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Episodio 10:
Cuatro Días
Segunda Parte
 
  
Día 3
 
Una luz muy intensa y blanca me alcanzó a través de mis párpados cerrados. Percibí el perfume de la almohada. La cama de Slash. Estaba acostada de lado, de frente a la ventana que el sol acababa de tocar, un rayo atravesando la habitación como una lanza hasta mi cara. Volvieron a salvarme. Sentí un roce como de tela, muy suave, en torno a mi cuello; imaginé qué era. Sentí también algo cuadrado y pequeño que presionaba mi cabeza apenas, por encima de la nuca. Estoy hecha un andrajo humano. Entreabrí los ojos sonriendo apenas. La cabeza, el cuello, el brazo. Si tardaba una semana más en volver a casa, lo iba a hacer en cucharita. Pero por encima de las molestias físicas me sentía sorprendentemente tranquila. Era como abrir los ojos en mi cama, en mi cuarto, en mi casa... No, es mejor. Nunca me había detenido a sentirme tan segura... Protegida. Así era cómo me sentía. Y era la sensación más agradable que recordaba haber tenido en mucho tiempo.
Aparté la vista de la ventana y recién entonces advertí la silueta alta, oscura y delgada, apoyada en la pared, envuelta en las sombras entre la ventana y el ropero. Vi otra silueta oscura, escapada de la confusa lucha nocturna, erguida y fuerte, violenta, peligrosa. Ambas siluetas se fundieron en la cabeza trigueña que asomó a la luz y Run se acercó con las manos en los bolsillos.
— ¿Cómo te sentís? —era extraño cómo hacía las preguntas, poniéndo el mínimo énfasis indispensable para que la frase fuera interrogativa. Se detuvo junto a la cama, alto y oscuro como la noche anterior, como cuando me encontrara cerca de ese callejón bajo la lluvia. Siempre algo y oscuro, frío, peligroso. Sentía sus ojos fijos en mí desde su cara en sombras. Asentí en silencio, mi voz también perdida en su sombra—. Hoy quedate en cama. ¿Algo de tomar?
— Un té está bien, gracias —murmuré, moviendo la cabeza para seguir sus pasos en torno a la cama y hacia la puerta.
Salió con un cabeceo afirmativo y cerró la puerta. Yo me quedé mirando la puerta cerrada con esa sensación vaga de vacío que ya había experimentado la mañana anterior, cuando saliera sola con él. Me encogí bajo las cálidas cobijas y me tapé hasta el mentón, de espaldas a la ventana y a la luz, tiritando. El que entró cinco minutos después era Slash, con un suculento desayuno en una bandeja y un cuaderno bajo el brazo. Se sentó al borde de la cama y me ayudó a acomodarme. El contraste entre su presencia y la de Run fue más notoria que nunca.
— Así que el golpe te dejó inapetente —se rió, dejando la bandeja sobre mis piernas.
Me encogí de hombros riendo con él.
— Un par más de noches agitadas y termino la dieta más efectiva del mundo.
Slash había traído té para los dos, y mientras ponía azucar en ambos tazones traté de hacer memoria de lo último que recordaba de la noche pasada. La imagen del auto embistiendo la moto volvió con claridad.
— Boss... ¿Cómo está Boss?
Slash me alcanzó la taza con una morisqueta.
— Magullado como vos, en cama como vos, pero nada grave; fue el porrazo, nomás, por suerte el auto no lo tocó. Pero en cualquier momento dejo la electrónica y la música para abrir una clínica. Toda la casa apesta a desinfectante.
— Arenas —agregué, mirándolo con el ceño fruncido—. Se escapó... ¿Y ahora qué...?
La sonrisa de Slash se hizo más bien torva al torcerse.
— Cuando trató de estrangularte con la cadena, debe haber tirado muy fuerte porque se rompió. No encontramos el medallón cerca de ti, y después comprobamos que había quedado en el auto y funcionando —su sonrisa se torció más todavía—. Ya sabemos dónde buscarlo.
Asentí pensativa. Saber dónde buscarlo era una cosa, que eso nos ayudara a encontrar a Pauline y a Silvie era otra, y que lográramos sacarlas vivas y enteras de ahí era muuuuy otra... Se lo iba a decir cuando vi mi cuaderno junto a él sobre la cama. Lo señalé con la cabeza. Él lo miró y su sonrisa volvió a ser la de siempre.
