Todo el material de este sitio es trabajo original y ©Mónica Prelooker, por lo cual se agradecerá un email para notificar cualquier uso que se quiera hacer de él (menos el robo).
Principal
 
Episodios:
Prólogo
Plaza Fuerte
Little Prince Station
Vacaciones
Sólo una Línea
Sterne
Equipo
Desconocido
Lluvia
Reencuentro
Relaciones
Cuatro Días I
Cuatro Días II
Imágenes:
Grupales
Individuales
De Episodios

 

 
CRAP
 
Episodio 7:
Desconocido
 
El invierno parecía demorarse siempre en los sombríos senderos del Parque de la Paz. Trash apuró el paso hundiendo la cara tras el cuello de su campera de cuero, tratando de cubrirse del viento que traía ráfagas de lluvia helada y las arremolinaba en las amplias intersecciones. El tiempo mantenía a las usuales parejas alejadas de sus escondites nocturnos y lo único que se podía escuchar era el húmedo siseo de algún auto apresurándose por la autopista a sus espaldas. El eco de pasos tras ella le llegó claro y nítido. Alguien se estaba dando prisa por alcanzarla.
Trash no apuró el paso ni miró por sobre su hombro. Sólo sacó las manos de los bolsillos de la campera para meterlas en los del jean, los ojos fijos en el farol frente a ella. Cuando lo dejara atrás, las sombras le indicarían si se trataba de una o más personas siguiéndola. No temía un ataque de los Sterne, ellos eran más... refinados que un ataque nocturno de varios contra una. Pero un par de rateritos con yerba en la cabeza eran suficientes para retrasar su vuelta a casa. Y hacía frío, y tenía hambre, y quería cambiarse cuanto antes los jeans mojados y fríos que se pegaban a sus piernas.
La luz del farol proyectó su sombra frente a ella cuando lo sobrepasó. Los pasos mantenían su ritmo. Pronto otra sombra rozó los pies de Trash. ¿Uno solo? Se tragó una risita. Pobrecito. Iba a volver a casa con las costillas doloridas para que su mami lo cuidara.
Giró de improviso, las manos siempre en los bolsillos, y se plantó en el medio del sendero. Un chico de su edad se detuvo, un poco sorprendido de ver que lo enfrentaba.
— Volvé a tu casa, ya es tarde para que andes solo por acá.
El chico sonrió de costado llevando una mano a su cadera y volvió a avanzar. Trash sacó su Magnum y le apuntó sin inmutarse.
— Movés tu mano y te la vuelo —advirtió.
El chico volvió a sonreír y apartó ambas manos de su cuerpo con movimientos lentos, alzándolas un poco. Demasiado tranquilo, pensó Trash frunciendo el ceño. Las chicas no suelen ir armadas, no con una 365 al menos, y ese chico no parecía preocupado por lo mal que le había salido el intento de atraco. En ese momento sintió el rumor a sus espaldas. Entonces comprendió. Giró sin transición, tirando una patada hacia su izquierda. Una sombra cayó con un quejido. Pero era demasiado tarde: en el mismo instante en que golpeaba a uno de sus atacantes sintió el tirón en su brazo derecho. El arma cayó de su mano al tiempo que un puño la alcanzaba en plena cara. Se tambaleó hacia atrás luchando por no perder el equilibrio. La vista se le había nublado y todo parecía moverse en cámara lenta. Sintió el golpe en la boca del estómago, terminó de caer, golpeando la cabeza con los adoquines del sendero, creyó sentir un caño frío contra su frente, voces pastosas, sombras que se movían a su alrededor.
Trash cerró los ojos tragándose sus maldiciones y se aflojó. Mientras no la tocaran, no tenía sentido tratar de resistirse con lo mareada y dolorida que estaba. Los sintió registrarle los bolsillos y vaciarlos. Sintió el rastro tibio de la sangre que bajaba desde su nariz y que ahora resbalaba hacia su oreja. Si al menos todo dejara de dar vueltas... Les patearía el culo a los tres yo sola...
