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CRAP
 
Episodio 10:
Cuatro Días
Primera Parte
 
  
Día 1
 
— Me gustaría saber...
Pauline me miró de costado y preferí callarme. Ya lo habíamos discutido una docena de veces en el avión, y al menos dos veces más desde el aeropuerto hasta esa esquina. A nuestro alrededor se alargaba en todos los sentidos la zona comercial de la capital, donde el precio del metro cuadrado cubierto tiene más de cuatro ceros en dólares, donde parecía imposible pensar en callejones oscuros, miseria, infelicidad. Estábamos rodeadas por inmesos carteles luminosos y pantallas callejeras, que se encendían mientras se cerraba la noche sobre la gran ciudad. Pauline consultó su reloj.
— Si no viene en diez minutos nos vamos al hotel.
Suspiré ruidosamente. En diez minutos mis pies iban a ser dos bloques de hielo. El viento se arremolinaba en esa esquina flanqueada de rascacielos. El poco cielo visible a través de la multitud de luces no mostraba ninguna estrella. Por el contrario, estaba cubierto de nubes pesadas y oscuras como la tinta.
— Está por llover —comenté a título informativo, pero no obtuve respuesta: los ojos oscuros de Pauline estaban fijos en la paretada masa de gente que avanzaba hacia nosotras a través de la calle.
— Ahí viene —susurró con acento tenso.
Me envaré involuntariamente y seguí la dirección de su mirada sabiendo que lo hacía en vano, porque no conocía a la persona con quien debíamos encontrarnos ahí. Un hombre que rondaba los treinta años se detuvo a pocos pasos de nosotras y nos estudió con ojos especulativos. Vestía un traje oscuro y un grueso sobretodo negro, las manos cubiertas por guantes de cuero. Paula se adelantó sin vacilar, la esperé donde estaba. Vi las rápidas inclinaciones de cabeza al saludarse, los escuché hablar en voz baja, no me molesté por tratar de entenderlos. Pauline se volvió enseguida hacia mí y advertí que sus labios trataban de dibujar una sonrisa, la primera que le veía desde que recibiera el mail de la Universidad notificando que su hermana no había asistido a clase en la última semana. Me dirigió un fugaz cabeceo y volió a enfrentar al hombre. Me acerqué, ella nos presentó y lo seguimos en silencio.
Mientras caminábamos, mi amiga me explicó que el hombre, un tal Rodolfo Arenas, era un profesor del Centro de Altos Estudios donde su hermana estaba cursando la beca, y era quien le había mandado el mail. Según le dijera a Pauline por teléfono apenas aterrizamos, estaba casi seguro de tener alguna información sobre el posible paradero de Silvie. Así que allá íbamos, sin tener idea adónde, en el auto del profesor Arenas. Las luces y el bullicio de la zona comercial quedaron pronto atrás, aunque la zona por la que transitábamos seguía siendo céntrica. Nos detuvimos frente a un bar y Arenas nos invitó a entrar con él. Nos hablaba con acento amable y su sonrisa era cordial a pesar de no conocernos, y tanto Pauline como yo nos distendimos, sintiendo que podíamos confiar en él y en la buena voluntad que hasta ahora venía mostrando. El bar estaba lleno de gente joven e informal, parejas en las mesas contra la pared, grupitos de chicos y chicas en las centrales, aunque vi varios reservados ocupados por hombres de traje con aspecto de ejecutivos. Arenas pidió un aperitivo con alcohol, pero Pauline y yo optamos por café para volver a entrar en calor después del plantón de media hora en esa esquina helada y ventosa. La diferencia de temperatura con el exterior pronto nos hizo efecto y tuvimos que disculparnos para ir al baño.
— Parece buen tipo —comenté mientras nos arreglábamos la ropa.
— Silvie estaba muy enganchada con él. Es el flaco del que nos contaba en sus mails.
Noté que hablaba de su hermana en pasado y sentí un retorcijón en el estómago, pero preferí no hacer comentarios. Cuando volvíamos a la mesa vimos a Arenas hablando al oído de un muchacho de unos veinticinco años, vestido enteramente de negro, con la larga melena rubia recogida en una cola. Se separaron antes de que llegáramos junto a ellos, el muchacho se fue sin siquiera saludarnos. Vi que se sentaba a la barra y hablaba por celular, y tuve la impresión de que nos lanzó una mirada de reojo mientras lo hacía. Es la paranoia del cansancio, pensé. Apenas había podido dormir en el avión, y después de despachar nuestro equipaje al hotel donde Pauline había hecho las reservas, habíamos ido directamente a encontrarnos con Arenas, sin siquiera parar a darnos una ducha o comer algo. Las dos estábamos agotadas y nerviosas. El nuestro distaba de ser un viaje de placer.
No sé por qué me quedé mirando al muchacho que había hablado con Arenas. Él y Pauline conversaban en susurros ahora; ella hacía preguntas, Arenas contestaba con pocas palabras, pero su tono parecía tranquilizador. Yo los escuchaba como en sordina. Había mucho calor en ese local. Y el café que había tomado tenía cognac o algo así. Y tenía sed y hambre, y una ganas de dormir un día entero... Si me hubiera preocupado por preguntarle antes a Pauline la dirección o el nombre del hotel en el que nos alojaríamos, me habría excusado con ellos y me habría ido en ese mismo momento. Pero ahora no me animaba a interrumpirlos. Me acodé en la mesa y apoyé la cara en mis manos, sosteniéndome la cabeza y tratando de no quedarme dormida. Había calor, tenía mucha sed, estaba extenuada, el ruido ambiente parecía un zumbido persistente en mis oídos y había cada vez más humo en el aire, como si no hubiera extractores funcionando. La idea del humo me dio ganas de fumar, pero el solo pensar en sacar el atado del fondo de mi mochila me daba tedio. Creí reconocer la música de fondo: el último éxito del pop inglés. Para mantenerme despierta me entretuve tratando de entender qué decía la letra, pero creo que el esfuerzo mental resultó demasiado para mí.
 
*   *   *
 
Frío. Hacía mucho frío. La calefacción del hotel debía estar fallando, o la maniática de Pauline había dejado una ventana abierta para que se fuera el olor a cigarrillo. Si me pesco una pulmonía, ella me va a pagar los remedios. Encima la cama parecía de piedra. Lo malo del viaje apresurado y con poca plata. Me hice un ovillo y tanteé las cobijas para taparme mejor el cuelo. Sí, Pauline había dejado abierta una ventana, porque sentía una corriente de aire helado en la nuca. La fría humedad de la frazada me despabiló, y lo que vi al abrir los ojos terminó de despertarme. Me senté de un salto mirando a mi alrededor azorada: estaba en el banco de una plaza, sola, y lo que había creído la frazada era el tapado de Pauline. Era noche cerrada y garuaba, gotas diminutas que el frío de la noche congelaban, dando la impresión de que neviscaba. No sabía qué hacer, qué pensar. ¿Qué hacía ahí? ¿Dónde estaba Pauline? ¿Cómo había llegado a esa plaza desde el bar al que fuéramos con Arenas? Esos momentos en los que una reacciona como menos se lo espera: me sentí aliviada al ver mi mochila en el banco, apretada contra el respaldo de piedra. Cuando me di cuenta me sentí una estúpida.
Bien. Mi amiga había desaparecido. No sabía dónde estaba, era de noche,  no conocía la ciudad y apenas el idioma, ni siquiera sabía el nombre del hotel donde mi valija debía estar pasándola mucho mejor que yo... Me resultó claro que no podía quedarme ahí como la estúpida que era. Tengo que llegar a la embajada, pensé. Pero era obvio que no tenía sentido tratar de encontrarla en plena noche. Las calles que circundaban la enorme plaza estaban desiertas, y dudaba encontrar a alguien que pudiera orientarme a esa hora. Revisé mi mochila y comprobé confundida que mis documentos y mi billetera estaban ahí, y que al parecer no me habían robado nada. La situación se había más incomprensible a cada momento. Decidí que lo mejor era encontrar un lugar dónde tomar algo caliente y esperar la mañana. Tal vez entonces pudiera recordar o entender qué había pasado.
Me colgué la mochila, me eché el tapado de Pauline sobre los hombros y miré a mi alrededor. Cualquier dirección parecía igual de buena, así que opté por ir hacia la derecha, donde más allá de los edificios a oscuras, las nubes reflejaban más luz.
 
