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CRAP
 
Episodio 9:
Relaciones
 
   Rover escuchó a Run sin interrumpirlo, sin mirarlo tampoco, los cristales oscurecidos de sus lentes dirigidos aparentemente hacia el suelo. Cuando Run calló, Slash y Trash toleraron el silencio intentando en vano descubrir en la dura cara del hombre cualquier indicio de lo que diría. La pausa se prolongó, hasta que Rover enfrentó a Run, que seguía mirándolo con fijeza. Sostuvo su mirada sin inmutarse por un momento,  luego descruzó sus piernas, se incorporó, se abrochó el saco con un gesto breve y certero. Run se paró también, esperando para acompañarlo hasta la puerta. Dejaron los dos el estar y Run volvió solo demasiado pronto para el gusto de los otros dos, que lo recibieron con expresiones ceñudas e interrogantes.
— No lo va a autorizar —dijo Run ahogando un suspiro al dejarse caer en su sillón.
— ¿Te lo dijo? —exclamó Slash.
— No. No hace falta. No creo que se moleste siquiera en comentárselo al viejo.
— ¡Cogotudo de mierda! —gruñó Trash prendiendo otro cigarrillo.
Slash cabeceó lentamente y forzó una sonrisa vaga volviendo a enfrentar a Run.
— No vamos a propiciar venganzas personales y toda esa mierda...
— Ahá.
Trash vio que Run descansaba la cabeza contra el respaldo de la silla y cerraba los ojos respirando hondo. Esperó que hablara pero, igual que Rover un momento atrás, él también guardó silencio. Sus ojos claros se clavaron en los de Slash, sentado junto a la mesa al otro lado del ambiente. Él le indicó que esperara. El suspiro de Run atrajo la atención de la chica.
— Lo vamos a hacer —dijo con todo el peso de su proverbial calma, luego abrió los ojos y los miró alternativamente—. No importa lo que digan Rover o el viejo. Apenas Boss esté en condiciones, volteamos el laboratorio del padre de la chica.
Trash asintió con un cabeceo enérgico y señaló hacia el pasillo. Slash la detuvo con un gesto.
— ¿Lo vamos a voltear a pesar de que el viejo se oponga?
— Son proveedores del Cartel. No es una venganza: es nuestro trabajo.
Trash alzó la vista hacia Slash arqueando las cejas y él hubiera jurado que estaba a punto de sonreír, pero no se fue.
— Esto va a ser para kilombo...
Run lo miró de soslayo, sin cambiar de posición. Slash meneó la cabeza con una mueca.
— El viejo va a poner el grito en el cielo...
— El viejo no va a decir nada.
Los ojos de Slash se abrieron de asombro. Run sólo asintió, volviendo a cerrar los ojos.
 
*   *   *
 
— ¡Ouch!
Los ojos claros de Trash se alzaron fulgurantes hacia los oscuros de Boss, que respiró hondo y apretó los dientes para no volver a quejarse. Desde la cocina, Slash se tragó la risa y siguió cocinando. Resultaba gracioso verlos a esos dos, pero sabía que exteriorizarlo podía terminar con los puntos en las heridas de Boss abiertos y la crema cicatrizante enchastrada en su propia cara, así que se mordía la lengua cada vez que Trash le cambiaba las vendas a Boss y fingía ser ciego, sordo y sobre todo, mudo.
— La pierna.
Slash escuchó con toda claridad el suspiro de Boss, aguantando una exclamación de dolor cuando la chica se inclinó sobre su muslo y empezó a cortar cintas y gasas. Tapó la olla, puso el fuego al mínimo, dio un vistazo al reloj de pared y fue a sentarse a la mesa prendiendo un cigarrillo.
— ¿Y? —preguntó, volviendo a aguantar la risa.