Pero no tuvo ocasión de despejarse. Uno de los chicos aferró el cuello de su campera y la obligó a levantar la cabeza y abrir los ojos. Trash lo miró con ojos fulgurantes, sin atender a lo que le decía. El chico alzó la mano para golpearla, aunque nunca llegó a hacerlo. Una exclamación tras él lo hizo soltarla, algo lo barrió a un costado como si hubiera sido de papel. Trash logró evitar que su cabeza volviera a rebotar contra los adoquines y se arrastró hacia atrás aturdida. Había alguien ahí peleando con los tres rateros. Alguien de pelo largo y oscuro, vestido todo de negro, envuelto en un sobretodo amplio y largo que se acampanaba alrededor de sus piernas cuando giraba y saltaba, esquivando los golpes y atacando a una velocidad pasmosa. En menos de dos minutos los tres chicos estaban fuera de combate, tratando de ayudarse unos a otros a alejarse de ahí lo más rápido posible.
¿Slash...? se preguntó confundida. Era muy propio de Run mandar a Slash a esperarla con la van al Parque a esa hora y con ese tiempo, aunque no era muy propio de Slash que hubiera accedido a hacerlo... Sintió algo sólido contra su espalda, un farol apagado, se apoyó contra él viendo cómo su inesperado defensor vigilaba la retirada de los rateritos en una posición que recordaba una guardia de artes marciales. No, no es Slash... si hasta yo tengo más técnica que él a la hora de las piñas... Se enjugó la sangre de la nariz con la manga y permaneció muy quieta, lamentando que su Magnum hubiera quedado tirada en mitad del sendero. La figura frente a ella se irguió con un movimiento fluído y se volvió hacia ella, su cara en sombras cuando la inclinó para mirarla.
— ¿Muy dolorido? —preguntó, y Trash entrevió una sonrisa cuando le tendió una mano enguantada.
Vaciló antes de aceptarla, pero luego la tomó y dejó que la ayudara a pararse. Aguantó el nuevo mareo y el dolor en las costillas encajando los dientes, se soltó asintiendo y caminó vacilante hacia su Magnum.
— ¿Es tuya? —la mano bajó a levantar el arma con rapidez—. Pensé que se les había caído a ellos... Lindo chiche... ¿Para qué lo traés encima si no vas a usarlo?
Trash lo enfrentó al fin, la expresión contraída de dolor y enojo, para encontrar los ojos negros y brillantes en la cara morena y la sonrisa divertida. No se sentía tan mal para considerar que merecía la burla de su salvador, que en esa media luz, y a juzgar por su voz, no podía ser mucho mayor que ella. Trash le arrebató el arma de la mano y la guardó en su cintura con gesto brusco.
— Gracias —gruñó, y trató de irse, pero él la detuvo.
— Si vivís cerca puedo acompañarte, pibe...
Ella lo enfrentó deseando estar en condiciones para empujarlo fuera de su camino. Él sonrió de costado alzando una ceja. En ese momento oyeron un vehículo que se acercaba y frenaba con un chirrido en donde el sendero desembocaba a la calle. Los dos giraron para mirar en esa dirección y Trash reconoció de inmediato la van negra y a Slash que se bajaba y tiraba su cigarrillo molesto, avanzando a largos trancos hacia ellos.
— ¿Trash sos vos? —lo oyeron preguntar desde lejos.
Ella esquivó al desconocido y caminó a su encuentro lo más erguida que pudo. Pero Slash advirtió que algo le pasaba y se acercó corriendo.
— ¡Mierda! ¿Qué te pasó? —exclamó, llegando junto a ella. Entonces reparó en el hombre de pie en medio del sendero. Un gesto de Trash lo detuvo.
— Él me ayudó. Me atracaron entre tres y...
Slash le rodeó la cintura con su brazo y la obligó a apoyarse en él para volver a la camioneta, olvidándose del otro. Trash obedeció sin protestar y se alejaron mientras Slash mascullaba enojado:
— ¡Pendejos de mierda! ¡Atacar a una mina entre varios! ¿Les viste la jeta?
El desconocido los veía alejarse sonriendo de costado, pero su cara reflejó su sorpesa al escucharlo. Volvió a estudiar a Trash desde lejos, el ceño fruncido. Reparó en un pequeño objeto oscuro que quedara tirado en un charco a dos pasos. Se inclinó a levantarlo. Una billetera. La abrió con curiosidad y volvió a alzar la vista hacia la van que se alejaba.
— ¿Una chica..?
