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CRAP
 
Episodio 4:
SÓLO UNA LÍNEA
 
La puerta se abrió sin ruido, apenas lo suficiente para que una sombra se deslizara dentro del dormitorio. Incapaz de conciliar un sueño profundo, la boca dolorida y entumecida, Boss abrió los ojos apenas percibió la intrusión. Reconoció al instante la silueta menuda, la remera ancha colgando sobre los muslos, los movimientos sigilosos. Permaneció muy quieto, preguntándose qué podía estar haciendo Trash ahí y qué le convenía hacer. 
La chica se detuvo junto a la cama y se agachó, su cabeza a escasos centímetros de la de él. Boss optó por hacerse el dormido, conteniendo su sobresalto cuando sintió la mano sobre la suya, apartando el repasador con el hielo. Otra mano resbaló como un soplo por su mejilla, un aliento cálido sobre su cara. 
— No quise lastimarte... —susurró Trash, inclinada sobre él, tan cerca que sus labios le rozaban la cara al moverse—. Perdoname, yo... 
Incapaz de contenerse más, Boss ladeó la cara buscando con ansiedad su boca, desentendiéndose del dolor de su propia boca cuando la encontró en las sombras del dormitorio, esperando ser apartado con violencia de un momento a otro. 
Pero eso no sucedió. Por increíble que resultara Trash le sujetó la cara con ambas manos, enredó los dedos en su pelo, respirando entrecortadamente al responder a su beso. Los brazos de Boss rodearon su espalda y la estrecha cintura, la levantó sin dificultad, la tendió sobre su cuerpo y la apretó contra él. El mismo cuerpo que sólo unas horas antes vislumbrara al abrir bruscamente la mampara para ver si estaba bien. Delgado, firme, la cabeza echada hacia atrás, los mechones rojizos resbalando en el agua que caía sobre los ojos cerrados y corría después por el cuello arqueado y entre los pequeños senos. Se olvidó de todo, del dolor, de los dos al otro lado del pasillo, de lo inconveniente que aquello podía resultar para el grupo como tal. Sólo podía ser consciente de su deseo, del calor del cuerpo de Trash contra el suyo dejándose recorrer con suspiros ahogados, de los dedos crispados entre su pelo, del rastro húmedo de la boca de la chica en su cuello. La hizo tenderse a su lado, se estiró sobre ella sin dejar de besarla, las manos de los dos moviéndose frenéticamente mientras la respiración se aceleraba. 

Algo duro y frío contra su ojo lo devolvió a la realidad. Giró y se sentó en la cama con un solo movimiento, tan rápido que lo mareó, tirando al suelo el hielo que acababa de aplastarle el párpado. Miró en derredor todavía agitado. Nada. Nadie. Se dejó caer de espaldas sobre el colchón y encontró a tientas el hielo, aunque ahora se lo llevó a la frente, no a la boca. Mierda. La única palabra que su mente formó con claridad, una y otra vez mientras trataba de serenarse. Mierdamierdamierda. El último sueño que hubiera querido tener. Mierdamierdamierdamierdamierda
 
* * *
Yerba casera. Así le decían los pibes del barrio a lo que habían fumado esa noche. Marihuana cultivada en algún jardincito escondido, secada con métodos domésticos. No era rica, pero era más barata. El humo quemaba la garganta al tragarlo y de inmediato uno sentía lo que los pibes llamaban riendo "la nube". La sensación por completo abstracta de un punto en medio de la propia cabeza que se inflaba y expandía hacia las paredes del cráneo, tragándolo todo a su paso. Cuando la nube "se estabilizaba" todo estaba mucho mejor, y uno ya se podía relajar y charlar con los amigos como correspondía, apagando el ardor de la garganta con unos buenos tragos de tinto. La cuestión solía ser la vuelta a casa. Había que acostumbrarse a esa yerba casera y al regusto que dejaba en la boca. Había que acostumbrarse más que nada al dolor de cabeza que quedaba cuando la nube se iba. Para eso nada mejor que volver en colectivo, con la ventanilla bien abierta y el viento frío en la cara, media hora que se hacía eterna hasta llegar cerca del Parque de la Paz, y desde ahí caminar sin apuro las quince cuadras hasta casa. Total, si alguien la llegaba a joder y la navaja no alcanzaba, una bala de 22 en una pierna dejaría al inoportuno sin ganas de seguirla. 

