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CRAP
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- Episodio 10:
- Cuatro Días
- Primera Parte
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- Día
1
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- —
Me gustaría saber...
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- Pauline
me miró de costado y preferí callarme. Ya lo habíamos
discutido una docena de veces en el avión, y al menos dos
veces más desde el aeropuerto hasta esa esquina. A nuestro
alrededor se alargaba en todos los sentidos la zona
comercial de la capital, donde el precio del metro cuadrado
cubierto tiene más de cuatro ceros en dólares, donde parecía
imposible pensar en callejones oscuros, miseria, infelicidad.
Estábamos rodeadas por inmesos carteles luminosos y pantallas
callejeras, que se encendían mientras se cerraba la noche
sobre la gran ciudad. Pauline consultó su reloj.
-
- —
Si no viene en diez minutos nos vamos al hotel.
-
- Suspiré
ruidosamente. En diez minutos mis pies iban a ser dos bloques
de hielo. El viento se arremolinaba en esa esquina flanqueada
de rascacielos. El poco cielo visible a través de la multitud
de luces no mostraba ninguna estrella. Por el contrario,
estaba cubierto de nubes pesadas y oscuras como la tinta.
-
- —
Está por llover —comenté a título informativo, pero no
obtuve respuesta: los ojos oscuros de Pauline estaban fijos en
la paretada masa de gente que avanzaba hacia nosotras a través
de la calle.
-
- —
Ahí viene —susurró con acento tenso.
-
- Me
envaré involuntariamente y seguí la dirección de su mirada
sabiendo que lo hacía en vano, porque no conocía a la
persona con quien debíamos encontrarnos ahí. Un hombre que
rondaba los treinta años se detuvo a pocos pasos de nosotras
y nos estudió con ojos especulativos. Vestía un traje oscuro
y un grueso sobretodo negro, las manos cubiertas por guantes
de cuero. Paula se adelantó sin vacilar, la esperé donde
estaba. Vi las rápidas inclinaciones de cabeza al saludarse,
los escuché hablar en voz baja, no me molesté por tratar de
entenderlos. Pauline se volvió enseguida hacia mí y advertí
que sus labios trataban de dibujar una sonrisa, la primera que
le veía desde que recibiera el mail de la Universidad
notificando que su hermana no había asistido a clase en la última
semana. Me dirigió un fugaz cabeceo y volió a enfrentar al
hombre. Me acerqué, ella nos presentó y lo seguimos en
silencio.
-
- Mientras
caminábamos, mi amiga me explicó que el hombre, un tal
Rodolfo Arenas, era un profesor del Centro de Altos Estudios
donde su hermana estaba cursando la beca, y era quien le había
mandado el mail. Según le dijera a Pauline por teléfono
apenas aterrizamos, estaba casi seguro de tener alguna
información sobre el posible paradero de Silvie. Así que allá
íbamos, sin tener idea adónde, en el auto del profesor
Arenas. Las luces y el bullicio de la zona comercial quedaron
pronto atrás, aunque la zona por la que transitábamos seguía
siendo céntrica. Nos detuvimos frente a un bar y Arenas nos
invitó a entrar con él. Nos hablaba con acento amable y su
sonrisa era cordial a pesar de no conocernos, y tanto Pauline
como yo nos distendimos, sintiendo que podíamos confiar en él
y en la buena voluntad que hasta ahora venía mostrando. El
bar estaba lleno de gente joven e informal, parejas en las
mesas contra la pared, grupitos de chicos y chicas en las
centrales, aunque vi varios reservados ocupados por hombres de
traje con aspecto de ejecutivos. Arenas pidió un aperitivo
con alcohol, pero Pauline y yo optamos por café para volver a
entrar en calor después del plantón de media hora en esa
esquina helada y ventosa. La diferencia de temperatura con el
exterior pronto nos hizo efecto y tuvimos que disculparnos
para ir al baño.
-
- —
Parece buen tipo —comenté mientras nos arreglábamos la
ropa.
-
- —
Silvie estaba muy enganchada con él. Es el flaco del que nos
contaba en sus mails.
-
- Noté
que hablaba de su hermana en pasado y sentí un retorcijón en
el estómago, pero preferí no hacer comentarios. Cuando volvíamos
a la mesa vimos a Arenas hablando al oído de un muchacho de
unos veinticinco años, vestido enteramente de negro, con la
larga melena rubia recogida en una cola. Se separaron antes de
que llegáramos junto a ellos, el muchacho se fue sin siquiera
saludarnos. Vi que se sentaba a la barra y hablaba por
celular, y tuve la impresión de que nos lanzó una mirada de
reojo mientras lo hacía. Es la paranoia del cansancio,
pensé. Apenas había podido dormir en el avión, y después
de despachar nuestro equipaje al hotel donde Pauline había
hecho las reservas, habíamos ido directamente a encontrarnos
con Arenas, sin siquiera parar a darnos una ducha o comer
algo. Las dos estábamos agotadas y nerviosas. El nuestro
distaba de ser un viaje de placer.
-
- No
sé por qué me quedé mirando al muchacho que había hablado
con Arenas. Él y Pauline conversaban en susurros ahora; ella
hacía preguntas, Arenas contestaba con pocas palabras, pero
su tono parecía tranquilizador. Yo los escuchaba como en
sordina. Había mucho calor en ese local. Y el café que había
tomado tenía cognac o algo así. Y tenía sed y hambre, y una
ganas de dormir un día entero... Si me hubiera preocupado por
preguntarle antes a Pauline la dirección o el nombre del
hotel en el que nos alojaríamos, me habría excusado con
ellos y me habría ido en ese mismo momento. Pero ahora no me
animaba a interrumpirlos. Me acodé en la mesa y apoyé la
cara en mis manos, sosteniéndome la cabeza y tratando de no
quedarme dormida. Había calor, tenía mucha sed, estaba
extenuada, el ruido ambiente parecía un zumbido persistente
en mis oídos y había cada vez más humo en el aire, como si
no hubiera extractores funcionando. La idea del humo me dio
ganas de fumar, pero el solo pensar en sacar el atado del
fondo de mi mochila me daba tedio. Creí reconocer la música
de fondo: el último éxito del pop inglés. Para mantenerme
despierta me entretuve tratando de entender qué decía la
letra, pero creo que el esfuerzo mental resultó demasiado
para mí.
-
-
-
- *
* *
-
-
-
- Frío.
Hacía mucho frío. La calefacción del hotel debía estar
fallando, o la maniática de Pauline había dejado una ventana
abierta para que se fuera el olor a cigarrillo. Si me pesco
una pulmonía, ella me va a pagar los remedios. Encima la
cama parecía de piedra. Lo malo del viaje apresurado y con
poca plata. Me hice un ovillo y tanteé las cobijas para
taparme mejor el cuelo. Sí, Pauline había dejado abierta una
ventana, porque sentía una corriente de aire helado en la
nuca. La fría humedad de la frazada me despabiló, y lo que
vi al abrir los ojos terminó de despertarme. Me senté de un
salto mirando a mi alrededor azorada: estaba en el banco de
una plaza, sola, y lo que había creído la frazada era el
tapado de Pauline. Era noche cerrada y garuaba, gotas
diminutas que el frío de la noche congelaban, dando la
impresión de que neviscaba. No sabía qué hacer, qué
pensar. ¿Qué hacía ahí? ¿Dónde estaba Pauline? ¿Cómo
había llegado a esa plaza desde el bar al que fuéramos con
Arenas? Esos momentos en los que una reacciona como menos se
lo espera: me sentí aliviada al ver mi mochila en el banco,
apretada contra el respaldo de piedra. Cuando me di cuenta me
sentí una estúpida.
-
- Bien.
Mi amiga había desaparecido. No sabía dónde estaba, era de
noche, no conocía
la ciudad y apenas el idioma, ni siquiera sabía el nombre del
hotel donde mi valija debía estar pasándola mucho mejor que
yo... Me resultó claro que no podía quedarme ahí como la
estúpida que era. Tengo que llegar a la embajada, pensé.
Pero era obvio que no tenía sentido tratar de encontrarla en
plena noche. Las calles que circundaban la enorme plaza
estaban desiertas, y dudaba encontrar a alguien que pudiera
orientarme a esa hora. Revisé mi mochila y comprobé
confundida que mis documentos y mi billetera estaban ahí, y
que al parecer no me habían robado nada. La situación se había
más incomprensible a cada momento. Decidí que lo mejor era
encontrar un lugar dónde tomar algo caliente y esperar la mañana.