Trash, concentrada en sacar las gasas sin tironear de más, ni siquiera levantó la vista. Y es una suerte, pensó Slash, deduciendo que, a juzgar por lo colorado que se había puesto Boss, la tarea estaba llevando las manos de la chica demasiado cerca de alguna zona sensible.
— Ya están empezando a caerse —dijo ella dejando sobre la mesa un pedacito de hilo de sutura.
— Igual va lento...
— Tranquilo, campeón, ¿o pensabas que en una semana estabas listo?
— Quedate quieto, carajo.
En respuesta a la mirada desconsolada de Boss, Slash le alcanzó su vaso de cerveza sonriendo. Él se había encargado de limpiarle las heridas durante los dos primeros días, y cada vez que lo hacía la casa se llenaba de exclamaciones, insultos y carcajadas. Hasta que la chica había entrado en la pieza de Boss, había apartado a Slash con un solo gesto y se había sentado en la cama para terminar de vendar a su compañero sin que el otro se atreviera siquiera a chistar. Esa noche, antes de la cena, había vuelto a aparecer en la pieza con todo lo necesario para curarlo. Había resultado mucho más rápida y cuidadosa que Slash y que el propio Run, así que nadie hizo ningún comentario porque ella hubiera asumido por propia voluntad aquella tarea. Y ahí estaban. Ahora Boss había empezado a levantarse, aunque más no fuera para ir a sentarse en el comedor, y en pocos días podría prescindir del cabestrillo para su brazo.
— Listo.
Trash se fue con su batería de cosas al baño y Boss se paró con lentitud para volver a subirse el pantalón meneando la cabeza.
— No pongas esa cara —dijo Slash riendo por lo bajo—. O me vas a decir que preferís que lo haga yo.
— Si no me curo rápido, un día se va a dar cuenta y me voy a quedar sin pierna —suspiró Boss vaciando el vaso.
— ¿Darse cuenta de qué? ¿De que te gusta? ¿Te pensás que es boluda?
El desconcierto en la cara de Boss no necesitaba traducción. La risa de Slash llenó el comedor.
— ¿Y por qué te pensás que te cuida?
Las mandíbulas de Boss se aflojaron sin previo aviso y el maxilar inferior estuvo a punto de caer hasta golpear la mesa. Slash ya lagrimeaba de tanto reír.
— ¡Si serás lerdo! Debés ser el primer tipo que la mira con interés en su vida, galán. No creo que alguna vez lleguemos a saber si le gustás realmente, no creo que ni ella misma lo sepa, pero digamos que sos como un bálsamo para ese orgullo que toda mujer, hasta ella, tiene.
— A la mierda con Freud —murmuró Boss, optando por reír con él—. No te sabía tan observador.
— No más que un murciélago al mediodía.
La entrada de Trash de vuelta en el estar interrumpió la conversación, y el reloj le dijo a Slash que los fideos ya estaban casi a punto.
— En cinco minutos comemos —avisó yendo a la cocina.
Boss consultó la hora. — ¿Y Run? Su clase termina en cinco minutos, podemos esperarlo...
— No fue a la facultad —gruñó Trash prendiendo un cigarrillo.
 
*   *   *
 
La casona estilo colonial se levantaba blanca e imponente al final de la alameda, que bordeaba el camino desde el portón de la entrada hasta la rotonda frente a la puerta principal, protegida en el porche columnado. Run aseguró el pie de su moto junto al primer escalón del porche y subió en dos pasos hasta la puerta de madera oscura. Un hombre alto y canoso la abrió antes de que él tuviera tiempo de levantar el pesado llamador, franqueándole el paso con una ligera inclinación de cabeza.
— Buenos días, señor. El doctor está en una reunión. ¿Puedo servirle algo mientras lo espera?
Run se detuvo en medio del amplio hall, decorado con muebles de madera dignos de anticuario, una buena colección de cuadros y una alfombra gruesa cubriendo el piso de baldosas. Giró hacia el hombre sacándose los lentes oscuros, meneó la cabeza con una sonrisa fugaz.