*   *   *
No sé cuánto caminé, pero ya había entrado en calor cuando un ruido como de chapa golpeada me arrancó de mi ensimismamiento. Levanté la vista y advertí que estaba en la esquina de un callejón oscuro que olía a basura vieja. Al observal la calle que había elegido para “ir hacia la luz”, noté por primera vez que además de desierta estaba muy mal iluminada, que los edficios a ambos lados tenían fachadas descuidas, que las paredes estaban pintadas con leyendas, que este callejón no era el único. Encima me metí en el mejor barrio, pensé, furiosa conmigo misma. Y seguro que en medio de una guerra de pandillas. Otra vez ruido de chapa golpeada a mis espaldas, como algo pesado que cae, un hombre gritó con voz ronca, una risotada le respondió, otro grito que se ahogó en un gemido.
No giré para mirar, sino que apreté el paso hasta casi correr, buscando desesperada una calle transversal que me sacara de ahí. Me había alejado unos cien metros del callejó cuando escuché pasos fuertes detrás de mí. Varias personas se acercaban corriendo, gritándose entre sí. Una persiana se cerró con estrépito por encima de mi cabeza; el estampido seco, inconfundible de un disparo despertó ecos en la calle desierta.
Me aparté hasta casi pegarme a la pared, dejándoles todo el lugar posible para que pasaran y rezando para que el tapado negro de Pauline y la penumbra bastaran para ocultarme. Me alcanzaron demasiado pronto; dos tipos me pasaron por al lado sin verme siquiera, otro me llevó por delante y me tiró en medio de un charco de barro; no se molestó en fijarse con qué había tropezado: recuperó el equilibrio sin detenerse y volvió a correr a largas zancadas. Los pasos de los que venían atrás ya estaban junto a mí mientras yo trataba de pararme sintiendo que el codo izquierdo me dolía tanto que me llegaba del hombro a la punta de los dedos, todo el brazo convertido en codo y en dolor. Otros tres tipos pasaron a toda carrera cuando yo terminaba de incorporarme apoyándome en la pared. Uno de ellos se detuvo bruscamente, giró hacia mí y saltó extendiendo su brazo con algo que despidió destellos metálicos. Sólo atiné a encogerme, hundiendo la cabeza entre los hombros y levantando el brazo lastimado. Debo haber emitido algún sonido, porque el hombre bajó el brazo y su arma y se acercó dos pasos. Su sombra se proyectó larga y oscura en la vereda y trepó por la pared, tapando el farol tras él.
— ¿Quién sos?
— Disculpe... yo... —fue cuanto pude articular, sintiendo que el frío que me recorría de pies a cabeza no se debía a la baja temperatura ambiente.
— ¡Hablá!
Su voz era amenazante y no parecía agitado por la corrida. La luz tras él dibujo una melena corta y clara. Era por lo menos una cabeza más alto que yo. No me acuerdo qué le contesté. Él se corrió para exponerme a la luz y pude ver el ceño fruncido tras varios mechones de pelo casi rubio que le caían sobre la cara. Retrocedió para mirar hacia el callejón del que había venido, después miró hacia donde sus compañeros habían seguido persiguiendo a los otros tres. Su boca era una línea estrecha y breve con un rictus descendente. Volvió a mirarme brevemente, de costado. Cuando habló, la inesperada serenidad de su acento me sorprendió.
— ¿Estás bien? —a pesar de la amabilidad de su pregunta, su tono era frío como el aire que ya empezaba a quemarme la garganta. Parecía disgustado por el encuentro.
Asentí, él también. Quise preguntarle cómo llegar a algún lugar menos peligroso pero él había girado hacia el callejón. Alguien se acercaba desde ahí.
— ¿Y? —le preguntó.
— Nada. No largó palabra —contestó el otro, y a juzgar por su voz era un muchacho de mi edad.
El que estaba frente a mí giró hacia el otro lado de la calle. Sus dos compañeros volvían a paso rápido, podía ver el vapor de su respiración nimbando sus cabezas. Estuvieron los cuatro reunidos frente a mí en menos de un minuto. Yo no me animaba más que a respirar, manteniéndome muy quieta y pegada a la pared, sosteniéndome el brazo lastimado con el sano. El alto se desentendió de mí para cruzar unas palabras con los otros. Uno de pelo largo, con una cicatriz cruzando su nariz, meneó la cabeza resoplando.
— Va rengo, pero los otros lo ayu... —se interrumpió al advertir mi presencia.
Me miró con los ojos muy abiertos de sorpresa y luego miró interrogante al alto. Éste murmuró algo con un cabeceo negativo. El de pelo largo se me acercó con una sonrisa que me hizo temblar. Joven extranjera de veinte años es encontrada muerta en un callejón, pensé, imaginando los titulares... si alguna vez encontraban mi cuerpo...
— Hola —me saludó, y su acento era amable y hasta divertido.
Seguramente mi cara hablaba claro de lo que estaba pensando, porque largó una risita, meneó la cabeza y me tendió una mano enguantada de negro. Le miré la mano como quien mira una víbora venenosa.
— ¿Qué estás haciendo acá a esta hora? —me preguntó.
Traté de ordenar mis escasos conocimientos lingüísticos y traté de explicarles que no era de ahí, que estaba perdida, que no sabía dónde estaba mi amiga ni dónde quedaba mi hotel. El de pelo largo volvió a sonreír, ahora comprensivo, y se volvió hacia los otros. El que llegara desde el callejón era, efectivamente, un muchacho apenas mayor que yo y llevaba un rifle colgando del hombro. El cuarto era un chico de expresión huraña. El alto volvió a mirarme de costado y se encogió de hombros, desentendiéndose del asunto; después guardó su pistola bajo la ropa y se alejó hacia el callejón. El chico me dirigió una dura mirada y se apresuró a seguirlo en silencio, el del rifle me dedicó una sonrisa simpática antes de ir tras ellos. El de pelo largo me hizo un gesto con la cabeza para que los acompañara. No oculté mi desconcierto, él volvió a reír por lo bajo.
— No vas a llegar muy lejos sola. Vení, nosotros te vamos a ayudar.
Cuatro tipos armados, salidos de un callejón y de una pelea... no era precisamente la clase de ayuda que esperaba encontrar. Pero lo que me había pasado parecía darle la razón. Y no tenía el coraje para contradecirlo. No me animé a suspirar, asentí con la vista baja y fui con él.
 