Tal vez entonces pudiera recordar o entender qué había
pasado.
-
- Me
colgué la mochila, me eché el tapado de Pauline sobre los
hombros y miré a mi alrededor. Cualquier dirección parecía
igual de buena, así que opté por ir hacia la derecha, donde
más allá de los edificios a oscuras, las nubes reflejaban más
luz.
-
-
-
- *
* *
-
-
- No
sé cuánto caminé, pero ya había entrado en calor cuando un
ruido como de chapa golpeada me arrancó de mi
ensimismamiento. Levanté la vista y advertí que estaba en la
esquina de un callejón oscuro que olía a basura vieja. Al
observal la calle que había elegido para “ir hacia la
luz”, noté por primera vez que además de desierta estaba
muy mal iluminada, que los edficios a ambos lados tenían
fachadas descuidas, que las paredes estaban pintadas con
leyendas, que este callejón no era el único. Encima me
metí en el mejor barrio, pensé, furiosa conmigo misma. Y
seguro que en medio de una guerra de pandillas. Otra vez
ruido de chapa golpeada a mis espaldas, como algo pesado que
cae, un hombre gritó con voz ronca, una risotada le respondió,
otro grito que se ahogó en un gemido.
-
- No
giré para mirar, sino que apreté el paso hasta casi correr,
buscando desesperada una calle transversal que me sacara de ahí.
Me había alejado unos cien metros del callejó cuando escuché
pasos fuertes detrás de mí. Varias personas se acercaban
corriendo, gritándose entre sí. Una persiana se cerró con
estrépito por encima de mi cabeza; el estampido seco,
inconfundible de un disparo despertó ecos en la calle
desierta.
-
- Me
aparté hasta casi pegarme a la pared, dejándoles todo el
lugar posible para que pasaran y rezando para que el tapado
negro de Pauline y la penumbra bastaran para ocultarme. Me
alcanzaron demasiado pronto; dos tipos me pasaron por al lado
sin verme siquiera, otro me llevó por delante y me tiró en
medio de un charco de barro; no se molestó en fijarse con qué
había tropezado: recuperó el equilibrio sin detenerse y
volvió a correr a largas zancadas. Los pasos de los que venían
atrás ya estaban junto a mí mientras yo trataba de pararme
sintiendo que el codo izquierdo me dolía tanto que me llegaba
del hombro a la punta de los dedos, todo el brazo convertido
en codo y en dolor. Otros tres tipos pasaron a toda carrera
cuando yo terminaba de incorporarme apoyándome en la pared.
Uno de ellos se detuvo bruscamente, giró hacia mí y saltó
extendiendo su brazo con algo que despidió destellos metálicos.
Sólo atiné a encogerme, hundiendo la cabeza entre los
hombros y levantando el brazo lastimado. Debo haber emitido
algún sonido, porque el hombre bajó el brazo y su arma y se
acercó dos pasos. Su sombra se proyectó larga y oscura en la
vereda y trepó por la pared, tapando el farol tras él.
-
- —
¿Quién sos?
-
- —
Disculpe... yo... —fue cuanto pude articular, sintiendo que
el frío que me recorría de pies a cabeza no se debía a la
baja temperatura ambiente.
-
- —
¡Hablá!
-
- Su
voz era amenazante y no parecía agitado por la corrida. La
luz tras él dibujo una melena corta y clara. Era por lo menos
una cabeza más alto que yo. No me acuerdo qué le contesté.
Él se corrió para exponerme a la luz y pude ver el ceño
fruncido tras varios mechones de pelo casi rubio que le caían
sobre la cara. Retrocedió para mirar hacia el callejón del
que había venido, después miró hacia donde sus compañeros
habían seguido persiguiendo a los otros tres. Su boca era una
línea estrecha y breve con un rictus descendente. Volvió a
mirarme brevemente, de costado. Cuando habló, la inesperada
serenidad de su acento me sorprendió.
-
- —
¿Estás bien? —a pesar de la amabilidad de su pregunta, su
tono era frío como el aire que ya empezaba a quemarme la
garganta. Parecía disgustado por el encuentro.
-
- Asentí,
él también. Quise preguntarle cómo llegar a algún lugar
menos peligroso pero él había girado hacia el callejón.
Alguien se acercaba desde ahí.
-
- —
¿Y? —le preguntó.
-
- —
Nada. No largó palabra —contestó el otro, y a juzgar por
su voz era un muchacho de mi edad.
-
- El
que estaba frente a mí giró hacia el otro lado de la calle.
Sus dos compañeros volvían a paso rápido, podía ver el
vapor de su respiración nimbando sus cabezas. Estuvieron los
cuatro reunidos frente a mí en menos de un minuto. Yo no me
animaba más que a respirar, manteniéndome muy quieta y
pegada a la pared, sosteniéndome el brazo lastimado con el
sano. El alto se desentendió de mí para cruzar unas palabras
con los otros. Uno de pelo largo, con una cicatriz cruzando su
nariz, meneó la cabeza resoplando.
-
- —
Va rengo, pero los otros lo ayu... —se interrumpió al
advertir mi presencia.
-
- Me
miró con los ojos muy abiertos de sorpresa y luego miró
interrogante al alto. Éste murmuró algo con un cabeceo
negativo. El de pelo largo se me acercó con una sonrisa que
me hizo temblar. Joven extranjera de veinte años es
encontrada muerta en un callejón, pensé, imaginando los
titulares... si alguna vez encontraban mi cuerpo...
-
- —
Hola —me saludó, y su acento era amable y hasta divertido.
-
- Seguramente
mi cara hablaba claro de lo que estaba pensando, porque largó
una risita, meneó la cabeza y me tendió una mano enguantada
de negro. Le miré la mano como quien mira una víbora
venenosa.
-
- —
¿Qué estás haciendo acá a esta hora? —me preguntó.
-
- Traté
de ordenar mis escasos conocimientos lingüísticos y traté
de explicarles que no era de ahí, que estaba perdida, que no
sabía dónde estaba mi amiga ni dónde quedaba mi hotel. El
de pelo largo volvió a sonreír, ahora comprensivo, y se
volvió hacia los otros. El que llegara desde el callejón
era, efectivamente, un muchacho apenas mayor que yo y llevaba
un rifle colgando del hombro. El cuarto era un chico de
expresión huraña. El alto volvió a mirarme de costado y se
encogió de hombros, desentendiéndose del asunto; después
guardó su pistola bajo la ropa y se alejó hacia el callejón.
El chico me dirigió una dura mirada y se apresuró a seguirlo
en silencio, el del rifle me dedicó una sonrisa simpática
antes de ir tras ellos. El de pelo largo me hizo un gesto con
la cabeza para que los acompañara. No oculté mi
desconcierto, él volvió a reír por lo bajo.
-
- —
No vas a llegar muy lejos sola. Vení, nosotros te vamos a
ayudar.
-
- Cuatro
tipos armados, salidos de un callejón y de una pelea... no
era precisamente la clase de ayuda que esperaba encontrar.
Pero lo que me había pasado parecía darle la razón. Y no
tenía el coraje para contradecirlo. No me animé a suspirar,
asentí con la vista baja y fui con él.
-
-
-
- *
* *
-
-
-
- A
dos cuadras de ahí tenían estacionado un jeep de doble
tracción último modelo. El de pelo largo se acomodó tras el
volante y el alto a su derecha, el del rifle me invitó a
sentarme entre él y el chico huraño. Un momento después nos
alejábamos a toda velocidad del barrio oscuro, cruzábamos
demasiado rápido para mi gusto una zona más transitada y nos
desviábamos por otra calle hasta un acceso a una autopista.
Yo me mantenía inmóvil y encogida en el asiento de atrás,
hombro con hombro con los otros dos, apretando mi mochila
contra el pecho como si fuera un escudo. Nadie pronunció
palabra hasta que estuvimos en la autopista. Entonces el chico
se inclinó hacia adelante y habló al oído del alto.
-
- —
Preguntales —replicó el alto y tornó a mirar hacia afuera.
Entonces el del rifle me enfrentó y notó que me sostenía el
brazo izquierdo.