— No, gracias, Belasio —cabeceó hacia fuera—. Vi el auto, ¿está con él?
— Sí, señor. Si me permite, voy a anunciarlo.
— Está bien. Con él también tenía que hablar.
Y antes de que el hombre pudiera impedírselo, cruzó el hall y desapareció por el ancho corredor de la derecha. La última puerta, de hoja doble, estaba cerrada. Run golpeó suavemente, su otra mano en torno al picaporte. Reconoció la voz que se interrumpió a mitad de una frase, esperó.
— Pase —dijo otra voz.
Run ignoró la sorpresa de los dos hombres al verlo entrar. Cerró la puerta tras él y se acercó al adusto escritorio situado en el otro extremo de la habitación, delante de una ventana que se abría al inmenso parque posterior. El hombre sentado tras el escritorio sonrió enseguida y le indicó que se acercara. El otro corrió a un costado su silla para hacerle lugar. Run permaneció de pie a tres pasos del escritorio, las llaves de la moto todavía tintineando en su mano. Miró brevemente al hombre sentado a su derecha.
— ¿Se lo dijiste? —preguntó, y su mirada atravesó los cristales oscurecidos del otro hasta sus ojos.
— Rover ya me comentó lo que le propusiste la otra noche —se anticipó el hombre detrás del escritorio, y su cabeza casi calva se movió, recortándose a contraluz en el brillo de la ventana. Su voz y sus hombros encorvados delataban su edad, aunque su acento era enérgico. Su cara en penumbras se alzó hacia Run, que pudo adivinar su sonrisa—. Sentate, por favor. Si estás acá es porque querés conversarlo, ¿no? No es bueno hablar de parado.
— En realidad no vine a conversarlo, sino a buscar una respuesta, ya que Rover no daba ninguna.
— Rover no les contestó nada porque yo lo dije que no lo hiciera.
Run no respondió ni se movió, su mirada volvió a clavarse en Rover, que la sostuvo por un momento antes de desviar la vista hacia el otro hombre.
— Sentate. Estoy investigando a ese hombre, y necesito unos días para ver qué averiguo y tomar una decisión.. ¿Cuándo va a estar listo el informe?
Rover vaciló. — En una semana, doctor.
Run se acercó un paso al escritorio, la mano con las llaves subió hasta apoyarse en su cintura.
— Lo conocés —no había sombra de dudas en su afirmación.
— Indirectamente, sí. Por eso no quiero tomar ninguna decisión apresurada. No voy a avalar ninguna venganza personal, Laureano, vos deberías saberlo mejor que nadie.
Rover, que se mostrara un tanto desconcertado cuando Run tuteara sin más preámbulos al otro hombre, no ocultó su sorpresa cuando él lo llamó por su nombre de pila. Ahora Run acercó una silla y se sentó frente al escritorio sonriendo de costado.
— Así que nada de venganzas personales —su pulgar señaló a Rover—. ¿Hago memoria delante de él, tío, o lo dejamos en familia?
Rover hizo gala de su autocontrol y logró que no se le crispara un solo pelo al escucharlo. El otro hombre rió por lo bajo.
— A veces me hacés acordar tanto a Diego...
Run se inclinó hacia delante dejando de sonreír.
— Será porque tu hijo y yo éramos primos hermanos. Será porque éramos tan amigos. Será porque eso fue lo que te hizo buscarme cuando decidiste empezar tu venganza privada.
Un silencio largo y tenso siguió a sus palabras, durante el cual Run y el hombre tras el escritorio se miraban como dos rivales a punto de atacarse y Rover los contemplaba tratando de digerir lo que acababa de enterarse. Finalmente el hombre mayor volvió a reír por lo bajo, meneando apenas la cabeza, y enfrentó a Rover aún sonriendo.