— Quedó en el comedor ayer, y creo que alguien lo estuvo leyendo. Te lo traje por si preferías guardarlo con tus cosas.
Alcé las cejas con gesto interrogante, él las alzó en un gesto vago y un poco burlón.
— Run —dijo, y largó una risita ante mi sorpresa—. Creo que se sintió culpable por insistir en mandarte sola al bar y casi haber llegado tarde para salvarte después. Cuando terminé de curarte, lo encontré sentado en la cocina, con el cuaderno cerrado frente a él en la mesa —lo tomó pidiéndome permiso con la mirada y lo abrió, pasando las hojas hasta la tercera; volvió a enfrentarme con otra sonrisa irónica—. Tal vez lo que escribiste lo tocó, con él nunca se sabe. Pero su secreto vergonzoso es ser un amante de la poesía.
— ¿Secreto vergonzoso? —repetí sorprendida, no por la revelación sino por cómo la calificaba Slash, que alzó los hombros sin dejar de sonreír con sorna.
— Un asesino poeta... no suena demasiado... coherente.
Creo que mi expresión lo hizo revisar lo que acababa de decir. La silueta oscura disparando sobre un auto pareció interponerse entre nosotros sobre la cama. Se le unió otra silueta oscura persiguiendo a tres tipos desde un callejón. Lo miré a través de esas visiones nocturnas, encontré sus ojos almendrados imperturbables, su cara convertida en una máscara hermética de algo cercano a la indolencia. Bajé la vista a mi té y tomé un poco, esconciéndome tras el tazón de esa mirada de pronto casi tan fría como la de Run.
— Pensé que te habías dado cuenta.
Su acento era suave, pero sin la menor inflexión de amabilidad o simpatía. De pronto una parte del rompecabezas que me llevara a esa ciudad y a esa mañana terminaba de encajar. La que correspondía a los cuatro personajes tan distintos entre sí, que vivían juntos sin motivo aparente y que de noche peleaban en callejones oscuros, moviéndose como un equipo que sabe actuar como tal. Los mismo que me habían dado techo y ayuda cuando yo no sabía siquiera donde buscar ambas cosas. Los únicos que me habían dado una explicación creíble a la seguidilla de cosas incomprensibles que comenzara cuando Pauline recibiera el mail de Arenas, una explicación coherente y que hasta ahora se revelaba correcta. Bajé la taza evitando cuidadosamente mirarlo a la cara al hablar.
— ¿Se supone que debería salir corriendo a hacer la denuncia en alguna comisaría y pedir refugio en mi embajada?
— Lo más seguro es que no llegarías a la comisaría.
Ahora su suavidad me hizo estremecer, pero me esforcé por dominarme y por volver a enfrentarlo tratando de sonreír.
— Y me lo tendría merecido...
Slash largó una alegre carcajada y se robó de mi plato una rodaja de pan con dulce. Poco después se paraba con la bandeja para irse.
— Trash salió y Run está arreglando la moto —me  guiñó un ojo—. Mejor voy a procurarnos algo para el almuerzo.
Cuando se fue me quedé un rato largo recostada mirando para afuera, dejando que mis pensamientos corrieran sin molestarme en seguirlos. Al bajar la vista me encontré el cuaderno junto a mis piernas, todavía abierto como lo dejara Slash. Lo levanté y releí lo que había escrito la tarde anterior, eso que tal vez había tocado a la silueta oscura y fría que viera al abrir los ojos esa mañana.
 
Todo vuelve
Constantemente
Sin sentido
Como si necesitáramos mirar hacia atrás
Para enfrentar el presente
Para entender el futuro
Ese viejo sueño de cristal vuelve a cerrarse.
Mi casa de muñecas
Mi infierno privado
Mi espacio para volvar
Se cierra y aún no sé
Si quiero tener algo qué ver
Con lo que queda afuera
No le temo al dolor
Aquí adentro hay tanto
Que ya olvidé cómo temerle
Y siempre hay algún rayo de luz
Que me ayuda a recordar
Cómo era ser feliz.