Cruzó el jardín hacia la puerta de la cocina, se sentó como siempre en el peldaño a fumarse el último cigarrillo y masticar un chicle de menta. Boss y Slash todavía no habían vuelto, pero había luz en el dormitorio de Run. A pesar de que era una noche bastante fresca, la ventana de su compañero estaba un poco abierta, la cortina escapándose hacia afuera y flotando blanda en el viento de la madrugada. Podía escuchar la música que salía con la cortina. Una balada lenta, romanticona. Trash sonrió de costado. Run podía dar la imagen que quisiera, pero ella sabía que en el fondo era un tierno. Seguramente ésa sería la clase de canción que él elegiría en el momento de quedarse solo con una chica... lo cual por lo poco que sabía de cómo usaba Run su tiempo libre, hacía rato que no pasaba... Fue entonces que le pareció escucharlo hablar en voz muy baja, casi un susurro. No pudo resistir la tentación. Sabía que si Run la descubría espiándolo jamás volvería a confiar en ella, pero lo que quedaba de nube se reía en su cabeza de ese riesgo. Se agachó junto a la ventana cuidándose bien de no hacer ruido. En ese momento una sombra se proyectó sobre el pasto en el recuadro de luz que dibujaba la ventana. Imposible equivocarse. Era la sombra de dos personas besándose. Volvió a sonreír de costado. Run se había conseguido una chica, y lo que era más: ¡una chica de su estatura! Estaba tentada de aparecer por la ventana para felicitarlo, porque eso sí que era una figurita difícil. 
Lo escuchó hablar, aunque no entendió lo que decía. Pero se quedó helada al escuchar la voz que le respondía. Los ojos se clavaron muy abiertos en la sombra que se separaba para dibujar dos cabezas. Tenía que haberse confundido. Eran los restos de la nube, por supuesto. Lechugón casero de mierda. Había escuchado mal. Run volvió a hablar, otro susurro cálido, un tono que ella jamás le había escuchado. Trash se arrastró bajo la ventana para situarse bajo la hoja entreabierta, lista para confirmar su error previo. Pero no hubo respuesta. Un par de suspiros, las dos sombras diferenciándose sobre el pasto, la de Run sacándose la camisa mientras las manos de la otra le acariciaban el pecho, la cabeza de Run inclinándose hacia adelante, los labios entreabiertos, buscando. Entonces al fin la otra voz habló, y Trash no pudo frenar su impulso de pararse de un salto y enfrentar la ventana, los ojos dilatados por la sorpresa. Pero no había error posible. Había escuchado bien, las dos veces. La persona con la que Run se estaba besando mientras se desnudaba, ambos moviéndose con mucha lentitud al ritmo de la música, era un hombre. Y Trash lo reconoció: era el tipo del restaurante. 
El cielo raso a oscuras reemplazó la imagen de Run. No trató de controlar su agitación. Dejó que su pecho se llenara de aire como más le gustara, tanteó su mesa de luz hasta dar con los cigarrillos y prendió uno todavía jadeante. Mierda. Así que eso había sido lo que la había perturbado al ver a Run ese mediodía. El deseo en los ojos y la sonrisa del otro tipo. La tranquila aceptación del deseo ajeno en Run. Tal vez el otro sea gay, pero Run no. Yo sé que no. La pregunta surgió inevitable en su cabeza. ¿Y si en realidad Run era homosexual, o bisexual? Mierda. Eso no tiene que cambiar nada entre él y yo. Nada. Destruyó el cigarrillo en el cenicero, se cubrió los ojos con un brazo. Nada. Mierda. No era un sueño que le gustara para recordar, su amigo con ese tipo... ¿Su amigo? Yo no tengo amigos. Pero Run era lo más cercano a un amigo que alguna vez hubiera tenido...Y en realidad no sé una mierda de él.¿Cuánto necesitaba conocer a alguien para considerarlo "confiable"? Ahogó un suspiro. Mierda
* * *
Entró al vestuario a largas zancadas, abrió su casillero, lo volvió a cerrar de un golpe. Escuchó los pasos de León tras él y giró para enfrentarlo tratando de dominar su furia. León se apoyó con toda tranquilidad en la pared y se cruzó de brazos, mirándolo con esa sonrisa suya. Run sintió que las manos le ardían de ganas de pegarle. 

— Te estás portando como un pendejo malcriado, Rosschild —esa suficiencia en su acento, lo sacaba de quicio a veces—. ¿Se puede saber qué fue toda esa escena? 
Run cruzó el vestuario en dos pasos y se irguió frente a él con los puños cerrados, muy apretados contra sus piernas, conteniéndose a duras penas. 
— Si tenés algún problema conmigo, largalo. Pero no me hagas quedar como un pelotudo delante de todo el equipo porque no tenés los huevos de hablarme. 
— Vamos, Rosschild, hasta un chico del equipo menor podía ver que estabas jugando como una nena. No es mi problema si salís de joda y venís a entrenar sin dormir. 