— Se supone que ahora yo cedo y mi sobrino se va con la cabeza en alto y el orgullo restaurado. Así son las cosas con los jóvenes —dijo, y asintió—. Está bien, Laureano, está bien. ¿Te pesa saber por qué organicé el grupo? ¿Querés darle esa satisfacción a tu compañero para tranquilizar tu consciencia?
—Lo quiero hacer porque estoy convencido de que ese tipo es proveedor del Cartel.
Run advirtió que aquel dato era algo nuevo para su tío, los dos se volvieron hacia Rover, que asintió brevemente.
— Lo tengo casi confirmado, doctor —su voz no sonaba segura y suficiente como cuando les llevaba los trabajos, y Run se guardó su sonrisa al ver que una sola mirada inquisidora del jefe bastaba para que su pose aplomada se tambaleara.
El otro hombre asintió también, aunque pensativo. Ellos respetaron su silencio.
— Bien, bien —suspiró luego, encogiéndose de hombros—. No puedo saberlo todo, menos aún si mis asistentes no me dan reportes completos. Siendo así retiro lo dicho, Laureano, y además te pido disculpas.
Run sonrió de costado poniéndose de pie.
— ¿No te quedás a almorzar? —preguntó su tío viéndolo dirigirse a la puerta.
— Gracias, pero me están esperando en casa.
El hombre asintió por última vez mientras la puerta se cerraba. Cinco minutos después, Run dejaba atrás la casona para buscar la entrada a la autopista.
 
*   *   *
 
— Adentro.
— Por el pasillo a la derecha. El patio y el depósito están vacíos.
— Ok.
— ¿Slash?
— Ya casi. Me pareció ver luz en una ventana.
Boss se apresuró a chequear el monitor de los sensores, activó el que leía el primer piso.
— Mierda. Hay cuatro o cinco juntos. Parece una oficina grande.
— ¿Seguridad?
— No. Ninguno armado.
— ¿Entro?
— Estate listo —intervino Run asomándose fugazmente en un recodo del pasillo—. ¿Qué hacen?
— Están sentados a una mesa.
—Trash, andá al estacionamiento y pasale a Boss las chapas de los autos. Slash, asegurate la entrada y esperame. Mientras tanto, guialo a Boss con la base de datos.
— Siempre me dejan la diversión, ¿eh? —gruñó Trash saliendo por la puerta que acababa de forzar y retrocediendo hasta la medianera con el playón de cemento vecino al laboratorio.
Una risita de Slash fue la única respuesta que obtuvo.
— Hay uno solo en la garita —le informó Boss un momento después—. El resto limpio. Los autos están estacionados al fondo, del otro lado.
Trash estudió la pared que tenía delante buscando cómo treparla para asomarse, pero no ofrecía ningún asidero y tampoco había nada cerca en dónde hacer pie. Siguió hasta la esquina del edificio por el estrecho pasillo exterior hasta encontrar la escalera de incendios del depósito.
— ¿Adónde vas? —preguntó Boss al verla subir.
— ¿No querían que mire esos autos? El único lugar es desde acá arriba.
— Listo acá —avisó Run terminando de ubicar el paquete de explosivos.
— Acá arriba siguen de tertulia —gruñó Slash.
— Ahí voy; apenas Boss tenga los nombres decidimos si entramos.
— Volar todo sin sacar data no va a servir de mucho... —terció Boss.
— Por eso quiero los nombres.
Trash, ajena a la conversación de los otros tres, alcanzó el techo del depósito y se agazapó junto a la escalera. Se estaba por poner el visor nocturno cuando un crujido de las chapas tras ella la hizo girar rápidamente. Había un bulto oscuro al otro lado del techo, donde se abría al patio que Run acababa de cruzar.
— Boss —llamó en un susurro—. Chequeá si estoy sola.
— ¡Mierda! ¿Y ése de donde salió?
Ella ya se había ajustado el visor y enfocó al bulto. Ahogó una exclamación al ver el pelo largo y el abrigo negro.