 
Vi el atado de cigarrillos de Slash sobre la mesa de luz y prendí uno volviendo a mirar por la ventana. Asesinos poetas, asesinos amables, asesinos que cuidaban el jardín... Asesinos que me salvan la vida una vez por día... Aparté las cobijas y me levanté. Si Trash y Slash habían salido y Run trabajaba en el garage, no había nadie para fijarse si Boss necesitaba algo. Me asomé a su pieza, vi que dormía tranquilamente, aunque con la mano y el antebrazo derecho vendados y otra venda en la frente.
Yo me había sacado mis propios apósitos de la nuca y el cuello, y agradecí tener una polera para ocultar la marca roja que la cadena me dejara. Todavía me dolía un poco tragar y toser, pero la tranquilidad del despertar volvía a colmarme, dejando que la violencia y el miedo de la noche anterior se diluyeran bajo el sol radiante y lejano de ese día de invierno extranjero.
Encontré a Run en el jardín, junto a la cabaña que era el garage, manipulando partes del motor de la moto, que había desmontado de la carrocería. No dejó de trabajar cuando me detuve junto a él.
— ¿Podría cortar unas flores para el cuarto de Boss?
Me miró a los ojos un momento y asintió con uno de sus cabeceos. Fui hasta el fondo del jardín, entre el garage y el galpón, donde había un arbusto cubierto de flores de estación, y corté media docena. Cuando me apartaba descubrí el rosal con un pimpollo blanco apenas abierto, los pétalos todavía apretados. Las palabras de Slash me volvieron a la memoria. “Le gusta la poesía”, y lo recordé quieto y silencioso junto a la ventana, viéndome dormir. Corté el pimpollo y volví al lado de Run, que esta vez ni siquiera alzó la vista.
— Run...
— Qué —sus ojos verdes seguían fijos en una tuerca rebelde.
Me agaché y le puse la rosa casi bajo la nariz. Echó la cabeza hacia atrás, sus ojos se movieron de la rosa a mi cara un par de veces, después frunció el ceño. Le sonreí como pude, deslicé la rosa en el bolsillo de su camisa de trabajo y me erguí, apurándome de regreso hacia la puerta. El corazón me latía con fuerza y estaba nerviosa como si hubiera hecho algo terrible... o simplemente demasiado estúpido.
 
*   *   *
 
Boss estaba despierto cuando volví a entrar a su cuarto, con las flores en un vaso alto. Me dio los buenos días sonriendo, su voz sonaba animada y normal, le pregunté cómo se sentía y si tenía hambre.
— Gracias, no te preocupes, ya me levanto.
Asontí sorprendida y lo dejé solo. Debían estar acostumbrados a esos “porrazos”, porque cualquier otra persona hubiera tenido que quedarse en el hospital al menos por un día. Puse a hacer café y abrí la heladera en busca de lo que los había visto desayunar el día anterior. Unos pasos vivaces se acercaron por el jardín a la puerta de la cocina y entró Slash.
— Todo listo para la princesa —dijo satisfecho, dejando las bolsas que traía sobre la mesada—. Ahora que se ocupe ella.
— ¿Le cambiaste el turno a Trash? —preguntó Boss cruzando la puerta del corredor—. Te va a tener fregando una semana...
— Que no se queje, ayer no cocinó. Y yo necesito varias horas para laburar tranquilo si no queremos problemas esta noche.
Les serví café y solicité instrucciones para el desayuno de Boss. Slash impidió que su amigo se levantara y me ayudó a poner todo en marcha. Cuando se sentó de nuevo, pareció recordar algo.
— ¿Vos le regalaste esa flor a Run?
La pregunta me sorprendió, formulada con un eco de desconcierto. Sentí que mis mejillas alcanzaban la misma temperatura que el pan en la tostadora.
— S-sí... ¿por?
— ¿Que hiciste qué? —preguntó Boss detrás de mí.
Slash esbozó una de sus sonrisas y fue a sentarse con él con expresión divertida.
— Me pareció que Run estaba de humor dudoso cuando salí, y al volver lo vi con una rosa en el bolsillo de la camisa. Es prolijo pero no tanto. Cuando le pregunté, me gruñó al mejor estilo Trash que Cecile se la había puesto ahí.
Boss rió con él de buena gana. Yo le alcancé los primeros sandwiches sin ocultar mi curiosidad. Slash se encogió de hombros.
— Run es un tipo inteligente y callado, pero por encima de todo es reservado. Tratar de acercarse a él es difícil...