-
- —
¿Estás lastimada?
-
- Moví
la cabeza tratando de sonreír. —No es nada, me golpeé un
poco al caer —contesté, tratando de que mi voz no temblara
demasiado.
-
- —
En casa te voy a revisar —dijo el de pelo largo—. Y mañana
a la mañana te llevo a tu embajada.
-
- El
del rifle me estudió un momento. — ¿Cómo perdiste a tu
amiga?
-
- Hice
una mueca, era difícil de explicar porque sabía que iba a
sonar absurdo e inverosímil. Pero poco a poco me iba
sintiento más animada, a pesar del frío, del miedo y el
dolor. Empezaba a pensar que no iba a terminar muerta en una
zanja y que los cuatro pandilleros no eran tan mala gente... Más
me vale que no lo sean. Así que les conté para que habíamos
viajado Pauline y yo, y cuanto recordaba del bar hasta
despertarme en la playa. Mientras yo hablaba, el alto giró
para lanzarme una de esas miradas que parecían cuchillos, sin
apartar sus ojos verdes de mí aun después de haberme
callado. El de pelo largo rió por lo bajo.
-
- —
Extranjeras que desaparecen —dijo—. Me suena, me suena.
-
- —
¿Cómo dijiste que se llamaba el tipo que las llevó al
bar?—me expetó el alto, todavía mirándome con fijeza.
-
- —
Arenas... Rodolfo Arenas... creo... —murmuré, intimidada
por la frialdad de su acento y sus ojos.
-
- —
De ése no nos djireno nada —murmuró el chico.
-
- Me
atreví a fruncir el ceño con un gesto interrogante, el alto
desvió la vista hacia el chico, que se echó hacia atrás en
el asiento con un gruñido, luego volvió a acomodarse en su
asiento mirando para adelante y nadie volvió a hablar.
-
- —
Soy Slash, mucho gusto —dijo después el de pelo largo,
sonriéndome por el espejo retrovisor, evidentemente para
cortar la tensión del ambiente—. A mi derecha Run, y al
lado tuyo Trash y Boss.
-
- —
Mi nombre es Cecile —dije, logrando al fin devolverle la
sonrisa.
-
- Mientras
hablábamos redujo la velocidad y salió de la autopista en el
extremo de un parque enorme, tomó una de las calles que lo
bordeaban y condujo hacia un barrio residencial, de casas
bajas y veredas con árboles añosos, hasta detenerse frente a
un jardín sin luces. Boss, el del rifle, se apresuró a
bajarse y me indicó que lo siguiera. El único que no se apeó
fue Slash, que me guiñó un ojo sonriendo de nuevo.
-
- —
Voy a guardar el auto —dijo, volviendo a arrancar.
-
- Los
otros tres ya habían cruzado el jardín y entrado a la casa a
oscuras. El alto, Run, estaba de pie junto a la puerta, a
todas luces esperando que yo entrara también. Pasé junto a
él sintiendo un escalofrío, y que se me ponía la piel de
gallina al escucharlo cerrar la puerta detrás de mí. Bien.
Ya estaba hecho. Que sea lo que Dios quiera, pensé. El
recibidor se abría a un living comedor cálido y bien
iluminado, y en el otro extremo vislumbré la barra del
desayunadero, que separaba el comedor de la cocina. Run se
deslizó a mis espaldas por una puerta lateral (tuve otro
escalofrío cuando su abrigo me rozó el brazo) y lo escuché
caminar por lo que supuse un pasillo. Boss estaba calentando
café y me indicó que me sentara, otra puerta se abrió tras
él, en la cocina, y Slash apareció con un botiquín. Boss
hizo una mueca al verlo y se volvió hacia mí.
-
- —
Tal vez quieras darte una ducha antes de curarte el brazo.
-
- Lo
enfrenté desconcertada. ¿Que me bañara ahí? ¿Qué estaba
diciendo?
-
- —
Si estás como tu tapado, te va a venir bien un baño
caliente...
-
- Recién
entonces noté el estado lastimoso en el que estaba. El tapado
de Pauline estaba todo embarrado, igual que mis jeans, que se
habían roto en una rodilla al caerme. En realidad toda yo
estaba manchada de barro, ahora podía sentir las costras
secas en la cara, y la mano que me pasé por el pelo quedó
enredada entre los mechones pegoteados y húmedos. Boss me
alcanzó un tazón humeante sonriendo de costado.
-
- —
Tomate esto y después te fijás qué querés. Trash y yo te
podemos prestar ropa limpia.
-
- Bajé
la vista turbada, sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas.
Desde que Pauline viniera a casa sólo cuatro días atrás a
decirme que tenía que acompañarla a buscar a su
hermana, las cosas habían sucedido demasiado rápido. Sobre
todo desde que me despertara en esa plaza. De pronto las
palabras y los gestos amables de estos desconocidos parecían
surtir el mismo efecto que el abrazo de un amigo en un mal
momento. Temblaba de pies a cabeza, y casi me volqué encima
el café al querer probarlo. Dejé la taza en la mesa sin
animarme a alzar la vista.
-
- —
Boss tiene razón —terció Slash con su acento amable—.
Una ducha te va a ayudar a sentirte mejor.
-
- Sentí
la presión suave de su mano en mibrazo sano y cerré los ojos
con fuerza, pero no pude evitar que cayeran varias lágrimas.
-
- —
Necesito que me contestes unas preguntas —dijo una voz
tranquila y fría detrás de mí, obviamente Run—. Mejor que
te despejes primero. Boss, mostrale el baño.
-
- Me
incorporé todavía con la vista baja y seguí a Boss a través
de un pasillo hasta el baño. Él abrió por mí la ducha y me
alcanzó toallas limpias.
-
- —
Voy a buscarte la ropa —sonrió, y salió cerrando la puerta
sin ruido.
-
- Me
costó desvestirme, el brazo izquierdo me dolía bastante y
las manos me temblaban. Pero apenas estuve bajo aquella luvia
de agua caliente agradecí la sugerencia. Boss volvió
enseguida, llamó y se asomó apenas lo necesario para dejar
la ropa en el piso frente a la puerta. Cuando lo hizo escuché
a los demás hablando en la cocina, como si discutieran algo,
pero no me importaba. Era como si el agua no sólo se llevara
el barro, sino también el frío y el cansancio, hasta el
miedo. Cerré los ojos limitándome a sentirla caer y correr
sobre mí, respirando cada vez con más calma.
-
- Debo
haberme adormecido, parada bajo la ducha, porque unos golpes
en la puerta del baño me sobresaltaron y reconocí la voz de
Slash preguntándome si estaba bien. Le dije que enseguida salía
y lo escuché alejarse.
-
- Me
desconcertó encontrar hasta ropa interior entre lo que Boss
me dejara, hasta que de pronto comprendí que Trash, a quien
yo tomara por un chico, debía ser una chica. El jean también
tenía corte de mujer, lo cual confirmó mi razonamiento, y un
remerón, buzo y medias completaban la muda. Éstos últimos
me quedaban bastante grandes; no importaba, siempre uso ropa
tres talles más grandes, y la que me dejaran despedía ese
aroma inconfundible de la ropa recién lavada y secada al aire
libre y al sol. Me vestí y me reuní con los cuatro en la
cocina. Allí, volviendo a mirar a Trash, que fumaba con su
expresión hosca en la cocina, comprobé que había estado en
lo cierto: era una chica de mi edad. Slash me señaló una
silla junto a él y abrió el botiquín indicándome que le
dejara ver mi brazo. El codo había perdido su forma aguzada,
hinchado y morado bajo una costra delgada de sangre seca que
subía hacia el hombro, y el hematoma que se estiraba unos
diez centímetros para arriba y otros tantos para abajo. Slash
me desinfectó el raspón mientras Boss volvía a servirme café
y se sentaba al otro lado de la mesa frente a una laptop, a
seguir trabajando en algo. Run permanecía de pie, cruzado de
brazos, apoyado contra la barra del desayunadero. Procuré
ignorarlo, pero sentir esos ojos claros fijos en mí me ponía
más que nerviosa. Boss se
echó hacia atrás en su silla y lo miró con un cabeceo
afirmativo. Entonces Run se acercó un paso hundiendo las
manos en los bolsillos.