— Tiene un cuchillo o algo así, ningún arma de fuego.
— Dame la posición —dijo Run.
— No —los otros tres se sorprendieron al escucharla—. Las oficinas quedan enfrente del depósito, ¿no? ¿Son las ventanas que veo desde acá?
Boss lo confirmó.
— Trash, ¿qué carajo...? —empezó Slash.
— Déjenmelo a mí —lo interrumpió ella en un susurro cortante, y los otros escucharon el click cuando cerró el canal de audio.
— ¿Y ahora qué mierda le pasa?
Boss había ajustado el censor al máximo, forzando el acercamiento de la imagen. Entornó los párpados observando la figura de contornos imprecisos, manchas rojas y verdes mezclándose, en la que lo único nítido eran las líneas blancas del arma blanca al costado del hombre.
— ¿Trash? —llamó, constatando que no lo escuchaba—. Run, Slash, ¿se acuerdan cuando la asaltaron hace un par de meses? Esa semana apuramos a unos minoristas...
— ¿Qué? ¿Qué tiene que ver?
— El tipo que llegó antes que nosotros — asintió Run—. ¿Podría ser él?
— Pelo largo y sobretodo, sin armas de fuego... — terció Boss.
— Mierda —fue cuanto replicó Slash.
— Amén —sonrió Boss.
— Voy para allá, Slash. Vamos a entrar con o sin los nombres. Boss, tratá de vigilarla y avisanos si necesita ayuda.
 
*   *   *
 
Trash se acercó cuidándose de pisar solamente en la gruesa línea de brea, donde las chapas de unían al reborde de material. Rodeó un tragaluz alargado y se detuvo antes de dejar su reparo, la Magnum lista en su mano. El hombre no se había movido, y tampoco parecía haber advertido su proximidad. Ella volvió a avanzar quitando el seguro del gatillo sin ruido. Se detuvo a dos pasos tras él y le apuntó la cabeza.
— Hola, Analía —dijo él, siempre quieto, vigilando las ventanas con luz al otro lado del patio.
— ¿Qué mierda hacés acá? —exigió ella sin dejar de apuntarlo.
— Esperando que llegue alguno de esos hijos de puta. Igual que vos, ¿no?
La mano de Trash decidió por cuenta propia bajar hasta su pierna. Ella frunció el ceño confundida, recién entonces él ladeó la cabeza para mirarla, y sonrió al ver su expresión. Un escalofrío bajó por su espalda al volver a enfrentar la cara morena, los ojos brillantes, la sonrisa un poco irónica.
— No debe faltar mucho, ¿esperamos juntos?
— ¿A quién estás esperando?
Él largó una risita meneando la cabeza y la invitó a acercarse.
— Tobías, Jaques, Krazler, cualquiera. Suelen reunirse los martes a la noche con el dueño de esto. No sé para qué ni me importa, e imagino que a vos tampoco.
— ¿Los Sterne están por llegar? —repitió Trash, cada vez más asombrada.
— Ahá. Y el que venga hoy no va a llegar vivo a la esquina.
El rencor en su acento la impresionó, pero no le impidió reaccionar. Abrió el audio y pulsó su clave sonora.
— ¿Qué pasa, romance? —contestó Slash, anticipándose a Boss, que la vio agacharse junto al hombre y mirar con él hacia el patio.
— Entren ya. Están por caer los Sterne.
¡¿Qué!?
— ¿Cómo sabe él eso? ¿Quién es? —inquirió Run, apurándose para llegar al lado de Slash.
Trash miró a su acompañante al responder.
— Después vemos. Ahora apúrense. Yo bajo a cubrir la puerta.
— ¡Pero, Trash...!
— Boss, el viejo de tu amiga está entre esos tipos.