*   *   *
 
A dos cuadras de ahí tenían estacionado un jeep de doble tracción último modelo. El de pelo largo se acomodó tras el volante y el alto a su derecha, el del rifle me invitó a sentarme entre él y el chico huraño. Un momento después nos alejábamos a toda velocidad del barrio oscuro, cruzábamos demasiado rápido para mi gusto una zona más transitada y nos desviábamos por otra calle hasta un acceso a una autopista. Yo me mantenía inmóvil y encogida en el asiento de atrás, hombro con hombro con los otros dos, apretando mi mochila contra el pecho como si fuera un escudo. Nadie pronunció palabra hasta que estuvimos en la autopista. Entonces el chico se inclinó hacia adelante y habló al oído del alto.
— Preguntales —replicó el alto y tornó a mirar hacia afuera. Entonces el del rifle me enfrentó y notó que me sostenía el brazo izquierdo.
— ¿Estás lastimada?
Moví la cabeza tratando de sonreír. —No es nada, me golpeé un poco al caer —contesté, tratando de que mi voz no temblara demasiado.
— En casa te voy a revisar —dijo el de pelo largo—. Y mañana a la mañana te llevo a tu embajada.
El del rifle me estudió un momento. — ¿Cómo perdiste a tu amiga?
Hice una mueca, era difícil de explicar porque sabía que iba a sonar absurdo e inverosímil. Pero poco a poco me iba sintiento más animada, a pesar del frío, del miedo y el dolor. Empezaba a pensar que no iba a terminar muerta en una zanja y que los cuatro pandilleros no eran tan mala gente... Más me vale que no lo sean. Así que les conté para que habíamos viajado Pauline y yo, y cuanto recordaba del bar hasta despertarme en la playa. Mientras yo hablaba, el alto giró para lanzarme una de esas miradas que parecían cuchillos, sin apartar sus ojos verdes de mí aun después de haberme callado. El de pelo largo rió por lo bajo.
— Extranjeras que desaparecen —dijo—. Me suena, me suena.
— ¿Cómo dijiste que se llamaba el tipo que las llevó al bar?—me expetó el alto, todavía mirándome con fijeza.
— Arenas... Rodolfo Arenas... creo... —murmuré, intimidada por la frialdad de su acento y sus ojos.
— De ése no nos djireno nada —murmuró el chico.
Me atreví a fruncir el ceño con un gesto interrogante, el alto desvió la vista hacia el chico, que se echó hacia atrás en el asiento con un gruñido, luego volvió a acomodarse en su asiento mirando para adelante y nadie volvió a hablar.
— Soy Slash, mucho gusto —dijo después el de pelo largo, sonriéndome por el espejo retrovisor, evidentemente para cortar la tensión del ambiente—. A mi derecha Run, y al lado tuyo Trash y Boss.
— Mi nombre es Cecile —dije, logrando al fin devolverle la sonrisa.
Mientras hablábamos redujo la velocidad y salió de la autopista en el extremo de un parque enorme, tomó una de las calles que lo bordeaban y condujo hacia un barrio residencial, de casas bajas y veredas con árboles añosos, hasta detenerse frente a un jardín sin luces. Boss, el del rifle, se apresuró a bajarse y me indicó que lo siguiera. El único que no se apeó fue Slash, que me guiñó un ojo sonriendo de nuevo.
— Voy a guardar el auto —dijo, volviendo a arrancar.
Los otros tres ya habían cruzado el jardín y entrado a la casa a oscuras. El alto, Run, estaba de pie junto a la puerta, a todas luces esperando que yo entrara también. Pasé junto a él sintiendo un escalofrío, y que se me ponía la piel de gallina al escucharlo cerrar la puerta detrás de mí. Bien. Ya estaba hecho. Que sea lo que Dios quiera, pensé. El recibidor se abría a un living comedor cálido y bien iluminado, y en el otro extremo vislumbré la barra del desayunadero, que separaba el comedor de la cocina. Run se deslizó a mis espaldas por una puerta lateral (tuve otro escalofrío cuando su abrigo me rozó el brazo) y lo escuché caminar por lo que supuse un pasillo. Boss estaba calentando café y me indicó que me sentara, otra puerta se abrió tras él, en la cocina, y Slash apareció con un botiquín. Boss hizo una mueca al verlo y se volvió hacia mí.
— Tal vez quieras darte una ducha antes de curarte el brazo.
Lo enfrenté desconcertada. ¿Que me bañara ahí? ¿Qué estaba diciendo?
— Si estás como tu tapado, te va a venir bien un baño caliente...
Recién entonces noté el estado lastimoso en el que estaba. El tapado de Pauline estaba todo embarrado, igual que mis jeans, que se habían roto en una rodilla al caerme. En realidad toda yo estaba manchada de barro, ahora podía sentir las costras secas en la cara, y la mano que me pasé por el pelo quedó enredada entre los mechones pegoteados y húmedos. Boss me alcanzó un tazón humeante sonriendo de costado.
— Tomate esto y después te fijás qué querés. Trash y yo te podemos prestar ropa limpia.
Bajé la vista turbada, sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Desde que Pauline viniera a casa sólo cuatro días atrás a decirme que tenía que acompañarla a buscar a su hermana, las cosas habían sucedido demasiado rápido. Sobre todo desde que me despertara en esa plaza. De pronto las palabras y los gestos amables de estos desconocidos parecían surtir el mismo efecto que el abrazo de un amigo en un mal momento. Temblaba de pies a cabeza, y casi me volqué encima el café al querer probarlo. Dejé la taza en la mesa sin animarme a alzar la vista.
— Boss tiene razón —terció Slash con su acento amable—. Una ducha te va a ayudar a sentirte mejor.
Sentí la presión suave de su mano en mibrazo sano y cerré los ojos con fuerza, pero no pude evitar que cayeran varias lágrimas.
— Necesito que me contestes unas preguntas —dijo una voz tranquila y fría detrás de mí, obviamente Run—. Mejor que te despejes primero. Boss, mostrale el baño.
Me incorporé todavía con la vista baja y seguí a Boss a través de un pasillo hasta el baño. Él abrió por mí la ducha y me alcanzó toallas limpias.
— Voy a buscarte la ropa —sonrió, y salió cerrando la puerta sin ruido.
Me costó desvestirme, el brazo izquierdo me dolía bastante y las manos me temblaban. Pero apenas estuve bajo aquella luvia de agua caliente agradecí la sugerencia. Boss volvió enseguida, llamó y se asomó apenas lo necesario para dejar la ropa en el piso frente a la puerta. Cuando lo hizo escuché a los demás hablando en la cocina, como si discutieran algo, pero no me importaba. Era como si el agua no sólo se llevara el barro, sino también el frío y el cansancio, hasta el miedo. Cerré los ojos limitándome a sentirla caer y correr sobre mí, respirando cada vez con más calma.
Debo haberme adormecido, parada bajo la ducha, porque unos golpes en la puerta del baño me sobresaltaron y reconocí la voz de Slash preguntándome si estaba bien. Le dije que enseguida salía y lo escuché alejarse.
Me desconcertó encontrar hasta ropa interior entre lo que Boss me dejara, hasta que de pronto comprendí que Trash, a quien yo tomara por un chico, debía ser una chica. El jean también tenía corte de mujer, lo cual confirmó mi razonamiento, y un remerón, buzo y medias completaban la muda. Éstos últimos me quedaban bastante grandes; no importaba, siempre uso ropa tres talles más grandes, y la que me dejaran despedía ese aroma inconfundible de la ropa recién lavada y secada al aire libre y al sol. Me vestí y me reuní con los cuatro en la cocina. Allí, volviendo a mirar a Trash, que fumaba con su expresión hosca en la cocina, comprobé que había estado en lo cierto: era una chica de mi edad. Slash me señaló una silla junto a él y abrió el botiquín indicándome que le dejara ver mi brazo. El codo había perdido su forma aguzada, hinchado y morado bajo una costra delgada de sangre seca que subía hacia el hombro, y el hematoma que se estiraba unos diez centímetros para arriba y otros tantos para abajo. Slash me desinfectó el raspón mientras Boss volvía a servirme café y se sentaba al otro lado de la mesa frente a una laptop, a seguir trabajando en algo. Run permanecía de pie, cruzado de brazos, apoyado contra la barra del desayunadero. Procuré ignorarlo, pero sentir esos ojos claros fijos en mí me ponía más que nerviosa. Boss  se echó hacia atrás en su silla y lo miró con un cabeceo afirmativo. Entonces Run se acercó un paso hundiendo las manos en los bolsillos.
— ¿Te acordás el nombre del lugar adonde las llevó ese Arenas?
Alcé la vista deplorando tener que enfrentarlo y meneé la cabeza.
— ¿Lo reconocerías si lo vieras?
— ¿A Arenas o al bar?
— Si fuera a los dos, mejor.
Asentí sin vacilar. Run amagó a formular otra pregunta, pero Slash lo interrumpió.
— Ahora contanos lo de tu amiga —dijo, terminando de vendarme el raspón por encima del codo—. ¿Cuándo supieron que había desaparecido?
Les conté lo poco que sabía: que Arenas le había escrito a Paula diciéndole que su hermana había falta do una semana entera a clases, y que al ir a su departamento le habían dicho que hacía varios días que no la veían. A lo que sabía, Silvie había sido vista por última vez diez días atrás.
— Salió con Arenas, creo que a bailar. Él la acompañó hasta su departamento a la madrugada y la dejó ahí, pero al día siguiente no apareció en el Centro de Estudios...
— Ningún lerdo, el profesor —gruñó Trash desde la cocina.
— Todo esto se los contó él mismo, cuando fuero a ese bar... —terció Boss.
— Ya le había explicado algo a Pauline, por teléfono. Hacía un mes que salía con Silvie, aunque nadie en el Centro de Estudios lo sabía.
Run consultó la hora con una mueca.
— Ahora ya es tarde para nada. Mañana a primera hora te llevamos a la embajada para hacer la denuncua, y después a tu hotel.
No oculté mi sorpresa. — Pero si ni siquiera sé...
— Kilton III —intervino Boss con un guiño—. Acabamos de rastrear en la red tus reservas. Disculpame, pero tuve que usar tu pasaporte para hacerlo.
Asentí en silencio, qué le iba a decir. Run cruzó el estar hacia la puerta del corredor.
— Hasta mañana —dijo, sin mirarnos siquiera.
Trash lo siguió de inmediato, sin siquiera saludar. Boss no tardó en irse también, Slash se incorporó sonriéndome.
— Vení, esta noche te cedo mi cama.
Me paré vacilante. — Pero... si ya sabemos mi hotel... pido un taxi... no quiero seguir molestándolos.
Slash largó una risita palmeándome el hombro sano.
— Mejor que esta noche no vuelvas a salir. Vamos a dormir, y bienvenida al país.
Me mostró su habitación, al fondo del pasillo junto al baño, y me dejó sola. Las piernas volvían a temblarme, como el resto del cuerpo, pero ahora de cansancio. Ignoraba por qué no estaba tan preocupada por Pauline y Silvie, por qué me sentía tan segura de que ellos me ayudarían a buscarlas y que las encontraríamos. No tenía ánimos de cuestionamientos. Preferí atribuirlo al agotamiento y me dormí antes de apoyar la cabeza en la almohada.
 