La mano de Run se aplastó abierta contra la pared a escasos centímetros de la cara de León, que ni siquiera pestañeó, sino que siguió sosteniendo su mirada y sonriendo de costado. 
— Fuiste vos el que me invitó a esa fiesta, ¿no? ¿Qué pasa? ¿Te jodió que me fuera con esa chica y no con vos? 
La sonrisa de León se desvaneció, y en sus ojos negros brilló un destello amenazante. 
— Cuidá tu boca, Rosschild, si querés conservar los dientes. 
Run no podía evitar la satisfacción de haberle borrado su expresión suficiente. Se sentía herido en su orgullo y necesitaba cobrarse la ofensa. 
— Creí que éramos amigos, León, y que teníamos la confianza necesaria para que me digas si te pasa algo. 
— Rosschild, te estás pasando de la línea... 
León apenas consiguió ocultar su sorpresa cuando el otro le aferró el cuello de la remera con ambas manos, arrancándolo de la pared para mirarlo con ojos fulgurantes bien de cerca, su voz un siseo furioso escapando entre los dientes apretados. 
— No me paso de ninguna línea, estúpido. Nos conocemos hace años y siempre me cuidé muy bien de no meterme en tu vida. Siempre bancándome tus límites pelotudos y tus cagazos disfrazados de superioridad, siempre midiendo cada palabra y cada gesto para no joderte. Pero me cansé, ¿entendés? Si te pasa algo conmigo, es mejor que lo largues de una vez y de frente. No te voy a dejar que sigas humillándome delante de todos porque te gusto y no te animás a decírmelo y bancarte mi posible reacción. 
Lo último que esperaba Run era ese golpe en el estómago, un puñetazo certero que lo dobló en dos y lo envió hacia atrás a los tropezones. Alzó la cabeza respirando con fuerza, la cara descompuesta de rabia y dolor. León lo miraba casi con lástima, ambas manos flojas a los costados. Run ya no intentó controlarse. Le saltó encima, un puño buscando la cara morena, de rasgos agradables, deseando borrarla de su vista a golpes. Pero León lo esperaba. Se esquivaron y se golpearon varias veces, forcejearon, tropezaron, cayeron juntos. Run de espaldas contra el piso, León boca abajo sobre él. La impresión de sentir el peso de su cuerpo encima lo paralizó. Sintió el frío de las baldosas bajo su espalda, la transpiración que le empapaba el pecho y le humedecía la remera, la respiración agitada del otro hombre contra su cara. Alzó los ojos desorbitados, encontrando la sonrisa burlona de León demasiado cerca de su boca. 
— ¿Era así como querías tenerme? Haber empezado por ahí... 
Run lo apartó con un brusco empujón y se paró lo más rápido que pudo, tanteando la pared tras él. León se incorporó sin tanta prisa y se cruzó de brazos a pocos pasos, todavía burlándose con su mirada del muchacho jadeante y desconcertado frente a él. 
— No me dedico a criar homosexuales, Rosschild. Me gustan los tipos seguros de sus preferencias, no los adolescentes manejables. 
Run sintió el hilo de sangre que le resbalaba por el mentón desde la boca, se lo secó con una mirada rencorosa al otro, que meneó la cabeza con una mueca. 
— No te confundas Rosschild. Por supuesto que me gustás, tendría que ser de piedra para no tenerte ganas. Pero también es cierto que sos el mejor amigo que alguna vez haya tenido, y que eso justifica que me trague mi libido y te respete —se acercó a él, sonriendo cuando Run se aplastó contra la pared, acorralado; le sujetó la cara mirándolo de lleno a los ojos—. Es difícil, el amor de amigos entre hombres. No estamos educados para aceptarlo con naturalidad. ¿No te parece que podría haberme aprovechado de eso hace rato con vos? ¿Que no soy capaz de lavarte la cabeza lo suficiente para llevarte a la cama? —se le acercó más aún, separando la cabeza de Run de la pared con un tirón perentorio—. ¿Y qué ganaría con eso? —su pulgar se deslizó sobre los labios de Run, secando la sangre que volvía a brotar, sintiéndolo temblar de pies a cabeza—. Cagarte la vida, Rosschild, porque si hay algo que vos nunca vas a dejar de ser, por más que lo intetaras y yo no deseara otra cosa, es ser hetero hasta la médula. Y cagarte así la vida es lo último que haría. Porque sos mi amigo, y te prefiero como sos. 
Run lo rechazó, haciéndolo retroceder hasta el medio del vestuario, donde el otro permaneció tranquilo y en silencio, todavía sonriendo, con las manos en los bolsillos. Volvió a pasarse la mano por la boca, esta vez para tratar de borrar la caricia. 
— Si me volvés a tocar te juro que te rompo las dos piernas —gruñó, aún luchando contra su agitación. 