— Decile a tu amigo que le debo una —replicó él incorporándose y buscando su 9 milímetros. Se había sacado el cabestrillo esa noche, y sabía que podía disparar sosteniéndose la mano derecha con la izquierda.
— ¿Vos también venís? —exclamó Slash.
— Alcanzanos adentro. Trash, sos nuestros ojos —dijo Run llegando junto a su compañero.
A un gesto suyo, Slash abrió la puerta y se deslizó con sigilo hacia la oficina donde se escuchaban voces. Run lo siguió sin dejar de apuntar hacia afuera.
 
*   *   *
La agilidad del muchacho desconocido volvió a impresionar a Trash mientras bajaban del techo y se dirigían juntos hacia la calle. Se dejó guiar hasta una salida de emergencia y le indicó que se quedara ahí, escondido tras un conteiner con escombros, mientras ella retrocedía hasta la esquina más cercana. Se reunió con él en seguida y se tomó un momento para mirarlo con atención. Él la dejó observarlo sin perder la sonrisa.
— ¿Qué mierda tenés vos con los Sterne? —preguntó luego.
— ¿Otra vez diciendo mi línea? —rió él—. ¿Acaso yo te lo pregunto? Imagino que si juntáramos a todos los que le tienen ganas haríamos un buen club, ¿no?
— ¿Y cómo sabías que hoy...?
— Tomás, mucho gusto.
Trash disparó una mirada fulgurante a la diestra enguantada que se tendía hacia ella y se dio vuelta para tener a la vista ese lado de la calle. Él rió de nuevo, por lo bajo, y la imitó para vigilar la otra esquina.
Mientras tanto, Boss llegó por fin, rengueando y aguantando el dolor, a la oficina en la que entraran sus compañeros. Ahí encontró a tres hombres de camisa y corbata, pálidos, sudorosos, de semblantes desencajados, sentados en un extremo de la mesa, con Run apuntándoles desde la cabecera opuesta. Slash estaba con el cuarto frente a un escritorio lateral en el que había una terminal. Boss sintió que la sangre le corría demasiado rápido y le quemaba la cara al enfrentar a uno de los tipos en la mesa. El asombro reemplazó al miedo en la cara del hombre al verlo entrar, y su confusión fue evidente al notar que él también estaba armado.
— A... Andrés... —resolló, aturdido—. ¿Qué...?
— Hola, padrino.
Slash y Run alzaron la vista sorprendidos al escucharlos.
— Claudia... ella me dijo que habías vuelto, pero después...
Boss se las arregló para cruzar la oficina en dos pasos y apoyó la boca del silenciador contra su mejilla. Los otros dos tipos se echaron hacia atrás espantados.
— No te atrevas a nombrarla —siseó, los dientes apretados, repentinamente pálido—. Pedazo de hijo de puta. Vos mismo la mataste.
— ¿Que yo qué? —gimió el hombre, sin animarse a volver a mirarlo a la cara, los ojos saliéndose de las órbitas en el esfuerzo por mantener el arma a la vista.
Boss se inclinó y le aferró la pechera de la camisa, tirando de él hasta que sus caras quedaron muy juntas.
— Murió por tus negocios con Méndez, padrino. Porque sabías quién era ese Tobías y la dejaste seguir con él. Porque no era tonta y terminó adivinando lo que pasaba. Por eso se mató.
Run y Slash estaban tan asombrados como el padre de Claudia, aunque evitaron mirarse siquiera. Boss asintió sin apartar la vista ni el arma de la cara del hombre.
— Entendió que su noviecito no la iba a dejar viva después de enterarse, a no ser para usarla de escudo conmigo,  y que eso tampoco iba a durar mucho. Trató de matarlo y no pudo. Entonces se mató ella. Y yo no pude hacer nada para evitarlo, y voy a tener que vivir con eso. Pero vos no te la vas a llevar de arriba —se irguió y giró hacia Run—. Necesito una tarjeta de Rover.