*   *   *   *   *
 
Día 2
 
Me desperté sobresaltada. Ya era de día y Slash estaba en medio de la habitación, con expresión culpable como si lo hubiera sorprendido entrando a robar.
— Disculpá, no quería despertarte, pero anoche me olvidé de sacar ropa limpia y...
Le sonré, divertida por su cara, y me desperecé.
— Tu cama es la mejor que haya usado en años —dije—. ¿Qué hora es? ¿Dormí mucho?
Él sonrió también y empezó a revolver su placard.
— Son las nueve y algo. Si tenés hambre, el desayuno está listo —contestó, ya había encontrado lo que buscaba y se detuvo antes de salir—. Pero apurate, que Boss es una piraña famélica a esta hora.
Me levanté apenas se fue y lo encontré sentado a la mesa con Boss, que leía el diario mientras devoraba un desayuno americano vestido con ropas de ejercicios, como si acabara de volver de una corrida matinal. Decliné cortésmente el ofrecimiento de sandwiches, waffles con dulce,jugo y frutas y preferí una taza de café y un poco de pan tostado, añorando los desayunos en mi propia cocina, con el sol entrando por la ventana y nada de ruido ciudadano, exactamente como ahora... Pero a varias horas de avión y dos desapariciones de casa..., pensé desanimada. Run entró entonces desde el corredor. Vestía jeans impecables, una polera blanca bajo un suéter oscuro de lana fina, una chaqueta de cuero cuyos faldones caían hasta mitad de los muslos; el pelo mojado indicaba que acababa de salir de la ducha. Chequeó la hora y me miró, tomando un juego de llaves de la pared junto a la puerta.
— Te espero afuera, no quiero salir tarde —dijo, y salió.
Sin detenerme a pensarlo me volví hacia Slash, que sonrió de costado al ver mi cara.
— Gruñe pero no muerde, no te preocupes —dijo sacando un cigarrillo.
— No irás a fumarme en la cara... —terció Boss.
— Tranquilo, atleta, voy a esperar a que te vayas —me miró cabeceando hacia la puerta—. ¿Vamos?
Salí tras él de la casa al jardín delantero, donde varios rosales mostraban al sol algunos capullos tempranos. Run me esperaba tras el volante del jeep, Slash me hizo un gesto de despedida cerrando el portoncito de la cerca frente al garage. El camino hasta la embajada fue rápido y silencioso. Run mantenía la vista fija al frente, yo opté por mirar por la ventanilla la ciudad que ya bullía con la actividad diurna. Me sentía incómoda con esa cara inexpresiva, esos ojos fríos y ese silencio por única compañía, y fue un alivio cuando nos detuvimos frente al moderno edificio adornado con la vieja y querida tricolor en lo alto de los mástiles. Pero el trámite resultó demasiado breve para su importancia y para mi gusto. Volví a la calle sintiendo un vacío en el estómago y las mejillas ardientes de rabia, prendí un cigarrillo con brusquedad. Era una mañana fría y luminosa, pero a mí me parecía el día más oscuro que recordara en los últimos años. Run, que me esperaba junto al jeep, se adelantó a mi encuentro al verme salir.
— ¿Qué te dijeron?
Tardé en contestar, tratando de calmarme. Me encogí de hombros.
— Haremos lo posible, le notificaremos cualquier novedad, manténgase en contacto, bla, bla, bla. Burócratas de mierda.
— Nosotros la vamos a encontrar.
Alcé la vista sorprendida, encontrando sus ojos, de ese raro color verde dorado, brillantes por encima de los lentes oscuros. Sostuvo mi mirada sin pestañear, después cabeceó en dirección al jeep.
— Vamos a tu hotel.
Mientras volvíamos a perdernos en la maraña de tránsito del centro, junté ánimos para interrogarlo y me acomodé en mi asiento de manera de poder verle bien la cara.
— ¿Qué fue eso que dijo Slash anoche, acerca de extranjeras que desaparecen? ¿Y lo que dijo Trash cuando nombré a Arenas?
Los labios de Run formaron una apretada curva descendente y entornó los ojos. Era obvio que no me iba a contestar, pensé disgustada.
— ¿Cómo son tu amiga y la hermana? —preguntó a su vez—. Su aspecto físico.
Busqué mi portadocumentos y saqué una foto de las tres que Pauline me había hecho guardar ahí. Nos la habíamos sacado en el aeropuerto el día que Silvie se fuera del país a cursar su beca. Se la mostré cuando paramos en un semáforo. Run le echó una ojeada rápida y me miró de costado.
— Trata de blancas —dijo, arrancando—. Te dejaron en esa plaza porque no les servías. Buscan chicas morenas, de tipo latinas, para divertir a clientes extranjeros. Tuviste suerte de que no te mataran.
Sentí más frío que la noche anterior al despertarme en ese banco de piedra. Run volvió a mirarme fugazmente.
— Te dije que las vamos a encontrar. No las matan ni las sacan de la ciudad.
Yo seguía sin poder articular palabra, él dejó la avenida por la que íbamos y después de hacer un par de cuadras por la calle transversal se detuvo frente a un edificio de diez pisos y fachada recién pintada.
— El hotel.
Abrí la boca, pero no tenía nada para decir y volví a cerrarla. Sus palabras parecían retumbar en mi cabeza como cañonazos. Solté el cinturón de seguridad y me bajé del jeep con movimientos mecánicos. Así entré a la recepción, chica pero limpia y agradable, todavía tratando de coordinar al menos dos ideas coherentes acerca de la situación. Run debió darse cuenta, porque se me adelantó a hablar con el conserje. La respuesta vino después de una breve consulta con la terminal del mostrador: las reservaciones a nuestro nombre habían sido canceladas por la señorita Roigny la noche anterior. Ahora Run bajó la voz, fue una frase breve y rápida. El conserje chequeó algo en su terminal, le mostró el monitor meneando la cabeza, Run le dijo algo más y el conserje llamó a un chico de uniforme, que se fue y volvió enseguida con mi valija negra, de la que todavía colgaban los tickets del avión. Run la agarró diciéndole algo más y me hizo señas de que saliera con él.
— ¿Sabés dónde vivía la hermana de tu amiga? —inquirió, acomodando mi valija en el asiento de atrás.
Le dirección y le pregunté qué había pasado.
— Hacen que parezca un viaje corto. Llevan a las chicas a sus casas a buscar un bolso con ropa, para que las vean irse vivas y con alguien. Anoche tu amiga vino al hotel con un tipo, canceló las reservas y se llevó sus cosas, pidiendo que guardaran las tuyas hasta hoy a la tarde.
Me hundí en el asiento, dejándome cegar por el brillo del sol en el parabrisas. Todo daba vueltas a mi alrededor. Cuando llegamos al edificio donde había estado viviendo Silvie, Run no se molestó en hacerme bajar. Volvió enseguida y nos fuimos sin cruzar palabra.
 