— Tranquilo, Rosschild. El que busca encuentra, sólo quería que lo supieras. 
León dio media vuelta y salió del vestuario sin mirar atrás. Pero la puerta que se cerró tras él no era la del vestuario. Run parpadeó varias veces mirando a su alrededor. Se había dormido leyendo. Al final no había terminado el capítulo. La última imagen que recordaba en su mente antes de dormirse era la de León y Marron despidiéndose. Cerró los ojos suspirando. Volver a vivir aquella pelea con su amigo, la única que jamás tuvieran, lo había agitado. Pero de alguna manera le había servido. Lo había ayudado a entender más a León. Respiró hondo mientras un rastro de luz diurna se colaba por la ventana de su dormitorio, tratando de calmar la impresión y la rabia de hacía diez años. Una semana después León había renunciado sorpresivamente a su puesto como entrenador del equipo intercolegial y se había ido. Sin despedirse, sin explicarse. Simplemente se había ido. 
* * *
Slash pasó la noche despierto, en otra de sus "maratones virtuales" como las llamaba, perdido en la red. Había optado por la mesa del comedor para que los hombros no le dolieran tanto después de seis horas seguidas inclinado sobre su pc, y tras el monitor había varias botellas de cerveza vacías. Cuando notó que empezaba a clarear hizo una pausa y se preparó un café. El ruido de la puerta del pasillo lo sorprendió. Consultó el reloj de pared. Las siete... Alguien más que había pasado la noche de largo... Seguro que es Boss, con como le dejó la jeta Trash no debe haber podido pegar un ojo. Se asomó con un chiste listo en la punta de la lengua, pero la que venía para la cocina era Trash, y con solo verle la cara supo que lo mejor era no hablarle a menos que ella tomara la iniciativa. La chica lo esquivó sin siquiera mirarlo, el ceño fruncido, y se sirvió un café. Slash se encogió de hombros volviendo a su máquina. La puerta que se volvió a abrir y cerrar tras él lo hizo suponer que Trash había vuelto a su pieza. Pero no. Ahora sí era Boss, que casi chocó con Trash que salía de la cocina, los dos a medio vestir y con la vista baja. 

Slash se tragó la risa viendo que se miraban un instante antes de volver a apartar los ojos. La expresión de Trash no había variado, y fue a hundirse con su café y un cigarrillo en el sillón de tres cuerpos. Pero Boss enrojeció hasta las orejas, toda su cara del mismo color que su boca lastimada. Se apresuró a agachar la cabeza y él también se sirvió un café, que prefirió tomar ahí mismo en la cocina, de espaldas al ambiente más grande. Slash volvió a encogerse de hombros y a tratar de concentrarse en su máquina cuando entró Run al living, ya vestido y listo para salir a correr aunque todavía no fuera de día. Otro que se sirvió un café, aunque se sentó a la mesa para tomarlo, sin darse por aludido de la presencia de los demás. Slash giró en su silla para mirar a Trash, se enderezó para mirar a Boss, ladeó la cara para mirar a Run. 
— Perdón, pero ¿me perdí de algo? 
Sintió los tres pares de ojos fijos en él con más incomprensión que hostilidad. Nadie respondió. Slash meneó la cabeza, levantó su máquina y se fue a su pieza para seguir navegando tranquilo. 
* * *
— Así que tenemos a este Salvatore, dueño de esta disco Paradiso, que se dedica a "administrar" adolescentes de ambos sexos para prostitución y venta callejera... Y ustedes quieren que lo bajemos... 

Trash y Slash asintieron al mismo tiempo, un cabeceo idéntico, breve y convencido. Run sonrió para sus adentros. Podían llevarse tan mal cuando querían, pero trabajando en equipo eran incomparables. Boss repartió café y se sentó frente a Trash evitando cuidadosamente su mirada, la boca amoratada como explicación por demás evidente de su actitud esquiva hacia ella. 
— Lo único que podemos hacer es tratar de chequear la data. Y la única forma que se me ocurre es ir a esa disco y tratar de hacer negocios —continuó Run ignorando la fugaz mirada de soslayo que Trash le dirigió a la cara lastimada de Boss—, porque lo de los chicos en la calle se supone que ustedes dos ya se encargaron. 
— Por un rato —terció Slash con una mueca—. Cuando el cogotudo tenga gente nueva para manejarle a los pibes, los tenés a todos en la calle de nuevo como si nada. La única forma de darle un corte definitivo es bajar a ese hijo de puta, porque si cae en cana entra por una puerta y sale por la otra. Y los empleados son sólo eso, empleados. 
— Ni sueñen con hacerme poner un pie en ese lugar de mierda —murmuró Trash agriamente. 