Asentí. Mientras intentaba hacer waffles decentes, me animé a preguntarles por qué Run era... como era. Y para mi gran asombro, después de intercambiar una mirada de consulta mutua (que espié desde la cocina), Slash se encogió de hombros.
— Sé que los viejos se mataron en un accidente cuando era chico y lo crió un tío rico —dijo con un tono más bien pensativo—. Poco después de terminar el colegio, su primo, que era como su hermano, murió de sobredosis... Eso terminó de “introvetirlo”.
No supe qué hacer con semejante información de repente sobre mis hombros y me concentré en untar los waffles con dulce, tomándome un momento para digerir todo.
— Bueno... todos tenemos nuestras historias tristes a cuestas —murmuré luego—. Lo cual en realidad no significa ningún consuelo, sino todo lo contrario.
Ninguno de los dos dijo nada, terminé los benditos waffles y giré para llevarlos a la mesa. Los encontré mirándome serios e intrigados. Comprendí que acababa de crear la deuda de una explicación por mi respuesta.
— Cecile... —la voz de Boss era baja, casi tímida—. ¿Por qué...?
Me encogí de hombros. Detesto la sombría solemnidad que parece llenar el aire cuando se está por hablar de la muerte. Pero era lo mínimo que podía dar a cambio de lo que acababan de contarme.
— Bueno... mis viejos murieron cada uno de su enfermedad antes de mis dieciseis; tengo una sola hermana y nunca supimos llevarnos bien, así que desde entonces vivo sola... Nada especial, nada demasiado trágico. Una historia más entre ta...
Noté que los ojos oscuros de Boss se desviaban de mi cara hacia la puerta de la cocina, detrás de mí.  Slash y yo giramos casi al mismo tiempo para encontrar a Run de pie en el umbral, mirándome con el ceño fruncido. No dijo nada, sólo me miró un momento más, giró en redondo y salió por donde había entrado. Me volví hacia los otros dos sin comprender su reacción, la sonrisa de Slash me desconcertó.
— No te preocupes. O se le pasa el malhumor, o se pone peor. Nada grave.
 
*   *   *
 
— Vos no vas a ningún lado.
Me detuve en seco al entrar a la cocina, la fría voz de Run dándome esa bienvenida. Vi que los cuatro vestían enteramente de negro y que parecían listos para salir. Opté por ignorarlo y me terminé de cerrar la campera, sintiendo los ojos de todos fijos en mí.
— Cecilie... —terció Boss—. No necesitás abrigarte. Vos y yo nos quedamos.
Levanté la cabeza a tiempo para advertir la mirada interrogante que le dirigía Trash, los miré alternativamente. Estábamos los cinco realmente serios.
— Disculpen, pero son mis amigas las que fueron secuestradas —dije, con acento más bien cortante.
— Nosotros las vamos a traer —dijo Slash en tono conciliador.
Torné a mirar a Run. Ya sabía que los demás acatarían su decisión, de modo que era él quien decidiría si yo los acompañaba esa noche al escondite de Arenas y compañía. Encontré sus ojos fríos, me obligué a fingir que no me podría avasallar.
— Es tu tercera noche acá, Cecile —insistió Slash—, y las dos primeras no fueron una fiesta precisamente. Lo mejor es que hoy te quedes acá, tranquila y segura. Vos sabés que vamos a hacer todo lo posible por encontrar a tus amigas y reunirte con ellas.
Apartar la vista del semblante impasible de Run, cambiarlo por la sonrisa de Slash, era una tentación más que fuerte. Pero si bajaba los ojos ante él estaría capitulando. Respondí haciendo un esfuerzo por seguir sosteniendo su mirada.
— No tienen forma de reconocerlas. Por eso voy con ustedes.
Supe que todos esperábamos que Run diera la última palabra. Él no parecía sentirse presionado por el silencio tenso que llenaba el comedor. Siguió mirándome con fijeza durante uno o dos minutos eternos, hasta que el reloj de pared dio las once. Entonces caminó hacia mí, los ojos verdes todavía clavados en los míos, y un paso antes de llevarme por delante me esquivó y continuó hacia la puerta de la cocina.
— Si venís estás sola —dijo al pasar a mi lado.