*   *   *
 
Boss estaba en el jardín cuando volvimos, revisando el motor de una moto, y Trash salió apenas nos detuvimos frente al garage cerrado. Cruzó una mirada con Run al tiempo que mostraba un disco en su mano y cabeceó señalando el interior de la casa, volvió a entrar en silencio. Él tampoco dijo nada. Él y la chica no parecían necesitar palabras para entenderse a la perfección. Boss se acercó a nosotros e insistió en ayudarme a bajar.
— Voy a ver qué hay —le dijo Run, adelantándose hacia la casa.
Boss me sujetó con suavidad el brazo sano y me dejé llevar dando la vuelta al jardín y hasta la puerta de la cocina como una zoombie. Allí me dejó con una de sus sonrisas simpáticas, señalándome la cafetera, y se fue hacia los dormitorios. Sin detenerme a pensarlo puse a calentar el café y prendí un cigarrillo. Creo que no terminé de reaccionar hasta que quise buscar una taza y me di cuenta de que esa cocina no era la mía y que no sabía dónde estaban las cosas. Escuché pasos, giré para encontrar a Slash sonriendo.
— Me alegra que tengas ojos claros —dijo, sacando dos tazas del muebe de sobremesada—. Ser tan gringa puede haberte salvado la vida. ¿Azúcar?
Mis ojos se habían quedado clavados en las tazas, alcé la vista frunciendo el ceño. Slash rió por lo bajo alcanzándome el café.
— Confía en nosotros: todo va a ir bien.
Suspiré desviando la vista. — ¿Qué pueden hacer ustedes por ayudarme? ¿Y por qué lo harían, si pudieran?
Slash me instó a sentarme a la mesa y dejó un cenicero frente a mí, él se sentó a horcajadas en una silla y cruzó los brazos sobre el respaldo, el cigarrillo subiendo y bajando entre sus labios mientras hablaba.
— ¿Acaso importa por qué? Podemos hacerlo, así que lo vamos a hacer, y listo.
Bajé los ojos, que me ardían; tenía la garganta cerrada de angustia. Me paré y le di la espalda con la excusa de servirme más azúcar. No quería seguir llorando, y menos frente a uno de ellos. En realidad, no quería absolutamente nada de lo que me rodeaba en ese momento. Sólo podía pensar en estar en casa viendo películas con Pauline, como solíamos hacer los fines de semana. Respiré hondo, volví a enfrentarlo tratando de sonreír.
— Creo que un poco de aire fresco me haría bien —dijo— ¿Queda muy lejos el río?
Slash me observó con mirada crítica, como evaluando si en mi estado emocional (un desastre) convenía dejarme salir sola. Abrió la boca para hablar, pero el sonido de pasos en el corredor lo interrumpió. Run entró al estar con un sobre marrón, seguido por los otros dos.
— El jeep —dijo.
Slash asintió y me dirigió una última sonrisa antes de irse. Run me dio las fotos que traía en el sobre. Una docena de hombres y una docena de bares. No hacía falta que me explicara para qué me las mostraba. Ni siquiera me detuve a preguntarme de dónde las habían sacado ni por qué. Les señalé a Arenas y el lugar adonde nos llevara. Run y Trash intercambiaron una mirada y él le tendió las fotos que yo apartara.
— Era hora —murmuró ella con una mueca, estudiándolas.
Boss me enfrentó con una sonrisa vacilante. — ¿Te animarías a volver a ese bar?
Me encogí de hombros. La idea no resultaba nada atractiva, pero resultaba obviamente necesario para empezar a buscar a Pauline y a Silvie. Mi consentimiento pareció suficiente para ponerlos en movimiento. Trash manoteó su campera del perchero y se la puso con una mirada de costado a mi valija, que quedara contra la pared junto a la puerta. Sus ojos se encontraron con los de Run, que asintió con un fugaz cabeceo. Ella sólo arqueó las cejas y salió. Realmente esos dos parecían comunicarse con telepatía. Él volvió a dejar el comedor hacia los dormitorios. Entonces noté que Boss traía la laptop bajo el brazo y la estaba conectando para usarla en la mesa. Me sentí un estorbo. Reparé en las bolsas de supermercado sobre la mesada de la cocina. Carraspeé para atraer la atención de Boss, que me instó a hablar sonriendo como siempre.
— ¿Estará muy mal si cocino? Necesito distraerme con algo...
Mis palabras parecieron sorprenderlo, pero no tardó en volver a sonreír, ahora divertido.
— Todo bien. Trash agradecida de que le cubras el turno.
 