-
- —
¿Te acordás el nombre del lugar adonde las llevó ese
Arenas?
-
- Alcé
la vista deplorando tener que enfrentarlo y meneé la cabeza.
-
- —
¿Lo reconocerías si lo vieras?
-
- —
¿A Arenas o al bar?
-
- —
Si fuera a los dos, mejor.
-
- Asentí
sin vacilar. Run amagó a formular otra pregunta, pero Slash
lo interrumpió.
-
- —
Ahora contanos lo de tu amiga —dijo, terminando de vendarme
el raspón por encima del codo—. ¿Cuándo supieron que había
desaparecido?
-
- Les
conté lo poco que sabía: que Arenas le había escrito a
Paula diciéndole que su hermana había falta do una semana
entera a clases, y que al ir a su departamento le habían
dicho que hacía varios días que no la veían. A lo que sabía,
Silvie había sido vista por última vez diez días atrás.
-
- —
Salió con Arenas, creo que a bailar. Él la acompañó hasta
su departamento a la madrugada y la dejó ahí, pero al día
siguiente no apareció en el Centro de Estudios...
-
- —
Ningún lerdo, el profesor —gruñó Trash desde la cocina.
-
- —
Todo esto se los contó él mismo, cuando fuero a ese bar...
—terció Boss.
-
- —
Ya le había explicado algo a Pauline, por teléfono. Hacía
un mes que salía con Silvie, aunque nadie en el Centro de
Estudios lo sabía.
-
- Run
consultó la hora con una mueca.
-
- —
Ahora ya es tarde para nada. Mañana a primera hora te
llevamos a la embajada para hacer la denuncua, y después a tu
hotel.
-
- No
oculté mi sorpresa. — Pero si ni siquiera sé...
-
- —
Kilton III —intervino Boss con un guiño—. Acabamos de
rastrear en la red tus reservas. Disculpame, pero tuve que
usar tu pasaporte para hacerlo.
-
- Asentí
en silencio, qué le iba a decir. Run cruzó el estar hacia la
puerta del corredor.
-
- —
Hasta mañana —dijo, sin mirarnos siquiera.
-
- Trash
lo siguió de inmediato, sin siquiera saludar. Boss no tardó
en irse también, Slash se incorporó sonriéndome.
-
- —
Vení, esta noche te cedo mi cama.
-
- Me
paré vacilante. — Pero... si ya sabemos mi hotel... pido un
taxi... no quiero seguir molestándolos.
-
- Slash
largó una risita palmeándome el hombro sano.
-
- —
Mejor que esta noche no vuelvas a salir. Vamos a dormir, y
bienvenida al país.
-
- Me
mostró su habitación, al fondo del pasillo junto al baño, y
me dejó sola. Las piernas volvían a temblarme, como el resto
del cuerpo, pero ahora de cansancio. Ignoraba por qué no
estaba tan preocupada por Pauline y Silvie, por qué me sentía
tan segura de que ellos me ayudarían a buscarlas y que las
encontraríamos. No tenía ánimos de cuestionamientos. Preferí
atribuirlo al agotamiento y me dormí antes de apoyar la
cabeza en la almohada.
-
-
-
- *
* *
* *
-
-
-
- Día
2
-
-
-
- Me
desperté sobresaltada. Ya era de día y Slash estaba en medio
de la habitación, con expresión culpable como si lo hubiera
sorprendido entrando a robar.
-
- —
Disculpá, no quería despertarte, pero anoche me olvidé de
sacar ropa limpia y...
-
- Le
sonré, divertida por su cara, y me desperecé.
-
- —
Tu cama es la mejor que haya usado en años —dije—. ¿Qué
hora es? ¿Dormí mucho?
-
- Él
sonrió también y empezó a revolver su placard.
-
- —
Son las nueve y algo. Si tenés hambre, el desayuno está
listo —contestó, ya había encontrado lo que buscaba y se
detuvo antes de salir—. Pero apurate, que Boss es una piraña
famélica a esta hora.
-
- Me
levanté apenas se fue y lo encontré sentado a la mesa con
Boss, que leía el diario mientras devoraba un desayuno
americano vestido con ropas de ejercicios, como si acabara de
volver de una corrida matinal. Decliné cortésmente el
ofrecimiento de sandwiches, waffles con dulce,jugo y frutas y
preferí una taza de café y un poco de pan tostado, añorando
los desayunos en mi propia cocina, con el sol entrando por la
ventana y nada de ruido ciudadano, exactamente como ahora... Pero
a varias horas de avión y dos desapariciones de casa...,
pensé desanimada. Run entró entonces desde el corredor. Vestía
jeans impecables, una polera blanca bajo un suéter oscuro de
lana fina, una chaqueta de cuero cuyos faldones caían hasta
mitad de los muslos; el pelo mojado indicaba que acababa de
salir de la ducha. Chequeó la hora y me miró, tomando un
juego de llaves de la pared junto a la puerta.
-
- —
Te espero afuera, no quiero salir tarde —dijo, y salió.
-
- Sin
detenerme a pensarlo me volví hacia Slash, que sonrió de
costado al ver mi cara.
-
- —
Gruñe pero no muerde, no te preocupes —dijo sacando un
cigarrillo.
-
- —
No irás a fumarme en la cara... —terció Boss.
-
- —
Tranquilo, atleta, voy a esperar a que te vayas —me miró
cabeceando hacia la puerta—. ¿Vamos?
-
- Salí
tras él de la casa al jardín delantero, donde varios rosales
mostraban al sol algunos capullos tempranos. Run me esperaba
tras el volante del jeep, Slash me hizo un gesto de despedida
cerrando el portoncito de la cerca frente al garage. El camino
hasta la embajada fue rápido y silencioso. Run mantenía la
vista fija al frente, yo opté por mirar por la ventanilla la
ciudad que ya bullía con la actividad diurna. Me sentía incómoda
con esa cara inexpresiva, esos ojos fríos y ese silencio por
única compañía, y fue un alivio cuando nos detuvimos frente
al moderno edificio adornado con la vieja y querida tricolor
en lo alto de los mástiles. Pero el trámite resultó
demasiado breve para su importancia y para mi gusto. Volví a
la calle sintiendo un vacío en el estómago y las mejillas
ardientes de rabia, prendí un cigarrillo con brusquedad. Era
una mañana fría y luminosa, pero a mí me parecía el día más
oscuro que recordara en los últimos años. Run, que me
esperaba junto al jeep, se adelantó a mi encuentro al verme
salir.
-
- —
¿Qué te dijeron?
-
- Tardé
en contestar, tratando de calmarme. Me encogí de hombros.
-
- —
Haremos lo posible, le notificaremos cualquier novedad, manténgase
en contacto, bla, bla, bla. Burócratas de mierda.
-
- —
Nosotros la vamos a encontrar.
-
- Alcé
la vista sorprendida, encontrando sus ojos, de ese raro color
verde dorado, brillantes por encima de los lentes oscuros.
Sostuvo mi mirada sin pestañear, después cabeceó en dirección
al jeep.
-
- —
Vamos a tu hotel.
-
- Mientras
volvíamos a perdernos en la maraña de tránsito del centro,
junté ánimos para interrogarlo y me acomodé en mi asiento
de manera de poder verle bien la cara.
-
- —
¿Qué fue eso que dijo Slash anoche, acerca de extranjeras
que desaparecen? ¿Y lo que dijo Trash cuando nombré a
Arenas?
-
- Los
labios de Run formaron una apretada curva descendente y entornó
los ojos. Era obvio que no me iba a contestar, pensé
disgustada.
-
- —
¿Cómo son tu amiga y la hermana? —preguntó a su vez—.
Su aspecto físico.
-
- Busqué
mi portadocumentos y saqué una foto de las tres que Pauline
me había hecho guardar ahí. Nos la habíamos sacado en el
aeropuerto el día que Silvie se fuera del país a cursar su
beca. Se la mostré cuando paramos en un semáforo. Run le echó
una ojeada rápida y me miró de costado.
-
- —
Trata de blancas —dijo, arrancando—. Te dejaron en esa
plaza porque no les servías. Buscan chicas morenas, de tipo
latinas, para divertir a clientes extranjeros. Tuviste suerte
de que no te mataran.
-
- Sentí
más frío que la noche anterior al despertarme en ese banco
de piedra. Run volvió a mirarme fugazmente.