Agaché la cabeza con una honda inspiración, sentí la transpiración que me humedecía las sienes. Lo último que quería era otra noche rodeada de asesinos y tratantes de blancas, lo último que quería era volver a ver las calles céntricas al pasar para terminar en algún callejón oscuro, esta vez quizás con algún muerto cerca. Pero conforme avanzaba la tarde había sentido que a pesar de mi miedo, y de que seguramente sería más estorbo que ayuda, tenía que acompañarlos esa noche: no podía quedarme en la casa, tomando café y contando los minutos hasta que ellos volvieran para saber si Silvie y Pauline estaban bien, o aunque fuera vivas. Slash se detuvo junto a mí y al enfrentarlo advertí su expresión enojada.
— Deberías quedarte —me regañó—. Puede pasarte cualquier cosa y quizás no podamos protegerte.
Asentí mientras Trash nos pasaba por al lado hacia el jardín. Traté de explicarle lo que sentía y no encontré palabras. Pero él algo debió leer en mi expresión, porque la suya se suavizó y asintió también; se volvió hacia Boss y le señaló el perchero del estar. Boss descolgó su campera de cuero y me la tendió con una breve sonrisa.
— Ponétela —dijo Slash—. Los colores de la tuya son demasiado llamativos.
Obedecí y él salió, no tardé en seguirlo con Boss.
 
*   *   *
 
En lugar del jeep, había una van negra esperándonos en la vereda. Slash se había sentado al volante y Trash ocupaba el asiento del medio; no vi rastros de Run hasta que se abrió la puerta lateral y me indicó que subiera atrás. Boss se acomodó adelante junto a Trash y nos fuimos. La parte posterior de la camioneta tenía un costado cubierto con seis monitores, una tabla perpendicular con teclado y mouse, un asiento ante ellos fijo al suelo. Detrás de los asientos había un cajón de  treinta centímetros de alto que ocupaba todo el ancho de la camioneta, y por lo que alcancé a ver servía para guardar armas. Apenas subí Run me dio la espalda, sentado ante los monitores, y se puso a trabajar con ellos, al parecer chequeando distintos sistemas. Yo me senté sobre la rueda de auxilio, me apoyé contra el costado del vehículo y me quedé quieta y silenciosa. Slash tomó la autopista, la dejó diez minutos después, atravesó alguna zona céntrica y muy iluminada, se adentró en un barrio silencioso. Al fin nos detuvimos frente a un edificio de fachada oscura en la esquina de una zona que parecía de oficinas, a juzgar por los demás edificios y el escaso tránsito nocturno. Bajamos todos menos Slash, que ocupó el asiento frente a los monitores; mis ojos treparon por la sombría superficie hasta el último piso, a veinte metros del suelo y de mí. Aproveché para tratar de tragar el nudo que me cerraba la garganta. Trash y Run observaban atentamente los alrededores del edificio. No se veía siquiera un perro callejero, el único sonido era el silbido del helado viento nocturno. Una hoja de diario pasó volando sobre nosotros, girando sobre sí misma al tiempo que describía lentos círculos en el aire.
Boss se adelantó entonces con Trash, que me detuvo con un gesto cuando amagué a seguirlos. Cruzaron la calle separándose, rodearon el edificio hacia una salida lateral de emergencia. De lejos vi que ella sacaba una pistola enorme y se apostaba a un lado de la puerta, él revisó la pared del otro lado, luego sacó lo que me pareció una agenda electrónica y dos cables, que conectó a algo. Run se asomó a la camioneta y Slash asintió sonriendo.
— Lo tengo. Cinco minutos.
Run se ajustó un auricular con un micrófono minúsculo girando hacia la callecita y la puerta donde trabajaban sus amigos. Murmuró algo, escuchó. Slash salió de la camioneta, me guiñó un ojo al pasar y fue a reunirse con los otros dos. Entonces Run se volvió hacia mí, y sentí que su mirada me traspasaba.
— ¿Por qué?
Su voz era apenas un susurro, sus palabras me sorprendieron. No podía creer que me lo estuviera preguntando, menos él y en ese momento.
— ¿Por qué vine?
Cabeceo afirmativo, los ojos verdes y brillantes de nuevo puestos en las sombras de los otros junto a la puerta. Me encogí de hombros aunque no me viera.