*   *   *
 
Después de un almuerzo más bien rápido y silencioso, intenté ofrecerme para ayudar a Trash con la limpieza, pero ella meneó la cabeza enérgicamente y Slash intervino con prontitud.
— Llevé tu valija a mi pieza —dijo—. Cambiate si querés y buscame afuera, así te llevo al río.
Al pasar a su lado me revolvió el pelo con otra de sus sonrisas adorables. La verdad que si tenía que elegir a alguien para salir y levantarme el ánimo, en ese momento y en ese lugar del mundo, no hubiera podido elegir a nadie mejor que él. Durante nuestro paseo en su convertible, y mientras estuvimos sentados en una playa estrecha y rocosa, en las afueras de la ciudad, hablamos más que nada sobre mis y mis amigas perdidas. Yo esperaba poder arrancarle alguna respuesta, pero a pesar de su locuacidad se las ingenió para desviar metódicamente mis preguntas sobre ellos. Entendí que debía conformarme con lo que sabía (nada) y aceptar su promesa de ayuda sin pretender saber más. No tenía muchas alternativas. Lo hice.
De pronto callamos y el silencio se prolongó. Un nene cruzó corriendo entre nosotros y el río remontando su barrilete. Una nube ocultó el sol, el viento se hizo más frío. Me estremecí rodeando mis piernas con el brazo sano y apoyé la cabeza en las rodillas, mirando sin ver ese agua que iba a dar al mismo océano que bañaba mi propia ciudad, tanto más allá del horizonte, tan lejos al parecer de todo lo que yo había llamado mi vida hasta la noche en que Pauline me llamara para contarme del mail de Arenas. Sentir el roce de la mano de Slash en mi mejilla me dio un escalofrío y volví la cabeza hacia él. Me miraba por encima de sus lentes oscuros, los ojos del color de las almendras brillaban, el pelo se agitaba en el viento, bañado en los destellos del sol y el río; su sonrisa era vaga. No dijo nada, yo tampoco. Pero aquel breve contacto, además de acelerar mi pulso, hizo que cualquier recelo que aún pudiera quedarme hacia él y sus amigos se desvaneciera. Su sonrisa se acentuó y ladeó la cara para prender un cigarrillo, yo volví a mirar hacia delante. Pocos minutos después volvíamos a cruzar la ciudad.
En el camino de vuelta me compré un cuaderno y una lapicera, y pasé varias horas sentada al sol en el jardín, garabateando frases sueltas. Nunca escribí más que un par de poemitas de amor adolescente, las letras no son mi fuerte, pero necesitaba expresarme en mi idioma, con el que las palabras significaban exactamente lo que yo quería decir, ayudándome a sentirme más segura de mi misma. Sin embargo, después de un día entero hablando otro idioma, terminé usándolo sin siquiera darme cuenta.
A media tarde  Boss me invitó a ir a su pieza y nos sentamos juntos ante la laptop en su escritorio. Entramos a la red, donde seguimos el rastro de las últimas operaciones de la tarjeta de crédito de Silvie y la de Pauline hasta la cancelación de nuestras reservas en el hotel. Después entró en el sistema del Centro de Estudios (yo veía boquiabierta cómo hackeaba un sistema tras otro sin la menor dificultad, pero él insistió que no era más que un principiante al lado de Slash, que era quien le había enseñado todo lo que él sabía de piratería virtual). De ahí sacó cuanta información encontró sobre Arenas y empezó a chequearla con otras fuentes. A esta altura mi escasa comprensión en sistemas me había hecho quedarme bastante atrás y me limitaba a mirarlo actuar sin molestarlo con preguntas tontas.
— Esta noche vamos a ir a ese bar —dijo de pronto, siempre atento a su monitor.
Asentí con una mueca. Lindo plan para mi segunda noche acá, volver ahí. Boss me miró por sobre su hombro sonriendo.
— Vas a tener que entrar sola, a ver si reconocés a alguien, pero nosotros vamos a estar cerca todo el tiempo por si surgen problemas —ahora giró para enfrentarme muy serio—. Te animás, ¿no?
Volví a asentir en silencio. Me animara o no, tenía que hacerlo, y saber que no estaría sola me tranquilizaba un poco.
— Lo que suponía, es habitué de ese bar —dijo entonces, señalando el monitor—. Su tarjeta registra pagos ahí al menos tres veces por semana durante los últimos cuatro meses... desde que empezaron a desaparecer las chicas extranjeras...
Di un respingo al escucharlo y lo miré incrédula.
— ¿Vos querés decir que el amigo de Silvie...?
— Casualidades son casualidades —su sonrisa no tenía nada de la simpatía habitual en él—. Es profesor en un centro de becarios extranjeros, sale con alumnas, al menos una de ellas desapareció, vos apareciste en una plaza después de conocerlo y no hay rastros de tus amigas...
Sin pensarlo saqué un cigarrillo, pero su expresión me contuvo cuando iba a prenderlo. Lo guardé suspirando, Boss volvía a enfrascarse en seguirle los pasos a Arenas en la red, y yo a hundirme en mis propias cavilaciones.
 
*   *   *
 
La noche se había cerrado hacía rato y el cielo volvía a cubrirse de nubes cuando volví a reunirme con los cuatro en la cocina, para cenar. Habían traído pizza y comieron hablando en voz baja, poniéndose de acuerdo para esa noche por lo que pude entender, pues me costaba seguir el idioma si no me hablaban con cierta lentitud. No me molesté por tratar de comprender lo que decían y traté de comer, pero no tenía hambre, y la perspectiva de que pronto volvería a entrar a ese bar no contribuía precisamente a abrirme el apetito. Me preguntaba qué haría si encontraba ahí a Arenas, a qué se había referido Boss con que iban a estar cerca “por si surgían problemas”, qué esperaban en concreto de mi visita a ese lugar. La voz de Run corrió por mis nervios como una descarga eléctrica.
— ¿Tenés ropa de noche para ponerte?
— Sí, creo que traje algún vestido —le contesté, soportando la mirada de los cuatro fija en mí—. Pero no sé si será apropiado...
— ¿Es corto?
Trash enfrentó ceñuda a Slash, que alzó una mano anticipándose a cualquier comentario.
— Si se viste lo bastante provocativa, tal vez Jaques decida que su piel blanca y sus ojos claros no importan. Tenemos que intentarlo.
Me quedé de una pieza, mirándolo asombrada.¿O sea que me van a usar de carnada? Empezaba a buscar la mejor manera de declinar el encargo cuando Run tornó a mirarme con expresión especulativa y asintió, bajé la cabeza sabiendo que no me iba a animar a decirle no-gracias-paso.
— Yo voy a ir con vos, aunque entremos separados —dije.
Alcé la vista con una mueca. — Pero... todos los chicos que vi ahí eran muy informales y vos... —mi voz se perdió en un murmurllo al darme cuenta de lo que había dicho y a quién.
Las cejas de Run se alzaron un poco, Slash se reclinó en su silla con una sonrisa burlona.
— Hum... parece que voy a tener que ser yo —dijo con tono desapasionado, aunque advertí el guiño cómplice que me dirigía.
Boss hincó los dientes en la última porción de pizza y masticó con expresión dubitativa.
— ¿Vos en ese lugar lleno de chicas? —terció.
— Sí, si es el único que podía pasar desapercibido —replicó Run—. Trash y yo vamos a esperar afuera y vos la vas a monitorear, pero alguien tiene que estar adentro con ella —me miró y cabeceó hacia los dormitorios—. Cuanto antes salgamos, mejor. Acordate que necesitamos que se fijen en vos.
Acaté la orden con la misma docilidad con que los demás acataban sus órdenes y fui al cuarto de Slash a cambiarme. Lo único útil que encontré en mi valija fue un vestido negro, corto como pidieran, y agradecí mi falta de practicidad para preparar viajes urgentes: había llevado también medias y zapatos altos. Me maquillé tratando de disimular mi palidez, elejí un espantoso rojo chillón para la boca, me esmeré en resaltar mis ojos celestes con sombra oscura y pestañas muy negras. Pero cuando me miré al espejo tratado de ser objetiva, no me sentí satisfecha. Por suerte a ellos mi disfraz de ocasión les pareció bien, y Run hasta asintió después de mirarme de arriba abajo con ojos críticos. Boss me dio una cadena dorada con un medallón chico, me explicó que era un micrófono y un localizador, para que él pudiera monitorearme desde su laptop. Me ayudó a colgármelo y me despidió con una sonrisa alentadora. Yo seguí a los otros hacia el garage. Los tres vestían como la noche anterior, de negro de pies a cabeza, y Slash había cambiado su campera por un sobretodo de faldones largos. Me acomodé con él en el jeep mientras Run y Trash salían en la moto. Divisé una camioneta tipo van cubierta por una lona en el garage a oscuras.
El viaje fue mucho más corto de lo que mis nervios esperaban. Slash me explicó que me iba a dejar a diez cuadras del bar en cuestión, y que tenía que tomarme un taxi para llegar sola; él iba a seguir al taxi que yo tomara y entraría al local uno o dos minutos después.
— Aunque me tengas a la vista, tenés que evitar mirarme —concluyó, frenando veinte metros antes de una avenida. Me miró un momento y sonrió de costado—. Ahora estás con nosotros, no te va a pasar nada. ¿Muy nerviosa?
— Sólo muerta de miedo— traté de que mi acento sonara ligero y me colgué la diminuta cartera que encontrara en el fondo de la valija, donde apenas entraban mis cigarrillos y mi billetera.
Él rió por lo bajo y me tomó el mentón instándome a mirarlo. No dijo nada, como esa tarde en la playa, pero su mirada y su silencio me reconfortaron como antes. Me obligué a sonreír, y cediendo a un impulso repentino le besé la mejilla antes de bajar del jeep. Cuando cerré la puerta lo noté un poco sorprendido.
— Disculpá, te manché la cara de lápiz labial...
Slash se limpió la cara sonriendo de costado. Yo me había separado varios pasos del jeep. Miré hacia la avenida respirando hondo, me volví hacia él con un gesto de despedida y me alejé sola antes de tener tiempo de pensar las cosas dos veces y salir corriendo en dirección opuesta de puro miedo.
 
