestaba esa estación a toda hora, le dio una
palabra de alerta a Run sacando las dos pistolas
de los bolsillos.
En el mismo
momento en que las dos reglamentarias apuntaban a
la espalda de Run, Boss les disparó a los
policías, que cayeron como bolsas llenas de
piedras. El andén se llenó de gritos, el
oficinista corrió agachado hacia la salida al
escuchar los disparos, pero Run lo derribó de un
salto. La 9 mm que le apoyó en la cabeza hacía
innecesaria cualquier amenaza verbal.
¡Boss,
el vendedor!
La voz
metálica de Trash lo hizo girar ahí mismo sobre
sus talones. El tipo pasó corriendo a su lado
con una mano dentro del bolso lleno de agendas,
sacó un arma antes de arrojarlo a las vías y
empezó a disparar hacia atrás. La gente que no
se había tirado al piso antes lo hizo ahora,
mientras Boss corría tras el vendedor y se
protegía tras una columna. Varios azulejos
sucios estallaron a la altura de su cabeza. El
tipo estaba tirando a matar. Boss no vaciló.
Salió de atrás de la columna y le disparó a
las piernas, sabiendo que con la 22 sólo podía
aspirar a inmovilizarlo. Una bala silbó muy
cerca de su cabeza al mismo tiempo, desde atrás,
y el vendedor cayó con un gemido ronco. Boss se
volvió para encontrar a Run de pie, el
oficinista todavía hecho un ovillo tembloroso
entre sus piernas, y el brazo extendido con la 9
mm.
Éste
está limpio lo escuchó decir entonces por
el auricular, su voz tranquila y controlada como
siempre, mientras se apartaba del oficinista que
lo miraba espantado.
Las puertas del
subte resoplaron tratando de cerrarse. Mucha
gente que acababa de bajar había saltado dentro
de los vagones con el tiroteo. Boss comprendió
de golpe lo que Trash seguramente había
adivinado antes.
¡La
mina! exclamó, corriendo hacia la puerta
más cercana.
Alcanzó a
deslizarse dentro del vagón cuando el subte
empezaba a moverse. Había subido bastante
adelante. ¿Dónde mierda estaba Trash? Vio
fugazmente a Run que subía a los saltos la
escalera mecánica hacia la calle. Corrió hacia
los vagones posteriores cargando la 9 mm, la
gente abriéndole paso apenas veían el arma.
Escuchó dos disparos en el momento que llegaba a
la puerta del vagón en el que había viajado
hasta ahí. ¡Trash! La gente corría en
dirección opuesta, se escuchaban algunos gritos
y llantos histéricos. Slash la llamó al mismo
tiempo que él, sin obtener respuesta. Abrió la
puerta respirando a grandes bocanadas y se quedó
inmóvil en el breve puente de metal que se
movía sobre el fuelle. Trash todavía empuñaba
su 365 apuntada hacia abajo, la otra mano
apretándose el brazo derecho por encima del
codo, desde donde la sangre resbalaba sobre la
manga de cuero. En su cara no había la menor
huella de dolor físico. Sus fríos ojos celestes
permanecían fijos en la chica caída a sus pies,
con la agenda abierta al lado y varias bolsas
llenas de alcaloides que empezaban a enrojecerse.
-
- Sayaki - 3/2k
-
- ^^ Una vez más, invaluable
la ayuda de mi hermano Kuroi. Para que se den una
idea: toda la escena del subte (el kid de la
question, digo del episodio) es suya! GRACIAS,
BRO!!!
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