— Estoy cansada... de que la muerte me siga los pasos... —ahora sí que sentí esas dagas de hielo clavándose en mi cara, pero yo había bajado la vista y me ahorré tener que enfrentarlos.
La llegada de Boss interrumpió cualquier nueva pregunta. Run se alejó hacia sus compañeros, Boss me indicó que volviera a subir a la parte posterior de la camioneta. Él se puso al volante y dobló por la calle lateral en dirección opuesta, estacionando a mitad de cuadra. Entonces se pasó a la parte de atrás conmigo y se sentó ante los monitores. Vi que mostraban distinta información del edificio: un plano tridimensional, algo que parecía una lectura de infrarrojos o algo así, esquemas de cableados o cañerías. Empezó a ajustar las imágenes y a hablar por su intercom, sin prestarme atención. Me detuve tras él fijándome en un esquema de la planta baja, al parecer, donde se veían tres puntos rojos junto a la salida de emergencia. De pronto los tres puntos estaban dentro, moviéndose por un corredor y al instante siguiente separándose en el interior del edificio. El monitor que mostraba la imagen tipo infrarrojos se lleno de siluetas confusas, escuché que Boss mascullaba algo mientras chequeaba en otra pantalla con una imagen similar los distintos sectores del edificio. Descubrí un monitor con la imagen de la esquina vista desde la camioneta, y allí pude ver, escasos minutos después, que una docena de chicas, la mayoría descalzas y a medio vestir, se desbandaban corriendo desde la salida de emergencia. Creí reconocer la remera que yo le había regalado a Pauline para su cumpleaños, y al mirar mejor la reconocí a ella. Abrí la puerta de la van de un tirón y salté a la calle.
— ¡Cecile! —oí que me llamaba Boss.
— ¡Ahí están mis amigas! —alcancé a contestar, corriendo ya hacia la esquina.
Pauline había llegado a la calle de la entrada principal y dado la vuelta, retrocediendo. Le grité, llamándola por su nombre. Giró al instante y retrocedió vacilante hacia mí.
— ¿Silvie? ¿Silvie sos vos?
Salí a su encuentro y la abracé para detenerla, estrechándola con fuerza y sintiendo que el corazón me latía en la garganta de pura angustia.
— No, soy yo. Ahora viene Silvie.
Me rechazó con brusquedad, los ojos desorbitados, mirándome sin verme. Le sujeté los brazos.
— ¡Soy yo, Pauline! ¡Cecile! ¡Soy Cecile!
La sentí estremecerse violentamente, los ojos muy abiertos tratando de reconocerme se llenaron de lágrimas y se derrumbó entre mis brazos. Volví a estrecharla con fuerza. No vestía más que unas calzas y la remera, temblaba como una hoja. Estábamos a pocos metros de la puerta lateral, y escuché un par de gritos y disparos en el interior. Me saqué la campera desentendiéndome de los ruidos de lucha que llegaban desde el edificio, que ahora tenía los cuatro pisos más iluminados que un árbol de navidad, le cubrí los hombros.
— Silvie —repetía balbuceante, mirando hacia la puerta forzada.
— ¿No estaba con vos?
Sacudió la cabeza sin dejar de llorar.
— Se la llevaron hace un rato. Al tercer piso. Se la llevaron. Y después entraron esos tipos y... —se interrumpió y me miró con los ojos más abiertos que nunca—. ¿Qué hacés vos acá?
— Vine con ellos —había visto un contenedor frente a la puerta y la guíe hacía allí. La hice agacharse conmigo entre el flanco del contenedor y un poste—. ¿Tercer piso? ¿Silvie está en el tercer piso?
Asintió aturdida. Miré hacia atrás. Cien metros hasta la camioneta, a paso lento si llevaba a Pauline, demasiado tiempo hasta que Boss pudiera avisarles. Miré hacia adelante, la puerta abierta frente a nosotras. Más allá se veía el resplandor de luces blancas. Los ruidos eran más distantes. Llegaban del corazón del edificio, tal vezde alguno de los pisos superiores. Respiré hondo. Me hubiera cortado una mano a cambio de no entrar ahí. Pero tenía que decirles dónde estaba Silvie lo antes posible. Sujeté los hombros de Pauline y la obligué a enfrentarme.
— Ahora quiero que te quedes acá y no te muevas. Les voy a avisar dónde está tu hermana, ¿entendiste?