Slash alzó su taza de café hacia ella sonriendo de costado. 
— Te cedo mi puesto, linda, porque yo sí tengo ganas de divertirme un rato esta vez. 
Run se volvió hacia Boss, que alzó las cejas señalándose la boca y meneó la cabeza. 
— Bien. Entonces Slash y yo entramos y ustedes nos cubren —fingió no advertir el embarazo de Trash y Boss al escucharlo—. Slash, le tenés que enseñar a Boss aunque sea lo indispensable sobre el equipo para que pueda monitorearnos sin problema. Trash, Boss no va a poder hablar bien por un par de días, así que te vas a quedar en la camioneta con él como enlace con nosotros, lista para intervenir si llegamos a necesitarte. 
Slash se incorporó sonriendo satisfecho y le palmeó un hombro a Boss. 
— Vamos, galán, que a la tarde quiero dormir un rato. 
El otro lo siguió con una mirada fulgurante a la nuca de Slash. Run terminó de tomar su café sin prisa, luego enfrentó a Trash, que lo miraba fijamente. Alzó las cejas instándola a hablar. La chica lo miró un momento más, frunció el ceño y dejó el comedor hacia su cuarto en silencio. Run se permitió suspirar. 
* * *
La voz perdió fuerza y el médico calló encogiéndose de hombros. Run sólo asintió desviando la vista, corriéndose para que el otro saliera de la habitación a paso rápido, como si huyera. Esperó a que la puerta se cerrara antes de girar hacia la cama donde Kao parecía estar recorriendo al fin el último tramo de aquella agonía tan larga como inútil. Trash seguía sentada junto a él, sosteniéndole una mano entre las suyas. Cuando el médico salió miró interrogante a Run, que meneó la cabeza en silencio. Ella respiró hondo con una mueca, volviendo a contemplar la cara pálida e inexpresiva de su compañero. 

— Ya le sugirieron al viejo que lo mejor es desconectarlo —dijo Run en voz baja, rodeando la cama para sentarse al otro lado. 
— Que caiga sobre su cabeza —gruñó la chica. 
Los minutos transcurrieron lentos hasta que el reloj de Run dejó oír su breve alarma. Trash se incorporó en silencio, besó la frente del muchacho en la cama y salió sin alzar la vista. Run se demoró un momento, de pie junto a la cama. Acomodó las manos de Kao a ambos lados de su cuerpo, estrechó una sintiendo un nudo en la garganta. 
— No los dejes decidir también el día de tu muerte —susurró, dio media vuelta y salió a paso rápido de la habitación. 
* * *
El local era inmenso, tal vez un cine o un teatro remodelado, con capacidad para más de dos mil personas cómodas, hasta cinco mil si se apretaban un poco. Slash y Run se separaron apenas entraron y se dirigieron cada uno por su cuenta a dos de las cuatro barras. Mientras tanto, en la camioneta, Boss estudiaba el plano de los distintos niveles a medida que el sensor los dibujaba en los monitores superiores. Señaló un lugar del subsuelo; Trash, de pie tras él, se inclinó para observarlo un momento y asintió. 

— Abajo de todo —indicó por el micrófono a sus compañeros—. Hay un sector con mesas y sillones apartado de la pista de ese nivel. Está casi vacío. 
— Yo estoy más cerca —respondió Run en un soplo. 
Boss ya señalaba otro de los monitores. 
— Slash, las oficinas son dos y están arriba de todo. Buscá una puerta en el extremo opuesto a la cabina del d.j., se abren también a una terraza y a una escalera de incendios. 
— Ok. 
— Estate lista para cubrirla —susurró Run. 
Boss escuchó que Trash retrocedía y se movía a sus espaldas, se concentró en los pasos de sus otros dos compañeros en medio de esa multitud. Una mano enguantada le ofreció una lata de cerveza. Giró rápidamente en su asiento y meneó la cabeza tratando de sonreír. La chica asintió con una mueca, sus ojos resbalando rápidamente por el labio amoratado. Boss se apresuró a volver a darle la espalda. 
— ¿Te jode si fumo? —la oyó preguntar. 
Se tragó la sorpresa ante semejante consulta haciéndole un gesto negativo con la mano, evitando enfrentarla. La sombra de su sueño parecía acechar en algún rincón de la camioneta, lista para saltar sobre su cabeza apenas se distrajera un instante. Y lo que menos quería era un ojo a tono con su boca para rematar el día. 
— Me llegás a quemar algo y te mato —siseó Slash en los oídos de ambos. 
— No me jodas —replicó ella con un gruñido. 