-
- —
Te dije que las vamos a encontrar. No las matan ni las sacan
de la ciudad.
-
- Yo
seguía sin poder articular palabra, él dejó la avenida por
la que íbamos y después de hacer un par de cuadras por la
calle transversal se detuvo frente a un edificio de diez pisos
y fachada recién pintada.
-
- —
El hotel.
-
- Abrí
la boca, pero no tenía nada para decir y volví a cerrarla.
Sus palabras parecían retumbar en mi cabeza como cañonazos.
Solté el cinturón de seguridad y me bajé del jeep con
movimientos mecánicos. Así entré a la recepción, chica
pero limpia y agradable, todavía tratando de coordinar al
menos dos ideas coherentes acerca de la situación. Run debió
darse cuenta, porque se me adelantó a hablar con el conserje.
La respuesta vino después de una breve consulta con la
terminal del mostrador: las reservaciones a nuestro nombre habían
sido canceladas por la señorita Roigny la noche anterior.
Ahora Run bajó la voz, fue una frase breve y rápida. El
conserje chequeó algo en su terminal, le mostró el monitor
meneando la cabeza, Run le dijo algo más y el conserje llamó
a un chico de uniforme, que se fue y volvió enseguida con mi
valija negra, de la que todavía colgaban los tickets del avión.
Run la agarró diciéndole algo más y me hizo señas de que
saliera con él.
-
- —
¿Sabés dónde vivía la hermana de tu amiga? —inquirió,
acomodando mi valija en el asiento de atrás.
-
- Le
dirección y le pregunté qué había pasado.
-
- —
Hacen que parezca un viaje corto. Llevan a las chicas a sus
casas a buscar un bolso con ropa, para que las vean irse vivas
y con alguien. Anoche tu amiga vino al hotel con un tipo,
canceló las reservas y se llevó sus cosas, pidiendo que
guardaran las tuyas hasta hoy a la tarde.
-
- Me
hundí en el asiento, dejándome cegar por el brillo del sol
en el parabrisas. Todo daba vueltas a mi alrededor. Cuando
llegamos al edificio donde había estado viviendo Silvie, Run
no se molestó en hacerme bajar. Volvió enseguida y nos
fuimos sin cruzar palabra.
-
-
-
- *
* *
-
-
-
- Boss
estaba en el jardín cuando volvimos, revisando el motor de
una moto, y Trash salió apenas nos detuvimos frente al garage
cerrado. Cruzó una mirada con Run al tiempo que mostraba un
disco en su mano y cabeceó señalando el interior de la casa,
volvió a entrar en silencio. Él tampoco dijo nada. Él y la
chica no parecían necesitar palabras para entenderse a la
perfección. Boss se acercó a nosotros e insistió en
ayudarme a bajar.
-
- —
Voy a ver qué hay —le dijo Run, adelantándose hacia la
casa.
-
- Boss
me sujetó con suavidad el brazo sano y me dejé llevar dando
la vuelta al jardín y hasta la puerta de la cocina como una
zoombie. Allí me dejó con una de sus sonrisas simpáticas,
señalándome la cafetera, y se fue hacia los dormitorios. Sin
detenerme a pensarlo puse a calentar el café y prendí un
cigarrillo. Creo que no terminé de reaccionar hasta que quise
buscar una taza y me di cuenta de que esa cocina no era la mía
y que no sabía dónde estaban las cosas. Escuché pasos, giré
para encontrar a Slash sonriendo.
-
- —
Me alegra que tengas ojos claros —dijo, sacando dos tazas
del muebe de sobremesada—. Ser tan gringa puede haberte
salvado la vida. ¿Azúcar?
-
- Mis
ojos se habían quedado clavados en las tazas, alcé la vista
frunciendo el ceño. Slash rió por lo bajo alcanzándome el
café.
-
- —
Confía en nosotros: todo va a ir bien.
-
- Suspiré
desviando la vista. — ¿Qué pueden hacer ustedes por
ayudarme? ¿Y por qué lo harían, si pudieran?
-
- Slash
me instó a sentarme a la mesa y dejó un cenicero frente a mí,
él se sentó a horcajadas en una silla y cruzó los brazos
sobre el respaldo, el cigarrillo subiendo y bajando entre sus
labios mientras hablaba.
-
- —
¿Acaso importa por qué? Podemos hacerlo, así que lo vamos a
hacer, y listo.
-
- Bajé
los ojos, que me ardían; tenía la garganta cerrada de
angustia. Me paré y le di la espalda con la excusa de
servirme más azúcar. No quería seguir llorando, y menos
frente a uno de ellos. En realidad, no quería absolutamente
nada de lo que me rodeaba en ese momento. Sólo podía pensar
en estar en casa viendo películas con Pauline, como solíamos
hacer los fines de semana. Respiré hondo, volví a
enfrentarlo tratando de sonreír.
-
- —
Creo que un poco de aire fresco me haría bien —dijo— ¿Queda
muy lejos el río?
-
- Slash
me observó con mirada crítica, como evaluando si en mi
estado emocional (un desastre) convenía dejarme salir sola.
Abrió la boca para hablar, pero el sonido de pasos en el
corredor lo interrumpió. Run entró al estar con un sobre
marrón, seguido por los otros dos.
-
- —
El jeep —dijo.
-
- Slash
asintió y me dirigió una última sonrisa antes de irse. Run
me dio las fotos que traía en el sobre. Una docena de hombres
y una docena de bares. No hacía falta que me explicara para
qué me las mostraba. Ni siquiera me detuve a preguntarme de dónde
las habían sacado ni por qué. Les señalé a Arenas y el
lugar adonde nos llevara. Run y Trash intercambiaron una
mirada y él le tendió las fotos que yo apartara.
-
- —
Era hora —murmuró ella con una mueca, estudiándolas.
-
- Boss
me enfrentó con una sonrisa vacilante. — ¿Te animarías a
volver a ese bar?
-
- Me
encogí de hombros. La idea no resultaba nada atractiva, pero
resultaba obviamente necesario para empezar a buscar a Pauline
y a Silvie. Mi consentimiento pareció suficiente para
ponerlos en movimiento. Trash manoteó su campera del perchero
y se la puso con una mirada de costado a mi valija, que
quedara contra la pared junto a la puerta. Sus ojos se
encontraron con los de Run, que asintió con un fugaz cabeceo.
Ella sólo arqueó las cejas y salió. Realmente esos dos
parecían comunicarse con telepatía. Él volvió a dejar el
comedor hacia los dormitorios. Entonces noté que Boss traía
la laptop bajo el brazo y la estaba conectando para usarla en
la mesa. Me sentí un estorbo. Reparé en las bolsas de
supermercado sobre la mesada de la cocina. Carraspeé para
atraer la atención de Boss, que me instó a hablar sonriendo
como siempre.
-
- —
¿Estará muy mal si cocino? Necesito distraerme con algo...
-
- Mis
palabras parecieron sorprenderlo, pero no tardó en volver a
sonreír, ahora divertido.
-
- —
Todo bien. Trash agradecida de que le cubras el turno.
-
-
-
- *
* *
-
-
-
- Después
de un almuerzo más bien rápido y silencioso, intenté
ofrecerme para ayudar a Trash con la limpieza, pero ella meneó
la cabeza enérgicamente y Slash intervino con prontitud.
-
- —
Llevé tu valija a mi pieza —dijo—. Cambiate si querés y
buscame afuera, así te llevo al río.
-
- Al
pasar a su lado me revolvió el pelo con otra de sus sonrisas
adorables. La verdad que si tenía que elegir a alguien para
salir y levantarme el ánimo, en ese momento y en ese lugar
del mundo, no hubiera podido elegir a nadie mejor que él.
Durante nuestro paseo en su convertible, y mientras estuvimos
sentados en una playa estrecha y rocosa, en las afueras de la
ciudad, hablamos más que nada sobre mis y mis amigas
perdidas. Yo esperaba poder arrancarle alguna respuesta, pero
a pesar de su locuacidad se las ingenió para desviar metódicamente
mis preguntas sobre ellos. Entendí que debía conformarme con
lo que sabía (nada) y aceptar su promesa de ayuda sin
pretender saber más. No tenía muchas alternativas. Lo hice.