*   *   *
 
El bar estaba mucho más concurrido que la noche anterior e imaginé que se debía a que era más tarde. Llamar la atención, me repetía. No sé de quién, pero llamar la atención. Un mozo me señaló una mesa lateral y se ofreció a precederme, pero me negué con la mejor sonrisa que pude poner y señalé la barra, donde había un par de lugares vacíos. Me miró un poco sorprendido: no había ninguna mujer sentada a la barra, y temí haber sugerido algo demasiado fuera de lugar. Bien, si lo hice, seguro que voy a llamar la atención de quien-diablos-sea. Asentí con otra sonrisa y crucé el local sin esperarlo.
La mayoría de los hombres sentados a la barra estaban de frente al local, sólo unos pocos le daban la espalda. Las mesas laterales y reservados volvían a estar ocupadas por los clientes de más edad, solos o en pareja, y las centrales eran el territorio indiscutido de los más jóvenes, incluyendo no pocos menores de edad. Caminé a lo largo de la barra tratando de que mi paso fuera seguro y, si se me concedía el milagro, sensual. Sentí las miradas que me seguían, pero ignoraba qué significaban. Seguí hasta un asiento libre casi en el otro extremo de la barra, me quité el bleizer pretendiendo ser el centro absoluto del universo, me acomodé el pelo sobre un solo hombro, descubriendo el escote en mi espalda, y me senté con las piernas cruzadas acodándome en la barra, de frente a la entrada del bar. Busqué mis cigarrillos y maldije el nervioso temblor de mis manos, conté más de cuatro pares de ojos masculinos siguiendo mis movimientos, ignoré al mundo para pedirme un trago. No podía evitar lanzar una que otra mirada ansiosa a la puerta. Slash habia jurado que entraría sólo uno o dos minutos después que yo y todavía no llegaba.
El barman me alcanzó mi aperitivo y deslizó una servilleta extra junto al vaso. La levanté sin mostrar sorpresa, leí el nombre y el número de un celular, alcé la vista barriendo las caras de los hombres solos en la barra en busca del remitente. Lo encontré sentado diez lugares más allá. Alzó su vaso sonriéndome. Era uno de los contados hombres de más de treinta años, muy bien vestido y de rostro agradable. Le devolví la sonrisa guardando la servilleta en mi cartera de forma que me viera hacerlo, pero cuando volví a mirarlo tuve que hacer un esfuerzo enorme para no echarme a temblar y llorar ahí mismo: detrás de él otros ojos seguían todos mis movimientos, y reconocí al muchacho rubio que estaba hablando con Arenas cuando Pauline y yo saliéramos del baño la noche anterior. Sin saber qué hacer, enfrenté la barra y me concentré en mi bebida, deplorando mi pésima elección: el aperitivo distaba de ser mi favorito, o tan siquiera digerible.
Quizás debería avisarle a Boss que está este tipo, pensé. Él podría avisarle a los demás para averiguar quién era o seguirlo o lo que fuera. Pero no podía ponerme a charlar ahí con mi medallón. Opté por ir al baño para hacerlo. Me encerré en un compartimiento y le susurré al colgante mi hallazgo, deplorando no tener forma de saber si Boss me había escuchado. Salí, me arreglé un poco la ropa y el maquillaje y volví a mi lugar. Slash no estaba a la vista todavía y empezaba a ponerme demasiado nerviosa. Prendí otro cigarrillo, seguí observando las caras de todos los hombres presentes, comprobé que el amiguito de Arenas seguía ahí y todavía me observaba. Entonces vi que el propio Arenas entraba al local. Lo acompañaba una chica morena y esbelta, mulata a todas luces. Un escalofrío me corrió por la espalda y se me puso la carne de gallina. Debo haberlo mirado con demasiada fijeza, porque levantó la cabeza como quien se siente observado y sus ojos se movieron a su alrededor buscando el origen de su inquietud. Noté que no se detenía en el muchacho de la barra y traté de que mi expresión fuera serena esperando que me encontrará. Cuando al fin me vio pareció contrariado, enseguida se mostró sorprendido, se excusó con su acompañante y cruzó el local hacia mí.
— ¡Señorita Lavre! —exclamó, deteniéndose a mi lado de forma tal que su cuerpo me tapaba todo el local— ¡Pauline está tan preocupada por usted! ¡Imagínese que encontramos a Silvie y no sabíamos dónde estaba usted! ¿Por qué no fue al hotel, como dijo al despedirse de nosotros?
Así que me fui sola, dije que me iba a un hotel que no sabía dónde quedaba y no volví. Demasiadas explicaciones para saludar a alguien que supuestamente sabe qué hizo el día anterior. Le sonreí haciéndome la arrepentida por una travesura y dije lo primero que se me ocurrió.
— Sí, lo siento. Pero mientras esperaba el taxi me encontré con unos tíos lejanos que viven acá y terminé quedándome en casa de ellos, me olvidé de llamarla para avisarle... Y cuando fui al hotel esta mañana ella ya no estaba...
Arenas no consiguió disimular una sonrisa demasiado irónica dada la circunstancia.
— Es que no podía dejarla sola anoche, la llevé a casa de mi madre.
— Ahhh.... Entiendo, y se lo agradezco tanto, pobre Pauline, fue tan desconsiderado de mi parte hacerle esto. ¿Pero me dice que encontraron a Silvie? ¿Cómo puedo hacer para ubicarlas? No hay nadie en el departamento de Silvie, así que volví acá esta noche con la esperanza de encontarlos acá, a Pauline o a usted...
Ahora su sonrisa era bien visible y casi hasta inocente.
— Si me da la dirección de sus tíos, podemos pasar a buscarla mañana.
Aquel duelo de mentiras se me estaba escapando de las mano hacia terreno peligroso. Fingí pesar.
— Es que no sé la dirección —respondí—. Apenas si conozco la ciudad, ni siquiera podría indicarle bien cómo llegar. Mi primo me trajo y me pasa a buscar en dos horas.
Arenas asintió pensativo y demoró un momento en volver a la carga.
— Silvie está con Pauline en casa de mi madre, no se animan a quedarse solas. Si quiere puedo llevarla ahora con ellas, para tranquilizarlas. Tenemos tiempo de volver antes que su primo llegue, así usted puede recoger sus cosas. Para mí sería un placer, en casa de mi madre hay lugar para las tres...
Y seguro que para un par largo más, pensé indignada. Sentí la transpiración que me humedecía las manos y corría bajo el vestido. Si la noche anterior me habían dejado por ahí, vaya uno a saber por qué milagro, no creía que esta noche fueran a hacerlo de nuevo. Pero el tipo había planteado las cosas de forma que no me dejaba muchas alternativas. Había rebatido metódicamente todas mis excusas para negarme a acompañarlo. Y Slash ni siquiera llegó. Espero que el medallón funcione realmente. No recuerdo haber sentido tanto miedo en toda mi vida como cuando acepté ir con él “a casa de su madre”. Ya no dudaba adónde estaba yendo en realidad, pero todavía no estaba segura de que al menos llegaría ahí (dondequiera que “ahí” fuese) viva...
Arenas se disculpó conmigo para ir a despedirse de su chica morena. Mientra me ponía el bleizer me pareció advertir una mirada satisfecha del muchacho rubio de la barra, que había observado nuestra conversación desde su lugar. Las piernas me temblaban y sentía que el aire me era escaso. Agradecí que mi salida no precisara ser tan notoria como mi llegada. Arenas me esperaba junto a la puerta. Mientras iba a su encuentro una risita me llamó la atención. Y ahí sentado en una mesa, charlando con una linda chica, descubrí a Slash, que me dirigió una fugaz sonrisa cuando pasé cerca de él. Verlo debería haberme ayudado a sentirme aunque fuera un poco más tranquila, pero la verdad era que saber que estaba por subirme al auto de un tratante de blancas que ya había secuestrado a dos amigas mías empezaba a resultar más que demasiado para mis nervios. Soy una estúpida. No tendría que haber vuelto. Tenía que negarme. Si ya tenían señalado el sitio y la persona. Soy una estúpida. Hoy sí que termino en una zanja.
El auto de Arenas estaba estacionado en la esquina del local. Al salir a la calle miré a ambos lados, pero no vi rastros de Run y Trash. Sin embargo, apenas Arenas dejó la avenida por una calle lateral, vi en el espejo retrovisor que una moto con dos personas venía cincuenta metros detrás nuestro. Si no son ellos, no creo que llegue ni a una zanja, pensé, concentrándome en tratar de controlar mi pánico.
 