Slash iba a contestarle cuando divisó la puerta disimulada en el decorado de la pared, en una galería estrecha que se abría directamente sobre la pista principal, dos niveles más abajo. Y unos metros más allá, acodada sola en la baranda, una chica con un apretado vestido negro que apenas le rozaba los muslos. Un haz de luz cayó sobre su cara cuando se acercaba a ella, se detuvo sorprendido. 
— ¿Stella? —preguntó vacilante. 
La chica alzó la vista al instante, lo observó tratando de reconocerlo, luego le dirigió una gran sonrisa. En la camioneta, un rápido gesto de Boss acalló el comentario que Trash estaba a punto de hacerle a su compañero. Buscó el anotador de bolsillo que llevara y garabateó al vuelo unas palabras. Trash las descifró con cierta dificultad, luego escribió a su vez una pregunta, para mantener libre el canal. ¿Qué hacía ahí esa chica si era de las que tenían en la calle? Adentro del boliche, Slash estaba haciendo esa misma pregunta. 
Stella señaló la barra con sonrisa tímida, él asintió y le tomó la mano para guiarla entre la gente. La ayudó a sentarse a uno de los bancos altos y pidió una botella de champagne, apoyando la espalda contra la barra casi pegado a la chica. 
— El patrón supo que ustedes me habían levantado, alguno de los chicos me vio, y quiso que hoy esté acá en vez de estar en la calle... 
Slash se inclinó hacia ella sonriendo de costado, le hablaba mirándole la boca, sabiendo los ojos del encargado de la caja fijos en ellos. 
— ¿Pero vos sabés para qué te pusieron acá? 
Stella asintió bajando la vista y se encogió apenas de hombros. 
— Por lo menos no paso todas esas horas en la calle... —murmuró—. Y voy a ganar más... 
— Vení, linda, vamos a charlar más cómodos —le rodeó los hombros con un brazo dominando su bronca, metió las dos copas en el balde y se llevó el champagne y a la chica hacia un sector más oscuro donde se vislumbraban varios sillones. 
— ¿Escuchaste, Run? —susurró Trash con voz silbante. 
Run, que acababa de sentarse sólo en un sillón, frente a una mesa baja, esperó a que el mozo se alejara para responder. Slash se las compuso para preguntarle con disimulo qué tenía ahí abajo. Él miró en derredor reclinándose contra el respaldo de cuero con actitud indolente. 
— Demasiado vacía esta parte, para la gente que hay. Veo un par de chicos atendiendo a un par de tipos grandes que están solos, pero el que me atendió a mí es mayor que yo y está vestido de mozo... 
Slash llenó una copa de champagne y se la dio a Stella con una risita. 
— Falló la suerte de principiante —murmuró—. Después te doy un par de clases. 
— ¿Hay algún pibe de pelo oscuro por los hombros? —preguntó Trash obligándose a controlar su ansiedad. 
Run barrió el lugar con una mirada rápida y ubicó al chico en la mesa más alejada. En ese momento se estaba sentando junto a un hombre de traje oscuro y cabeza ya blanca. Boss advirtió el brillo en los ojos de Trash al escucharlo, la vio encajar las mandíbulas respirando con fuerza. Le indicó que se mantuviera callada, ignorando la furiosa mirada con que ella respondió a su gesto. Slash se acomodó abrazando a la chica, que al ver su guiño pudo sonreír y se reclinó contra él siguiéndole el juego. 
— Decime, Stella, si un tipo quiere compañía... pero que no sea mujer... 
— Abajo —respondió ella sin vacilar—. Mi primo está ahí. Los que van a las mesas de abajo eligen al que más les gusta y se lo indican al mozo que los atiende. 
— Hijos y nietos de una gran puta —masculló Trash. 
* * * 
El monitor que mostraba el nivel superior señaló que dos personas habían entrado a la oficina. Slash se apostó con Stella a pocos pasos de la puerta. Run terminó su bebida y se levantó tratando de no mostrar prisa. Trash se volvió hacia Boss con una mueca y tapó su micrófono, indicándole que la imitara. Él obedeció un poco sorprendido. 

— Dos a dos se puede complicar —susurró—. Pero si voy... 
Boss meneó la cabeza parándose y le señaló el asiento que ocupara hasta entonces, se calzó apresurado los guantes y se colgó un rifle al hombro después de chequear la carga. Trash lo miraba sin entender. 
— Yo voy —dijo él en voz baja volviendo a tapar el micrófono—. No sirvo acá si no puedo hablar claramente. 
Trash pareció a punto de negarse, pero asintió con un cabeceo brusco y se sentó frente a los monitores, dándole la espalda. Boss salió de la camioneta a la calle lateral de la disco sin agregar más y se apresuró hacia la escalera de incendios que bajaba desde la terraza. Mientras tanto, Run y Slash se reunían frente a la puerta de la oficina. Slash se volvió hacia Stella, que no se animaba a preguntarle nada, y le acarició la mejilla con una sonrisa afectuosa. 