-
- De
pronto callamos y el silencio se prolongó. Un nene cruzó
corriendo entre nosotros y el río remontando su barrilete.
Una nube ocultó el sol, el viento se hizo más frío. Me
estremecí rodeando mis piernas con el brazo sano y apoyé la
cabeza en las rodillas, mirando sin ver ese agua que iba a dar
al mismo océano que bañaba mi propia ciudad, tanto más allá
del horizonte, tan lejos al parecer de todo lo que yo había
llamado mi vida hasta la noche en que Pauline me llamara para
contarme del mail de Arenas. Sentir el roce de la mano de
Slash en mi mejilla me dio un escalofrío y volví la cabeza
hacia él. Me miraba por encima de sus lentes oscuros, los
ojos del color de las almendras brillaban, el pelo se agitaba
en el viento, bañado en los destellos del sol y el río; su
sonrisa era vaga. No dijo nada, yo tampoco. Pero aquel breve
contacto, además de acelerar mi pulso, hizo que cualquier
recelo que aún pudiera quedarme hacia él y sus amigos se
desvaneciera. Su sonrisa se acentuó y ladeó la cara para
prender un cigarrillo, yo volví a mirar hacia delante. Pocos
minutos después volvíamos a cruzar la ciudad.
-
- En
el camino de vuelta me compré un cuaderno y una lapicera, y
pasé varias horas sentada al sol en el jardín, garabateando
frases sueltas. Nunca escribí más que un par de poemitas de
amor adolescente, las letras no son mi fuerte, pero necesitaba
expresarme en mi idioma, con el que las palabras significaban
exactamente lo que yo quería decir, ayudándome a sentirme más
segura de mi misma. Sin embargo, después de un día entero
hablando otro idioma, terminé usándolo sin siquiera darme
cuenta.
-
- A
media tarde Boss
me invitó a ir a su pieza y nos sentamos juntos ante la
laptop en su escritorio. Entramos a la red, donde seguimos el
rastro de las últimas operaciones de la tarjeta de crédito
de Silvie y la de Pauline hasta la cancelación de nuestras
reservas en el hotel. Después entró en el sistema del Centro
de Estudios (yo veía boquiabierta cómo hackeaba un sistema
tras otro sin la menor dificultad, pero él insistió que no
era más que un principiante al lado de Slash, que era quien
le había enseñado todo lo que él sabía de piratería
virtual). De ahí sacó cuanta información encontró sobre
Arenas y empezó a chequearla con otras fuentes. A esta altura
mi escasa comprensión en sistemas me había hecho quedarme
bastante atrás y me limitaba a mirarlo actuar sin molestarlo
con preguntas tontas.
-
- —
Esta noche vamos a ir a ese bar —dijo de pronto, siempre
atento a su monitor.
-
- Asentí
con una mueca. Lindo plan para mi segunda noche acá,
volver ahí. Boss me miró por sobre su hombro sonriendo.
-
- —
Vas a tener que entrar sola, a ver si reconocés a alguien,
pero nosotros vamos a estar cerca todo el tiempo por si surgen
problemas —ahora giró para enfrentarme muy serio—. Te
animás, ¿no?
-
- Volví
a asentir en silencio. Me animara o no, tenía que hacerlo, y
saber que no estaría sola me tranquilizaba un poco.
-
- —
Lo que suponía, es habitué de ese bar —dijo entonces, señalando
el monitor—. Su tarjeta registra pagos ahí al menos tres
veces por semana durante los últimos cuatro meses... desde
que empezaron a desaparecer las chicas extranjeras...
-
- Di
un respingo al escucharlo y lo miré incrédula.
-
- —
¿Vos querés decir que el amigo de Silvie...?
-
- —
Casualidades son casualidades —su sonrisa no tenía nada de
la simpatía habitual en él—. Es profesor en un centro de
becarios extranjeros, sale con alumnas, al menos una de ellas
desapareció, vos apareciste en una plaza después de
conocerlo y no hay rastros de tus amigas...
-
- Sin
pensarlo saqué un cigarrillo, pero su expresión me contuvo
cuando iba a prenderlo. Lo guardé suspirando, Boss volvía a
enfrascarse en seguirle los pasos a Arenas en la red, y yo a
hundirme en mis propias cavilaciones.
-
-
-
- *
* *
-
-
-
- La
noche se había cerrado hacía rato y el cielo volvía a
cubrirse de nubes cuando volví a reunirme con los cuatro en
la cocina, para cenar. Habían traído pizza y comieron
hablando en voz baja, poniéndose de acuerdo para esa noche
por lo que pude entender, pues me costaba seguir el idioma si
no me hablaban con cierta lentitud. No me molesté por tratar
de comprender lo que decían y traté de comer, pero no tenía
hambre, y la perspectiva de que pronto volvería a entrar a
ese bar no contribuía precisamente a abrirme el apetito. Me
preguntaba qué haría si encontraba ahí a Arenas, a qué se
había referido Boss con que iban a estar cerca “por si surgían
problemas”, qué esperaban en concreto de mi visita a ese
lugar. La voz de Run corrió por mis nervios como una descarga
eléctrica.
-
- —
¿Tenés ropa de noche para ponerte?
-
- —
Sí, creo que traje algún vestido —le contesté, soportando
la mirada de los cuatro fija en mí—. Pero no sé si será
apropiado...
-
- —
¿Es corto?
-
- Trash
enfrentó ceñuda a Slash, que alzó una mano anticipándose a
cualquier comentario.
-
- —
Si se viste lo bastante provocativa, tal vez Jaques decida que
su piel blanca y sus ojos claros no importan. Tenemos que
intentarlo.
-
- Me
quedé de una pieza, mirándolo asombrada.¿O sea que me
van a usar de carnada? Empezaba a buscar la mejor manera
de declinar el encargo cuando Run tornó a mirarme con expresión
especulativa y asintió, bajé la cabeza sabiendo que no me
iba a animar a decirle no-gracias-paso.
-
- —
Yo voy a ir con vos, aunque entremos separados —dije.
-
- Alcé
la vista con una mueca. — Pero... todos los chicos que vi ahí
eran muy informales y vos... —mi voz se perdió en un
murmurllo al darme cuenta de lo que había dicho y a quién.
-
- Las
cejas de Run se alzaron un poco, Slash se reclinó en su silla
con una sonrisa burlona.
-
- —
Hum... parece que voy a tener que ser yo —dijo con tono
desapasionado, aunque advertí el guiño cómplice que me
dirigía.
-
- Boss
hincó los dientes en la última porción de pizza y masticó
con expresión dubitativa.
-
- —
¿Vos en ese lugar lleno de chicas? —terció.
-
- —
Sí, si es el único que podía pasar desapercibido —replicó
Run—. Trash y yo vamos a esperar afuera y vos la vas a
monitorear, pero alguien tiene que estar adentro con ella
—me miró y cabeceó hacia los dormitorios—. Cuanto antes
salgamos, mejor. Acordate que necesitamos que se fijen en vos.
-
- Acaté
la orden con la misma docilidad con que los demás acataban
sus órdenes y fui al cuarto de Slash a cambiarme. Lo único
útil que encontré en mi valija fue un vestido negro, corto
como pidieran, y agradecí mi falta de practicidad para
preparar viajes urgentes: había llevado también medias y
zapatos altos. Me maquillé tratando de disimular mi palidez,
elejí un espantoso rojo chillón para la boca, me esmeré en
resaltar mis ojos celestes con sombra oscura y pestañas muy
negras. Pero cuando me miré al espejo tratado de ser
objetiva, no me sentí satisfecha. Por suerte a ellos mi
disfraz de ocasión les pareció bien, y Run hasta asintió
después de mirarme de arriba abajo con ojos críticos. Boss
me dio una cadena dorada con un medallón chico, me explicó
que era un micrófono y un localizador, para que él pudiera
monitorearme desde su laptop. Me ayudó a colgármelo y me
despidió con una sonrisa alentadora. Yo seguí a los otros
hacia el garage. Los tres vestían como la noche anterior, de
negro de pies a cabeza, y Slash había cambiado su campera por
un sobretodo de faldones largos. Me acomodé con él en el
jeep mientras Run y Trash salían en la moto. Divisé una
camioneta tipo van cubierta por una lona en el garage a
oscuras.