No entendía, por supuesto, pero asintió haciéndose un ovillo. Me erguí, volví a respirar hondo y entré sola al edificio.
 
*   *   *
 
Crucé el pasillo en pocos pasos y me detuve ante una puerta doble de hojas batientes con un cuadrado de vidrio en la mitad superior. Entorné una y espié hacia adentro. La transpiración me corría bajo la ropa y me humedecía las manos a pesar del frío que entraba de la calle. El corazón me seguía latiendo en la garganta, el pecho convertido en caja de resonancia de un tambor. Me parecía que su ruido delataría mi presencia. La puerta se abría en el recodo de un pasillo ancho, iluminado por luces blancas desde el techo. Delante de mí seguía unos cinco metros hasta una ventana enorme que daba a un jardincito interno. En la pared opuesta a la puerta, junto antes dela ventana, se abría lo que parecía el hueco de las escaleras. El otro extremo del corredor debía llevar a la parte frontal del edificio, tal vez a una recepción; podía ver las puertas de dos ascensores, plateadas, automáticas. Los indicadores señalaban que las cabinas estaban detenidas en la planta baja. Agucé el oído. Una parte del ruido llegaba desde el hueco de la escalera, pero escuché un disparo desde la otra punta del corredor. Me decidí por ir hacía ahí y corrí hasta pegarme a la pared de los ascensores.
Me detuve justo antes del recodo que terminaba en un hall bastante amplio. Me asomé lo indispensable para echar una ojeada fugaz y alcancé a ver a un hombre que saltaba sobre otro por la espalda. Traté de controlar aunque fuera un poco mi agitación. Volví a asomarme y reconocí la figura delgada y ágil de Slash. El otro hombre estaba cayendo de rodillas frente a él, siempre de espaldas. Se agarraba el cuello debatiéndose. Entonces vi el cuchillo de caza en la mano de Slash. Retrocedí y volví a pegarme a la pared, cerrando los ojos con fuerza. No quería verlo matar. No quería esa imagen de él entre mis recuerdos. Escuché un susurro furioso y un estertor, después el sonido de algo blando y pesado que cae. Apreté los dientes, hice de tripas corazón y me dejé ver en el corredor. Alzó la vista al oír pasos, erguido junto al cadáver, y me costó reconocer su cara bajo esa máscara de violencia cuando sus ojos, furiosos y turbios, se fijaron en mí. Esto es lo que son, también, me olbigué a recordar. La rapidez con que cambió su expresión no dejó de sorprenderme. Caminó hacia mí a largas zancadas.
— ¿Qué carajo hacés acá? —exclamó, desconcertado y enojado.
— Silvie está en el tercer piso —contesté señalando los ascensores—. Tengo a Pauline afuera.
Me miró con el ceño fruncido, advertí que respiraba con fuerza, asintió, el largo pelo castaño cubriendo parte de su cara rasguñada.
— Volvé con ella y vayan a la camioneta. Ya mismo.
Le di la espalda y salí corriendo como si me siguiera el diablo. No quería estar ni un segundo más ahí. No quería volver a verlos trabajar. No, si tenía intenciones de agradecerles sinceramente su ayuda. Lo escuché subir a un ascensor, el zumbido de la cabina al ponerse en movimiento. Me detuve antes de cruzar el otro corredor hasta la puerta. Ahora los ruidos desde la escalera sonaban más cercanos. Al espiar vi dos sombras proyectándose en el piso frente a la ventana, y un segundo más tarde un hombre que bajaba de espaldas, el brazo derecho tendido hacia delante aún cuando tropezaba. Disparó retrocediendo hacia donde yo staba, contemplando la escena, ahogada de horror cuando Run saltó hacia él con un cuchillo idéntico al de Slash en alto y le abrió el torso, un golpe descendente de fuerza arrolladora que salpicó de sangre la pared hacia la que su hoja dibujó su curva. El tipo se mantuvo en pie todavía uno o dos segundos, después se desmoronó con una queja tardía, cayendo boca abajo a los pies de Run, que lo miró un instante antes de darle la espalda para volver a la escalera. Al mismo tiempo sacó un cargador nuevo para su arma y lo introdujo en la culata de su pistola. Agradecí que no hubiera advertido mi presencia, y me disponía a cruzar el corredor apenas él hubiera subido dos escalones cuando vi que el hombre movía la mano que aún aferraba el arma, y alzaba la cabeza ahogando un gemido. Llamé a Run con un grito.