*   *   *
 
Me hubiera gustado sorprenderme aunque fuera un poco cuando Arenas dejó la zona céntrica y me llevó por calles cada vez más oscuras y menos transitadas.
— La casa de mi madre queda en las afueras —dijo a modo de explicación—. Disculpe que la traiga por esta zona, pero es el camino más rápido.
Asentí distraída, mirando lo que parecía ser el final de la calle: un paredón y tras él lo que debía ser una fábrica abandonada. Doblamos a la derecha una cuadra antes del callejón. Ningún vehículo nos seguía, y casi no me quedaban esperanzas de que mis pandilleros-de-la-guarda me estuvieran siguiendo. En realidad, ya no me quedaba ni siquiera miedo. Estaba como aturdida, la cabeza demasiado embotada para pensar. La situación había terminado de superarme y cuando nos detuvimos en mitad de una calle estrecha y apenas iluminada, ni siquiera me molesté por fingirme sorprendida. La cabeza me dolía mucho y no sé si el lugar era realmente tan oscuro o sencillamente me fallaba la vista. Giré para enfrentar a Arenas sintiéndome una vaca ante el matarife. Igual de indefensa, igual de estúpida, me acuerdo que pensé. Él se terminó de calzar unos guantes de latex antes de mirarme. Sonreía de costado.
— Sos realmente estúpida. ¿No entendiste el favor que te hice ayer al dejarte en esa plaza?
Me encogí de hombros. —¿Y qué iba a hacer? ¿Irme como si tal cosa? —no pude evitar una risita histérica—. ¡Pauline tenía hasta los pasajes!
Él también rió, pero su risa era más fría que la peor mirada de Run. Sentí las lágrimas que caían incontenibles por las mejillas. Me sujetó por la cadena del medallón y me acercó a él. Los eslabones se me clavaron en la carne. Cerré los ojos sin resistirme, ¿para qué hacerlo? Yo sola me había metido en la boca del lobo, con mis ínfulas de que cuatro pandilleros y yo íbamos a poder contra una mafia que comerciaba con vidas humanas.
— Agradecé que va a ser rápido —creo que dijo, agarrando la cadena con las dos manos y cruzándola contra mi garganta.
Ni siquiera entonces me moví, cuando el aire me empezó a faltar. Ni abrí los ojos. Dolía, me cortaba, me ahogaba, prometía ser rápido como él dijera.
Pero algo golpeó con fuerza la parte delantera del auto y Arenas me soltó, con tal brusquedad que caí hacia atrás, contra la ventanilla, mientras todo el auto se sacudía. Abrí los ojos respirando a bocanadas entrecortadas, jadeante: una sombra se erguía sobre el auto y apuntaba con un arma de fuergo a Arenas a través del parabrisas. Dos disparos se estrecharon contra el vidrio, al tiempo que algo más golpeaba la ventanilla de Arenas. Ese nuevo sacudón del auto hizo que cediera la puerta detrás de mí y caí de nuevo hacia atrás, esta vez a la calle, golpeando la cabeza contra el asfalto. Traté de erguirme un poco, atontada y dolorida por los golpes, todavía tratando de llenar del todo los pulmones, también doloridos. Vi al hombre que trepara al auto, ahora pateando el parabrisas para hacerlo saltar y apuntando a Arenas, todavía tras el volante. Reconocí la chaqueta de cuero negro y la clara cabellera de Run. Dos manos me sujetaron por debajo de los hombros, forcejeé instintivamente.
— Tranquila.
Alcé la vista y encontré a Trash tratando de ayudarme. Me incorporé sosteniéndome en ella, me hizo apoyarme contra un poste y corrió de vuelta hacia el auto. En ese momento Arenas consiguió hacer arrancar el auto con un rugido sordo. Run vaciló, agachándose para mantener el equilibrio, y pasó una mano por el parabrisa medio salido para aferrar la pechera de Arenas, sin soltar la presa cuando el tipo dio marcha atrás. Pero cuando aceleró hacia delante, no logró sujetarse y fue arrojado a un costado.
Trash corrió tras el auto disparando a las ruedasy Boss apareció entonces en la esquina con la moto, bloqueándole el paso, al mismo tiempo que Slash aparecía con el jeep por detrás. Pero Arenas no frenó, y Boss apenas tuvo tiempo de saltar a un lado mientras el auto embestía la moto y doblaba la esquina con un chirrido de freno y ruedas. Vi que Run se incorporaba con dificultad. Slash pasó frente a mí, acelerando para seguirlo; Trash, que se detuviera a auxiliar a Boss, se irguió en medio de la calle obligándolo a detenerse. Lo vi asomarse por la ventanilla y me llegó su voz furibunda. Trash sostuvo a Boss hasta llegar al jeep y lo acomodó junto a Slash, que volvió a sentarse sin dejar de hablar en tono airado. Yo sentí que las piernas ya no me respondían y dejé que mi espalda resbalara contra el poste hasta quedar sentada en el suelo sucio y frío. Me costaba respirar, y palpé un surco húmedo y tibio donde la cadena se había apretado contra mi cuello. La cadena... pensé confundida. Ya no tenía la cadena con el medallón...
Slash traía el jeep en reversa con Trash caminando al lado suyo. Creo que todavía discutían. Run logró caminar hasta ellos y se apoyó en el vehículo. Al verlos tan cerca de mí atiné a estirar una mano hacia ellos. La garganta me ardía con el aire helado de la noche y las siluetas tendían a confundirse en una bruma opaca que me rodeaba. Alcancé a reconocer a Run en la cabeza que se inclinó sobre mí, una mano fuerte y enguantada estrechó la mía. Quise decirle sobre la cadena, pero no sé si logré hacerlo.