-
- El
viaje fue mucho más corto de lo que mis nervios esperaban.
Slash me explicó que me iba a dejar a diez cuadras del bar en
cuestión, y que tenía que tomarme un taxi para llegar sola;
él iba a seguir al taxi que yo tomara y entraría al local
uno o dos minutos después.
-
- —
Aunque me tengas a la vista, tenés que evitar mirarme
—concluyó, frenando veinte metros antes de una avenida. Me
miró un momento y sonrió de costado—. Ahora estás con
nosotros, no te va a pasar nada. ¿Muy nerviosa?
-
- —
Sólo muerta de miedo— traté de que mi acento sonara ligero
y me colgué la diminuta cartera que encontrara en el fondo de
la valija, donde apenas entraban mis cigarrillos y mi
billetera.
-
- Él
rió por lo bajo y me tomó el mentón instándome a mirarlo.
No dijo nada, como esa tarde en la playa, pero su mirada y su
silencio me reconfortaron como antes. Me obligué a sonreír,
y cediendo a un impulso repentino le besé la mejilla antes de
bajar del jeep. Cuando cerré la puerta lo noté un poco
sorprendido.
-
- —
Disculpá, te manché la cara de lápiz labial...
-
- Slash
se limpió la cara sonriendo de costado. Yo me había separado
varios pasos del jeep. Miré hacia la avenida respirando
hondo, me volví hacia él con un gesto de despedida y me alejé
sola antes de tener tiempo de pensar las cosas dos veces y
salir corriendo en dirección opuesta de puro miedo.
-
-
-
- *
* *
-
-
-
- El
bar estaba mucho más concurrido que la noche anterior e
imaginé que se debía a que era más tarde. Llamar la atención,
me repetía. No sé de quién, pero llamar la atención.
Un mozo me señaló una mesa lateral y se ofreció a
precederme, pero me negué con la mejor sonrisa que pude poner
y señalé la barra, donde había un par de lugares vacíos.
Me miró un poco sorprendido: no había ninguna mujer sentada
a la barra, y temí haber sugerido algo demasiado fuera de
lugar. Bien, si lo hice, seguro que voy a llamar la atención
de quien-diablos-sea. Asentí con otra sonrisa y crucé el
local sin esperarlo.
-
- La
mayoría de los hombres sentados a la barra estaban de frente
al local, sólo unos pocos le daban la espalda. Las mesas
laterales y reservados volvían a estar ocupadas por los
clientes de más edad, solos o en pareja, y las centrales eran
el territorio indiscutido de los más jóvenes, incluyendo no
pocos menores de edad. Caminé a lo largo de la barra tratando
de que mi paso fuera seguro y, si se me concedía el milagro,
sensual. Sentí las miradas que me seguían, pero ignoraba qué
significaban. Seguí hasta un asiento libre casi en el otro
extremo de la barra, me quité el bleizer pretendiendo ser el
centro absoluto del universo, me acomodé el pelo sobre un
solo hombro, descubriendo el escote en mi espalda, y me senté
con las piernas cruzadas acodándome en la barra, de frente a
la entrada del bar. Busqué mis cigarrillos y maldije el
nervioso temblor de mis manos, conté más de cuatro pares de
ojos masculinos siguiendo mis movimientos, ignoré al mundo
para pedirme un trago. No podía evitar lanzar una que otra
mirada ansiosa a la puerta. Slash habia jurado que entraría sólo
uno o dos minutos después que yo y todavía no llegaba.
-
- El
barman me alcanzó mi aperitivo y deslizó una servilleta
extra junto al vaso. La levanté sin mostrar sorpresa, leí el
nombre y el número de un celular, alcé la vista barriendo
las caras de los hombres solos en la barra en busca del
remitente. Lo encontré sentado diez lugares más allá. Alzó
su vaso sonriéndome. Era uno de los contados hombres de más
de treinta años, muy bien vestido y de rostro agradable. Le
devolví la sonrisa guardando la servilleta en mi cartera de
forma que me viera hacerlo, pero cuando volví a mirarlo tuve
que hacer un esfuerzo enorme para no echarme a temblar y
llorar ahí mismo: detrás de él otros ojos seguían todos
mis movimientos, y reconocí al muchacho rubio que estaba
hablando con Arenas cuando Pauline y yo saliéramos del baño
la noche anterior. Sin saber qué hacer, enfrenté la barra y
me concentré en mi bebida, deplorando mi pésima elección:
el aperitivo distaba de ser mi favorito, o tan siquiera
digerible.
-
- Quizás
debería avisarle a Boss que está este tipo,
pensé. Él podría avisarle a los demás para averiguar quién
era o seguirlo o lo que fuera. Pero no podía ponerme a
charlar ahí con mi medallón. Opté por ir al baño para
hacerlo. Me encerré en un compartimiento y le susurré al
colgante mi hallazgo, deplorando no tener forma de saber si
Boss me había escuchado. Salí, me arreglé un poco la ropa y
el maquillaje y volví a mi lugar. Slash no estaba a la vista
todavía y empezaba a ponerme demasiado nerviosa. Prendí otro
cigarrillo, seguí observando las caras de todos los hombres
presentes, comprobé que el amiguito de Arenas seguía ahí y
todavía me observaba. Entonces vi que el propio Arenas
entraba al local. Lo acompañaba una chica morena y esbelta,
mulata a todas luces. Un escalofrío me corrió por la espalda
y se me puso la carne de gallina. Debo haberlo mirado con
demasiada fijeza, porque levantó la cabeza como quien se
siente observado y sus ojos se movieron a su alrededor
buscando el origen de su inquietud. Noté que no se detenía
en el muchacho de la barra y traté de que mi expresión fuera
serena esperando que me encontrará. Cuando al fin me vio
pareció contrariado, enseguida se mostró sorprendido, se
excusó con su acompañante y cruzó el local hacia mí.
-
- —
¡Señorita Lavre! —exclamó, deteniéndose a mi lado de
forma tal que su cuerpo me tapaba todo el local— ¡Pauline
está tan preocupada por usted! ¡Imagínese que
encontramos a Silvie y no sabíamos dónde estaba usted! ¿Por
qué no fue al hotel, como dijo al despedirse de nosotros?
-
- Así
que me fui sola, dije que me iba a un hotel que no sabía dónde
quedaba y no volví.
Demasiadas explicaciones para saludar a alguien que
supuestamente sabe qué hizo el día anterior. Le sonreí haciéndome
la arrepentida por una travesura y dije lo primero que se me
ocurrió.
-
- —
Sí, lo siento. Pero mientras esperaba el taxi me encontré
con unos tíos lejanos que viven acá y terminé quedándome
en casa de ellos, me olvidé de llamarla para avisarle... Y
cuando fui al hotel esta mañana ella ya no estaba...
-
- Arenas
no consiguió disimular una sonrisa demasiado irónica dada la
circunstancia.
-
- —
Es que no podía dejarla sola anoche, la llevé a casa de mi
madre.
-
- —
Ahhh.... Entiendo, y se lo agradezco tanto, pobre
Pauline, fue tan desconsiderado de mi parte hacerle esto. ¿Pero
me dice que encontraron a Silvie? ¿Cómo puedo hacer para
ubicarlas? No hay nadie en el departamento de Silvie, así que
volví acá esta noche con la esperanza de encontarlos acá, a
Pauline o a usted...
-
- Ahora
su sonrisa era bien visible y casi hasta inocente.
-
- —
Si me da la dirección de sus tíos, podemos pasar a buscarla
mañana.
-
- Aquel
duelo de mentiras se me estaba escapando de las mano hacia
terreno peligroso. Fingí pesar.
-
- —
Es que no sé la dirección —respondí—. Apenas si conozco
la ciudad, ni siquiera podría indicarle bien cómo llegar. Mi
primo me trajo y me pasa a buscar en dos horas.
-
- Arenas
asintió pensativo y demoró un momento en volver a la carga.
-
- —
Silvie está con Pauline en casa de mi madre, no se animan a
quedarse solas. Si quiere puedo llevarla ahora con ellas, para
tranquilizarlas. Tenemos tiempo de volver antes que su primo
llegue, así usted puede recoger sus cosas. Para mí sería un
placer, en casa de mi madre hay lugar para las tres...