 
* * *
La casa estaba en silencio hacía un par de horas, y Boss trabajaba tarareando en voz baja lo que los diskman dejaban a todo volumen en sus oídos. Había mandado a dormir a Slash media hora atrás, él podía terminar solo de soldar los circuitos que faltaban y probar que transmitieran bien. Apagó la soldadora con un resoplido y se sacó los auriculares. No pensaba seguir trabajando con la garganta reseca. Un rumor breve, repetido, le llamó la atención. Se asomó al corredor de los dormitorios y advirtió la primera puerta de la derecha abierta; el haz de luz en el piso frente al baño le indicó por qué el dormitorio de Trash no estaba cerrado como de costumbre. Estaba por volver a la cocina cuando el rumor se repitió, venía del baño. Eso no es tos, pensó, pero la mera idea de ir a golpear la puerta para ver si la chica estaba bien le hacía doler la boca. No tenía el menor deseo de que Trash volviera a recibirlo con uno de sus derechazos. Un quejido ahogado lo hizo vacilar. Se ve que el golpe en el estómago fue más fuerte de lo que ella admitió... Seguramente no había podido asimilar lo poco que había comido. Boss inspiró profundo y se acercó sin ruido al baño. Ya junto a la puerta volvió a vacilar. Levantó la mano para golpear, la detuvo a un centímetro de la puerta, la dejó caer y volvió a la cocina con sigilo, aunque dejó la puerta entornada y el diskman apagado. Se sentó frente a sus herramientas con una cerveza y trató de seguir trabajando, sin poder evitar una que otra mirada aprensiva hacia el corredor a oscuras.
Trash descansó la espalda contra la fría pared de mosaicos y cerró los ojos con un suspiro entrecortado. Su garganta aún intentaba relajarse tras las últimas arcadas y el resabio en su boca era asqueroso, pero no quería siquiera pensar en moverse por un par de minutos al menos, hasta que todo dejara de borronearse y dar vueltas a su alrededor. El click del picaporte fue demasiado suave para que reparara en él, y sólo reaccionó al sentir un paño húmedo en su frente. Abrió los ojos sobresaltada, encontrando la media sonrisa de Boss, que le refrescaba la cara agachado junto a ella. Hizo ademán de apartarlo, pero él la detuvo con la mirada. Todavía demasiado mareada para discutir, Trash lo dejó hacer cerrando los ojos con una mueca.
Boss le limpió con suavidad la cosmisura de los labios y dejó el paño en su mano. Ella entornó los párpados al sentir que se incorporaba, frunció el ceño viéndolo limpiar el inodoro.
— Dejá, yo...
— Shhh. Avisame cuando te puedas parar.
— Puedo... si vos...
Él hizo correr el agua y giró hacia ella sonriendo de costado. sujetándole las manos y ayudándola a pararse. Esto merece una mención en los Guiness o algo así, pensó, La segunda caída del Muro de Berlín. Se tragó la risa, cuidándose de que ella no advirtiera nada raro en su expresión, la sostuvo hasta el lavatorio. Trash se apoyó en el sanitario con una mueca.
— ¿Te cuesta respirar?
Ella sólo asintió encajando las mandíbulas, los ojos fijos en la canilla. Abrió el agua fría con un gruñido y se enguajó la boca. Boss esperó en silencio, después le volvió a tender una mano para ayudarla a caminar. Trash lo rechazó y salió a paso lento, apoyándose en la pared, la otra mano en su estómago. Boss le señaló la cocina y se adelantó, sabiendo que era mejor no tentar al diablo haciéndola sentir más débil de lo que ella admitía estar.
La chica se dejó caer en el sillón grande con un suspiro, Boss le hizo tomar un vaso de jugo fresco sin atender a sus protestas y salió de la habitación. Poco después volvía con un rollo de venda elástica ancha y un pote de crema. Trash trató de protestar de nuevo, pero él se sentó junto a ella indicándole silencio.
— Mañana a la noche tenemos laburo, y no podemos andar parando para que vomites en plena corrida. Levantate la remera.
Por primera vez desde que la conociera, Boss vio que los ojos de Trash se abrían de sorpresa. Suspiró meneando la cabeza y le puso el pote de crema en la mano.
— Si te da vergüenza —dijo parándose y volviendo a su lugar en la mesa, dándole la espalda— pasate vos el desinflamatorio. Pero no te vas a poder vendar bien sola, así que avisame cuando termines.