Su compañero se tanteó los bolsillos del pantalón y sacó una con el escudo del Senado.
— Es del viejo. Es lo mismo —dijo, dándosela.
Boss la deslizó en el bolsillo de la camisa del padre de Claudia sin siquiera mirarla.
— Mañana a primera hora vas a llamar a ese número, vas a arreglar una reunión y les vas a decir todo lo que hayas hecho con Méndez y todo lo que sepas de él y sus demás actividades, ¿entendiste?
El hombre asintió mientras el sudor le empapaba la frente y el cuello. Boss lo podía sentir temblar.
Todo, padrino. Y si mañana a las diez no tenés arreglada esa reunión, mejor que diez y cinco estés cruzando algún océano, porque diez y diez estás muerto. Con un tiro en la espalda, como el cobarde de mierda que sos.
Estaba por soltarlo cuando reparó en el brillo de una cadenita de oro con una cruz que asomaba por encima del cuello de la camisa. La tocó frunciendo el ceño y la arrancó de un tirón.
— ¡No te la lleves! — exclamó el hombre cuando él retrocedio guardándola en un bolsillo—. Me la regaló Claudia...
— Vos no merecés tenerla —replicó Boss dándole la espalda y salió de la oficina.
 
*   *   *
— ¿Sabés? Tenía ganas de volver a verte.
Trash se envaró y encajó las mandíbulas. Tomás se dio vuelta y habló muy cerca de su oído.
— Esa noche en el callejón... Bueno, tus amigos me pusieron de raje... y la dirección de tu documento es falsa, así que no tenía cómo encontrarte... Pero te llamás Analía, ¿no?
Él interpretó su gruñido como una confirmación y sonrió al ver que su oreja estaba tan roja como su pelo. Se sentó en el escaso lugar que quedaba entre el container y la pared con un suspiro. Trash lo miró por sobre su hombro con el ceño fruncido.
— ¿Qué carajo querés? —gruñó.
Él la enfrentó con una sonrisa llana, los ojos brillantes. Se encogió de hombros.
— No sé... ¿charlar un rato? Se me ocurrió que me gustaría estar con vos sin tu Magnum de por medio.
Ella volvió a gruñir y a vigilar la esquina. Se detestaba al sentir las oleadas de calor que azotaban su cara. — No tenemos nada de qué hablar.
La mano de él se cerró sobre su hombro ejerciendo una presión firme, ella cedió, enfrentándolo de nuevo. Se miraron un momento a los ojos, él seguía sonriendo, ahora de costado, y Trash creyó adivinar una sombra de tristeza en su expresión.
— Trash, salimos, ¿todo limpio ahí?
Ella se estremeció, dándole bruscamente la espalda para responder. —Limpio.
— En un minuto en la esquina —agregó Run—. Boss ya está en la camioneta.
— Ok.
Trash salió de atrás del container y chequeó la otra esquina antes de incorporarse. Le indicó a Tomás que la imitara.
— Mejor que te vayas.
— Ni que me pagues.
— En cinco minutos vuela todo. Andate.
Él sonrió al detenerse a un paso de ella.
— O sea que vos y tus amigos me arruinaron la fiesta.
Ella frunció el ceño con una mueca de impaciencia.
— Postergamos tu entierro —gruñó.
Él se había sacado un guante sin que Trash lo advirtiera, y la sintió estremecerse cuando su mano le acarició con suavidad una mejilla.
— Gracias —murmuró, inclinándose hacia ella, su mano levantándole el mentón.
Pero Trash retrocedió con rapidez, y antes de que él pudiera detenerla, había puesto varios pasos entre los dos. La camioneta surgió en la esquina tras ella.  Tomás sonrió por última vez.
— Algún día te voy a encontrar sin tu Magnum... y sin tus amigos.
Cuando terminó de hablar, Trash subía  a la parte de atrás de la camioneta, que arrancó de inmediato y se alejó por las calles desiertas.