— Ahora quiero que vayas a la barra del segundo nivel y me esperes ahí. Si en media hora no aparecí, hacé la tuya, ¿entendiste? —sacó del bolsillo cuanta plata tenía y se la puso casi por la fuerza en la mano—. Y cuidate. 
— Están por volver a salir. 
Slash le hizo señas a Stella de que se fuera y se reunió con Run riendo por lo bajo. 
— ¿Celosa, amorcito? 
— Tendrías que venir a cubrir la terraza —intervino Run, apoyándose con aire casual exactamente junto a la cerradura casi invisible de la puerta. 
— Boss ya está subiendo. 
Slash enfrentó a Run con los ojos muy abiertos. El otro se limitó a alzar las cejas. 
— ¿Qué? ¿Te dejó con mis equipos? —su voz fue un susurro furioso—. ¡Boss, pedazo de pelotudo! ¡Te vas a tener que poner si rompe algo! 
— Salen —lo interrumpió Trash. 
Slash se había parado junto a Run como si estuvieran charlando. Apenas la puerta se entreabrió, los dos se situaron bloqueando el paso de los que salían. Con un fugaz movimiento Run aferró el cuello del que venía primero y lo empujó hacia atrás, entrando con él y apuntándolo con la 9 mm lista. Slash ya estaba con él, apuntando al otro, la puerta cerrada tras ellos. Estaban en un pasillo estrecho, al final se veían dos puertas cerradas. 
— Llévennos con... —empezó a decir, pero vio incrédulo que Run fruncía el ceño mirando a los tipos y bajaba el arma. 
— León, Marron... —musitó Run, tratando de reponerse de su asombro. 
— ¿¡Los conocés?! —exclamaron al mismo tiempo sus tres compañeros. 
León lo enfrentó sonriendo de costado, sin el menor signo de sobresalto por su irrupción. 
— Linda forma de entrar, Rosschild, ¿buscabas a alguien? —preguntó con calma. 
Slash advirtió la vacilación de Run y se adelantó volviendo a apuntarlos. 
— Sí, a un tal Salvatore. Llevanos con él. 
León no se inmutó por la fría amenaza en su acento, lo miró como quien mira a un oso de peluche. 
— ¿Y para qué lo quieren ver, si se puede saber? 
Slash perdió la paciencia con su actitud burlona. Lo empujó contra la pared y amagó a ponerle el arma contra una sien, pero Marron se adelantó y se interpuso entre ellos. 
— Está en su oficina. Vengan —dijo, dirigiendo una mirada rencorosa a Run. 
— Las oficinas están vacías —informó Trash—. La del fondo da a la terraza, Boss ya está ahí. 
Run señaló el final del pasillo con su arma, indicándole a Marron que los precediera. Sujetó con firmeza un brazo de León, obligándolo a caminar a su lado. La sorpresa del primer momento había dejado paso ahora a una rabia que parecía alimentarse de cada palabra y cada gesto de León. Se detuvieron frente a la puerta del fondo, Slash le indicó a Marron que la abriera con lentitud, que no intentara nada. Una vez los cuatro adentro, Run trabó la puerta y se paró frente a ella mientras Slash se apostaba a espaldas de los otros dos, junto a la ventana. 
— Quién de los dos es Salvatore —preguntó entonces Run, y la frialdad de su acento sorprendió a los que lo oyeron. 
León sonrió de costado apoyándose contra el borde del escritorio. Run se volvió hacia Marron, señalándolo con su arma. 
— Quiero todos los papeles y los libros contables. Los de verdad. Quiero nombres. 
Marron enfrentó consternado a León, que asintió sin apartar los ojos de Run, siempre sonriendo. El otro ahogó un suspiro y sacó las llaves de los cajones. Slash se le acercó para que ni siquiera tratara de sacar de ellos más de lo que le habían pedido. 
— Así que ladrón fino... —terció León alzando las cejas—. Y eso que de chico prometías... 
— Siempre va a ser mejor que prostituir nenes. 
Marron le tendió varias carpetas a Run, que advirtió cómo le temblaban las manos. Las tomó con expresión despectiva, les echó un vistazo. Marron había girado hacia Slash señalando un maletín negro en un rincón. León se acercó a Run hasta que lo obligó a enfrentarlo. 