Tomó un trago de cerveza y empezó a probar la corriente de los circuitos ignorando los ruidos y gruñidos tras él. Resultaba bastante cómica la reacción de Trash, pero Boss sabía que si llegaba a mostrarse mínimamente divertido por su reacción, el precio a pagar iba a ser en dientes. Así que aprovechó esos minutos para armar su mejor cara de indiferencia y esperó que la chica terminara con la crema.
— Listo.
Él se paró tomando otro trago de cerveza y fue hasta el sillón frotando las manos contra su pantalón para entibiarlas. Trash se había sentado lo más erguida que podía, los ojos fijos en la mesita ratona frente a ella, los dientes apretados y el ceño un poco fruncido. Él se acomodó a su lado abriendo el rollo de venda y alzó la vista arqueando una ceja. Ella lo miró fugazmente y se levantó la remera hasta el pecho inspirando hondo. Boss evitó mirarla a la cara, temeroso de largar la carcajada ante aquella inesperada Trash vergonzosa y de mejillas enrojecidas. La vendó con rapidez, tocándola sólo cuando era indispensable, aseguró el extremo de la venda y se echó hacia atrás.
— Listo. No te vas a poder doblar ni estirar mucho, pero tampoco te va a doler más de lo necesario.
Ella sólo asintió, soltando su remera para que volviera a caer hasta sus muslos y reclinándose en el sillón con cuidado, esquivando sus ojos sistemáticamente. Él se fue a la cocina y se demoró ahí sin romper el silencio. Trash lo oyó abrir la heladera, la canilla, un cajón. Cuando volvió traía algo envuelto en un repasador y se lo dio junto con la crema.
— Hielo. Para el chichón que tenés ahí atrás. Y pasate crema de nuevo cuando te despiertes —dijo con su tono más neutral.
Trash asintió de nuevo y amagó a pararse, una punzada de dolor la detuvo. Alzó la vista. Boss ya seguía trabajando, de espaldas, y no le prestaba atención. Se incorporó lentamente, aguantando el dolor, y se fue a su cuarto. De nada, pensó Boss con una risita al escuchar la puerta del corredor que se cerraba.
 
* * *
— Un susto nomás. Romperles el boliche y amenazarlos.
— Entonces no es necesario que vayamos todos...
Run enfrentó a Slash alzando las cejas, el otro sostuvo su mirada cabeceando en silencio hacia los dormitorios. Boss sonrió de costado.
— Mi pésame al que tenga que decírselo —murmuró sirviéndose más café.
— ¿Cómo está? ¿Volvió a vomitar? —le preguntó Run.
— No hasta que yo me fui a acostar, al menos —Boss no se molestó en preguntar cómo sabía lo que había pasado, no en vano Slash solía bromear con que Run dormía con un ojo abierto y otro cerrado.
— No desde que me levanté —terció Slash—. Sigue encerrada en su pieza, pero no falta ningún balde ni nada parecido.
— ¿Está muy golpeada?
Boss hizo una mueca. —Lo suficiente para ameritar un par de días en cama. Se ve que le golpearon duro las costillas. Tiene un lindo mapa de Australia.
Slash largó una risita. — Le debe doler más el orgullo que otra cosa...
— Sí, así que esta noche vamos todos —Run se volvió hacia Boss con una fugaz sonrisa—. Ya que nosotros dos no sabemos nada, vos vas a ir con ella.
Boss aceptó suspirando, Slash le palmeó la espalda divertido.
— Ánimo, galán. Al menos esta vez no te pegó.
— Creo que lo hubiera hecho, de no estar tan dolorida.
En ese momento escucharon que se abría la puerta de Trash y pies que se arrastraban hacia el baño. Run miró brevemente a Boss, que asintió con un suspiro y esperó a escuchar la puerta del baño para ir a su dormitorio. Se quedó tras la puerta hasta que oyó los pasos de la chica, entonces salió, fingiendo no verla hasta casi chocarla.
—Disculpá... ¿Cómo te sentís?
— Mejor —gruñó ella.
— ¿Te volviste a pasar la crema como te dije?
Ella desvió la vista mientras su cara se encendía hasta quedar del color de su pelo.
— Sí, pero...