-
- Y
seguro que para un par largo más,
pensé indignada. Sentí la transpiración que me humedecía
las manos y corría bajo el vestido. Si la noche anterior me
habían dejado por ahí, vaya uno a saber por qué milagro, no
creía que esta noche fueran a hacerlo de nuevo. Pero el tipo
había planteado las cosas de forma que no me dejaba muchas
alternativas. Había rebatido metódicamente todas mis excusas
para negarme a acompañarlo. Y Slash ni siquiera llegó.
Espero que el medallón funcione realmente. No recuerdo
haber sentido tanto miedo en toda mi vida como cuando acepté
ir con él “a casa de su madre”. Ya no dudaba adónde
estaba yendo en realidad, pero todavía no estaba segura de
que al menos llegaría ahí (dondequiera que “ahí” fuese)
viva...
-
- Arenas
se disculpó conmigo para ir a despedirse de su chica morena.
Mientra me ponía el bleizer me pareció advertir una mirada
satisfecha del muchacho rubio de la barra, que había
observado nuestra conversación desde su lugar. Las piernas me
temblaban y sentía que el aire me era escaso. Agradecí que
mi salida no precisara ser tan notoria como mi llegada. Arenas
me esperaba junto a la puerta. Mientras iba a su encuentro una
risita me llamó la atención. Y ahí sentado en una mesa,
charlando con una linda chica, descubrí a Slash, que me
dirigió una fugaz sonrisa cuando pasé cerca de él. Verlo
debería haberme ayudado a sentirme aunque fuera un poco más
tranquila, pero la verdad era que saber que estaba por subirme
al auto de un tratante de blancas que ya había secuestrado a
dos amigas mías empezaba a resultar más que demasiado para
mis nervios. Soy una estúpida. No tendría que haber
vuelto. Tenía que negarme. Si ya tenían señalado el sitio y
la persona. Soy una estúpida. Hoy sí que termino en una
zanja.
-
- El
auto de Arenas estaba estacionado en la esquina del local. Al
salir a la calle miré a ambos lados, pero no vi rastros de
Run y Trash. Sin embargo, apenas Arenas dejó la avenida por
una calle lateral, vi en el espejo retrovisor que una moto con
dos personas venía cincuenta metros detrás nuestro. Si no
son ellos, no creo que llegue ni a una zanja, pensé,
concentrándome en tratar de controlar mi pánico.
-
-
-
- *
* *
-
-
-
- Me
hubiera gustado sorprenderme aunque fuera un poco cuando
Arenas dejó la zona céntrica y me llevó por calles cada vez
más oscuras y menos transitadas.
-
- —
La casa de mi madre queda en las afueras —dijo a modo de
explicación—. Disculpe que la traiga por esta zona, pero es
el camino más rápido.
-
- Asentí
distraída, mirando lo que parecía ser el final de la calle:
un paredón y tras él lo que debía ser una fábrica
abandonada. Doblamos a la derecha una cuadra antes del callejón.
Ningún vehículo nos seguía, y casi no me quedaban
esperanzas de que mis pandilleros-de-la-guarda me estuvieran
siguiendo. En realidad, ya no me quedaba ni siquiera miedo.
Estaba como aturdida, la cabeza demasiado embotada para
pensar. La situación había terminado de superarme y cuando
nos detuvimos en mitad de una calle estrecha y apenas
iluminada, ni siquiera me molesté por fingirme sorprendida.
La cabeza me dolía mucho y no sé si el lugar era realmente
tan oscuro o sencillamente me fallaba la vista. Giré para
enfrentar a Arenas sintiéndome una vaca ante el matarife. Igual
de indefensa, igual de estúpida, me acuerdo que pensé.
Él se terminó de calzar unos guantes de latex antes de
mirarme. Sonreía de costado.
-
- —
Sos realmente estúpida. ¿No entendiste el favor que te hice
ayer al dejarte en esa plaza?
-
- Me
encogí de hombros. —¿Y qué iba a hacer? ¿Irme como si
tal cosa? —no pude evitar una risita histérica—. ¡Pauline
tenía hasta los pasajes!
-
- Él
también rió, pero su risa era más fría que la peor mirada
de Run. Sentí las lágrimas que caían incontenibles por las
mejillas. Me sujetó por la cadena del medallón y me acercó
a él. Los eslabones se me clavaron en la carne. Cerré los
ojos sin resistirme, ¿para qué hacerlo? Yo sola me había
metido en la boca del lobo, con mis ínfulas de que cuatro
pandilleros y yo íbamos a poder contra una mafia que
comerciaba con vidas humanas.
-
- —
Agradecé que va a ser rápido —creo que dijo, agarrando la
cadena con las dos manos y cruzándola contra mi garganta.
-
- Ni
siquiera entonces me moví, cuando el aire me empezó a
faltar. Ni abrí los ojos. Dolía, me cortaba, me ahogaba,
prometía ser rápido como él dijera.
-
- Pero
algo golpeó con fuerza la parte delantera del auto y Arenas
me soltó, con tal brusquedad que caí hacia atrás, contra la
ventanilla, mientras todo el auto se sacudía. Abrí los ojos
respirando a bocanadas entrecortadas, jadeante: una sombra se
erguía sobre el auto y apuntaba con un arma de fuergo a
Arenas a través del parabrisas. Dos disparos se estrecharon
contra el vidrio, al tiempo que algo más golpeaba la
ventanilla de Arenas. Ese nuevo sacudón del auto hizo que
cediera la puerta detrás de mí y caí de nuevo hacia atrás,
esta vez a la calle, golpeando la cabeza contra el asfalto.
Traté de erguirme un poco, atontada y dolorida por los
golpes, todavía tratando de llenar del todo los pulmones,
también doloridos. Vi al hombre que trepara al auto, ahora
pateando el parabrisas para hacerlo saltar y apuntando a
Arenas, todavía tras el volante. Reconocí la chaqueta de
cuero negro y la clara cabellera de Run. Dos manos me
sujetaron por debajo de los hombros, forcejeé
instintivamente.
-
- —
Tranquila.
-
- Alcé
la vista y encontré a Trash tratando de ayudarme. Me incorporé
sosteniéndome en ella, me hizo apoyarme contra un poste y
corrió de vuelta hacia el auto. En ese momento Arenas
consiguió hacer arrancar el auto con un rugido sordo. Run
vaciló, agachándose para mantener el equilibrio, y pasó una
mano por el parabrisa medio salido para aferrar la pechera de
Arenas, sin soltar la presa cuando el tipo dio marcha atrás.
Pero cuando aceleró hacia delante, no logró sujetarse y fue
arrojado a un costado.
-
- Trash
corrió tras el auto disparando a las ruedasy Boss apareció
entonces en la esquina con la moto, bloqueándole el paso, al
mismo tiempo que Slash aparecía con el jeep por detrás. Pero
Arenas no frenó, y Boss apenas tuvo tiempo de saltar a un
lado mientras el auto embestía la moto y doblaba la esquina
con un chirrido de freno y ruedas. Vi que Run se incorporaba
con dificultad. Slash pasó frente a mí, acelerando para
seguirlo; Trash, que se detuviera a auxiliar a Boss, se irguió
en medio de la calle obligándolo a detenerse. Lo vi asomarse
por la ventanilla y me llegó su voz furibunda. Trash sostuvo
a Boss hasta llegar al jeep y lo acomodó junto a Slash, que
volvió a sentarse sin dejar de hablar en tono airado. Yo sentí
que las piernas ya no me respondían y dejé que mi espalda
resbalara contra el poste hasta quedar sentada en el suelo
sucio y frío. Me costaba respirar, y palpé un surco húmedo
y tibio donde la cadena se había apretado contra mi cuello. La
cadena... pensé confundida. Ya no tenía la cadena con el
medallón...
-
- Slash
traía el jeep en reversa con Trash caminando al lado suyo.
Creo que todavía discutían. Run logró caminar hasta ellos y
se apoyó en el vehículo. Al verlos tan cerca de mí atiné a
estirar una mano hacia ellos. La garganta me ardía con el
aire helado de la noche y las siluetas tendían a confundirse
en una bruma opaca que me rodeaba. Alcancé a reconocer a Run
en la cabeza que se inclinó sobre mí, una mano fuerte y
enguantada estrechó la mía. Quise decirle sobre la cadena,
pero no sé si logré hacerlo.
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