— No serás parte de ese grupito de pendejos idealistas... —largó una risita burlona—. Aunque sería de esperar, viniendo de vos. ¿Y qué vas a hacer? ¿Matarme? ¿A título de qué? Pensá, Rosschild. Esos pibes buscan comida entre la basura cuando yo los levanto. Y es lo que van a estar haciendo mañana si pierden este laburo. ¿O vos les vas a dar algo a cambio? Entre vos y yo hay sólo una línea, que varía según quién la traza. ¿Quién tiene razón, quién está equivocado? ¿Vos, jugando a Don Quijote y condenando a esos pibes a volver a la miseria? ¿Yo, dándoles al menos la oportunidad de comer todos los días, a ellos y a sus familias? 
Run lo empujó hacia atrás encajando las mandíbulas. 
— Acá falta información. 
Slash le mostró el maletín. Él volvió a señalar a Marron para que lo abriera. 
— Apuren el trámite —intervino Trash. 
En ese momento Marron amagó a abrir el maletín, y en cambio giró bruscamente y trató de golpear a Slash en la cara con él. Tres disparos sonaron al mismo tiempo que Slash esquivaba el golpe. Marron se desplomó sin siquiera quejarse, alcanzado entre los ojos por un certero disparo de Boss desde la terraza. 
Run, que apartara de un manotazo a León, giró hacia él al escuchar un gemido. Su amigo había caído de rodillas, doblado sobre sí mismo y aferrándose el estómago con ambas manos, donde había recibido el disparo desviado de Slash. Se agachó a su lado y lo sostuvo. 
— ¡Run, vamos! —exclamó Slash, ya listo para saltar por la ventana. 
— No se preocupen, esto es a prueba de ruido —murmuró León, apoyándose contra el pecho de Run, que le presionaba ambas manos contra la herida para contener la hemorragia, aún sabiendo que lo único que hacía era retrasar su muerte. 
— Slash, volvé con Boss, yo ya voy. 
— ¿Estás loco? —exclamó Boss—. ¡Salgan los dos de ahí ya mismo! 
Run se volvió hacia Slash sin dejar a León. Se miraron un instante a los ojos, Slash asintió en silencio y salió por la ventana, yendo al encuentro de Boss. 
— No tardes —le dijo solamente, ya desde la escalera de incendios. 
Run se arrancó el micrófono y se inclinó sobre León, que había cerrado los ojos, la cara contraída por el dolor, respirando con dificultad. A él también le costaba respirar; le dolía el pecho, le ardían los ojos. Lo abrazó con fuerza, hundiendo la cara en su pelo. Lo sorprendió sentir que León le presionaba el brazo. 
— Terminá lo que empezaste, Rosschild —le dijo en un soplo—. No quiero tardar horas en morirme. 
Run le levantó la cabeza, encontrando sus ojos negros brillantes como siempre, los labios curvados en su eterna sonrisa. Supo que no tendría el valor de negárselo. Se sentó en el piso, acomodándolo entre sus piernas, sosteniéndole la cabeza entre su brazo y su pecho, la 9 mm lista en la otra mano. 
— Sabés... Siempre hiciste lo que quisiste, León. Con tu vida y con la mía también... Y lo peor es que nunca pude ni siquiera enojarme con vos por eso... Te admiraba demasiado... A veces me asustaba lo importante que eras para mí... —tragó con dificultad, empeñado en disimular el temblor de su voz—. Incluso ahora, que todavía no puedo creer que hayas montado semejante aberración como forma de vida... 
— Rosschild... no me jodas... me estoy muriendo... 
Run rió con voz entrecortada, León volvió a sonreír. 
— Siempre tan hermoso, pendejo de mierda... —su cara se contrajo con un espamo de dolor—. Si supieras cuánto te quería... Por eso trataba de alejarte... Lo habrás imaginado al conocer al boludo de Marron... me cago en él... 
— No me vas a decir... 
León asintió con otra mueca. 
—Era un pendejo pelotudo... pero era tan parecido a vos... que valía la pena aguantarlo... 
Run volvió a estrecharlo contra su pecho cerrando con fuerza los ojos, los dientes muy apretados, tratando de contenerse. 
— ¡La puta madre, León! Si no te hubieras ido... 
— Rosschild... no aguanto más... el dolor... 
Él asintió mordiéndose el labio inferior, los ojos llenos de lágrimas. León consiguió levantar una mano para rozarle la cara, juntó fuerzas para sonreírle. 
— Dale, amigo... La última línea... Te toca trazarla a vos... 
Run le sujetó bien los hombros, levantándole la cabeza e inclinando la suya hacia él. Le mojó la cara con sus lágrimas al apoyar la 9 mm contra su pecho. León movió la cabeza sólo un poco. Lo miró a los ojos por última vez, todavía sonriendo al rozarle suavemente los labios con los suyos. Run no se apartó, permitiéndole besarlo mientras buscaba desesperado la fuerza para apretar el gatillo. 
Hasta que la encontró. 
 
 
Sayaki - 4/2k