Boss asintió. — Terminá de vestirte que ahí voy a vendarte —dijo en tono casual, siguiendo su camino hacia la cocina.
La voz de Trash lo detuvo antes de que abriera la puerta. — Boss... ¿ellos...?
Él giró sonriendo de costado, meneó la cabeza y entró al estar sin darle tiempo a decir más. Run y Slash lo recibieron interrogantes. Boss resopló sentándose de nuevo.
— Ahora la voy a vendar. Pero hacer el psicólogo tiene otro precio, jefe.
Run se permitió reír por lo bajo y le mostró en la laptop un diagrama de la zona a la que irían esa noche.
 
* * *
El callejón era oscuro y estrecho, lleno de contenedores desbordantes de basura, cajas tiradas, botellas rotas. Trash prendió un cigarrillo y exhaló el humo con fuerza, la espalda contra la pared y los ojos fijos en la puerta clausurada y podrida frente a ella. Esto tenía que ser cosa de Boss. Aunque no le hubiera dicho nada a Run y Slash sobre cómo estaba ella realmente, se las había compuesto para que le tocara esa parte del laburo, lejos de la acción. Y él mismo estaba a menos de cincuenta metros, doblando la esquina. Vigilaban la parte trasera del edificio abandonado mientras los otros dos iban a tener toda la diversión.
— Adentro, todo tranquilo —susurró Run en sus oídos.
— Acá también —le contestó Boss—. Deben estar todos en el segundo piso.
— Esta escalera está más podrida que mi hígado —gruñó Slash.
— No tanto como tus pulmones, entonces —replicó Boss conteniendo la risa.
Trash terminó de fumar en silencio. Probó la resistencia de una pila de cajones rotos, tiró su campera de cuero encima y se sentó sobre ella. Lo único que me falta es clavarme un alambre en la pierna, pensó molesta, acomodándose lo mejor que pudo.
Run y Slash subieron con cuidado los vacilantes escalones hacia el segundo piso, donde se veía un haz de luz oblicuo que caía sobre el piso mugriento. Se apostaron a cada lado de la puerta entornada con las armas listas. Adentro se oían murmullos casuales, rumores de varias personas moviéndose por la habitación. Se miraron para ponerse de acuerdo, y Run estaba por entrar cuando Boss los detuvo.
— Esperen. Ahí llegan más.
Los dos retrocedieron para ocultarse en las sombras del pasillo a oscuras.
— ¿Cuántos? —susurró Run.
— Dos, pero no parecen amigos. Uno hizo entrar al otro a patadas.
— Esto se pone divertido —murmuró Slash alegremente.
— Me mata la diversión. Apurensé, quieren.
Los tres tuvieron que contener la risa por el primer comentario de Trash en toda la noche. En ese momento Slash y Run escucharon pasos y voces fuertes en el piso de abajo. Los de la habitación también debieron notar el ruido, porque hubo un silencio momentáneo adentro y enseguida salió un hombre empuñando un 38. Se detuvo ante la escalera espiando hacia abajo. Los otros dos ya encaraban el último tramo.
— ¡Soltame! ¿Quién carajo sos? ¡Ya le mandamos la guita a Tobías ayer!
— ¿Pierre? —llamó el que estaba arriba, tratando de sonar firme.
Dos hombres aparecieron en la escalera, uno sujetando al otro desde atrás, apretándole algo contra la garganta.
— ¡Ha... Hans! Sí, soy yo....
— ¿Con quién venís?
El que venía atrás soltó al otro tipo, empujándolo escaleras abajo, y trepó en dos saltos hasta el segundo piso. Antes que el tal Hans pudiera reaccionar, el desconocido le cayó encima y de una sola patada le hizo saltar el 38 de la mano y lo mandó tambaleándose hacia atrás hasta chocar contra la pared. El alboroto hizo salir a los que seguían dentro del cuarto, pero el intruso se movía demasiado rápido. En unos pocos segundos derribó a dos y apresó al tercero, le dobló el brazo tras la espalda y le golpeó la cabeza contra la mesa. El tal Hans gateó gimiendo hasta donde cayera su arma e hizo un esfuerzo por pararse y volver a entrar.
— Dijo Tobías... —susurró Slash.
— ¿Van a intervenir? —inquirió Boss.
— Sí, estate atento a la desbandada —replicó Run—. Slash, ahora.
A través de los auriculares, Trash y Boss pudieron escuchar los ruidos y los gritos cuando sus dos compañeros irrumpieron en el precario laboratorio. Los fraccionadores estaban tan sorprendidos por ese nuevo ataque que no atinaron siquiera a tratar de huir, pero el primer agresor usó a uno de ellos de escudo cuando Slash lo apuntó. Run alzó una mano para evitar que disparara, y vieron asombrados cómo el desconocido retrocedía hacia las ventanas arrastrando al otro y, con un movimiento sorpresivo, rompía un vidrio, empujaba al hombre contra ellos y saltaba por la ventana rota.
— ¡Boss! ¡Arriba! —exclamó Slash, rechazando al tipo y corriendo hacia la ventana rota sin poder creer lo que acababa de ver.
Boss alzó la vista a tiempo para ver la sombra negra que caía con un revuelo de su sobretodo en un conteiner lleno de basura.
— ¡Lo tengo! —contestó, corriendo hacia el conteiner.
Slash giró entonces y se reunió con Run, que terminaba de acorralar a cuatro hombres pálidos, temblorosos y magullados en un rincón. Vio su seña y asintió sonriendo, dedicándose a tirar y romper todo lo que había sobre la larga mesa de madera medio podrida. Run enfrentó a los hombres sonriendo de costado con lástima.
— Ahora, a soltar la lengua —les dijo con suavidad.
Abajo, mientras tanto, Boss se asomó al conteiner con el rifle listo contra su hombro y vio al hombre medio hundido entre la basura, inmóvil. Se acercó un poco más para moverlo, pero antes que llegara a tocarlo un pie golepó con violencia el rifle, haciéndolo saltar de entre sus manos y empujándolo hacia atrás. Se irguió empuñando su 9 mm, sólo para ver el arco que describía el otro en el aire para caer con ambos pies contra su pecho, volteándolo, aterrizar en cuclillas junto a su cabeza y salir corriendo hacia la esquina más cercana.
— ¡Trash! ¡Va para allá! —jadeó entre maldiciones. Se puso trabajosamente de pie y corrió como pudo tras él.
El hombre dobló la esquina a toda velocidad, frenando en seco al ver la figura oscura que se surgiera de la nada frente a él, apuntándole a la cabeza con una Magnum con silenciador. Alzó un poco las manos y se inmovilizó con cautela. Trash frunció el ceño estupefacta.
— ¿Vos...? —gruñó.
Boss apareció entonces en la esquina, deteniéndose sorprendido por la escena: Trash bajaba el arma y se acercaba a paso rápido al tipo, que permanecía muy quieto en medio del callejón con las manos separadas del cuerpo.
— ¡Trash! ¿Qué mierda...? —resolló, todavía tratando de recuperar el aliento en su pecho dolorido. Levantó de nuevo su rifle e hizo puntería, listo para disparar si el tipo llegaba a atacarla.
Ella lo ignoró, y se detuvo a dos pasos del desconocido sin recuperarse de su sorpresa. La luz que venía de la calle tras ella le iluminaba las facciones, ocultas tras los largos mechones de pelo oscuro. Pero ahí estaban los ojos negros y brillantes, la sonrisa divertida, la cara morena de rasgos agradables.
— ¿Qué carajo hacés vos acá? —inquirió buscando su mirada.
Él rió por lo bajo. — Ésa es mi línea, vos deberías estar en cama después de...
Trash lo interrumpió poniéndole el cañón de su arma bajo la mandíbula.
— ¿Tenés algo que ver con los Sterne?
Al escuchar su acento, Boss sintió un poco de lástima por el tipo, quienquiera que fuese. Sin embargo, él meneó la cabeza y ella bajó el arma al instante.
— ¿Entonces qué...?
No llegó a terminar su pregunta. Él tomó su mano libre, puso la billetera entre sus dedos y le rozó los labios en un beso.
— Chau, Analía —susurró, y antes que Trash pudiera reaccionar, se iba corriendo.
Boss levantó el rifle para dispararle, pero ella lo detuvo con un gesto. Obedeció rezongando y fue a su lado. Trash ni lo miró, los ojos fijos en la salida del callejón, por donde el desconocido había desaparecido.