 
*   *   *
 
Nunca voy a saber ni me voy a poder explicar qué pasó realmente entonces, ni por qué: no guardo memoria consciente de los segundos siguientes. Como si una luz blanca me hubiera encandilado, borrando toda imagen. Pero cuando volví a ser consciente de lo que me rodeaba, estaba de pie junto al tipo y Run frente a mí con el brazo extendido y la pistola apuntando a mi pecho, respirando agitado; me miraba con fijeza a los ojos, y en los de él parecía brillar un eco de sorpresa. Entonces reparé en que tenía los brazos en alto, y que mis manos se apretaban en torno a lo que parecía un caño frío, metálico. Alcé la vista bajando los brazos, y vi incrédula mis propias manos empuñando un cenicero de pie por su base, advirtiendo con horror la abolladura del plato y la sangre que bañaba el metal. Miré espantada a Run primero, después la cabeza del hombre, hallando la marca de un golpe brutal en la nuca. Volví a enfrentar a Run, que había bajado su arma y me observaba con atención reconcentrada, dejé caer el cenicero y salí corriendo hacia la calle tratando de no gritar mientras lloraba. No paré hasta llegar junto a Pauline, que interpretó mal mis lágrimas y mis sollozos cuando me agaché a su lado.
— ¡Silvie! —gritó, e hizo ademán de levantarse.
Le aferré un brazo sacudiendo la cabeza. —Ya la fueron a buscar. Esperemos acá —le dije, obligándola a volver a agacharse, mi voz un graznido ronco.
Me miraba sin comprender, me hizo levantar la cabeza pero me aparté de ella y caminé a gatas hasta el otro borde del contenedor. Todo me daba vueltas y sentía las arcadas cada vez más fuertes contrayendo mi estómago, trepando por mi garganta con el agrio calor del vómito. Me apoyé en el contenedor de espaldas a Pauline y dejé que mi organismo tratara de purgar de esa forma la violencia y el horror que incendiaban el pecho y las vísceras.
Cuando las arcadas se calmaron me dejé caer sentada, la espalda contra el contenedor, y prendí un cigarrillo con los ojos cerrados. Pero lo único que veía eran mis manos con el cenicero ensangrentado, la cabeza destrozada del hombre, el fuego frío en los ojos de Run después de haberme visto matar... Miré hacia arriba con un suspiro entrecortado, todavía jadeante. Las sombras de varios edificios se alzaban negras hacia un cielo sin luna ni estrellas, ciego, indiferente. Sombras negras en la noche, fugaces y violentas, mortales. Volví a ver a Slash en la recepción, detrás de ese otro hombre que se debatía. Cerré los ojos tratando en vano de no seguir llorando, el resabio ácido contrayendo de nuevo mi garganta. No soy más que otra sombra de esta noche.
— ¡Cecile!
Me asomé por el costado del contenedor y vi a Boss que se acercaba rengueando un poco, le hice señas para que me viera. Un momento después estaba conmigo. Se agachó a mi lado y me puso una mano en el hombro, ejerciendo una presión cálida y firme, esperando en silencio que lo enfrentara. Encontré su sonrisa amable, comprensiva. Sacudí la cabeza.
— Mi amiga... —dije, casi sin voz.
— Slash y Trash están con ella, Run iba de refuerzo al tercer piso. Salen en cualquier momento.
Entonces miré hacia el poste, donde Pauline seguía hecha un ovillo, apenas visible desde mi posición. Boss entendió y fue hacia ella. Pauline se asustó al verlo, pero nadie que lo vea sonreír puede seguir asustado mucho tiempo. Boss le habló en voz baja, me pareció que Pauline se tranquilizaba, los vi volverse hacia el edificio y oí voces desde la puerta. Me estaba parando cuando el suelo tembló y la calle se iluminó como en pleno día con un estruendo ensordecedor. Sólo atiné a encogerme al sentir que caían cosas desde el aire y me tapé la cabeza con los brazos.
Escuché un grito terrible de desesperación: era Pauline. Me animé a levantar la cabeza y la vi iluminada por el fuego que asomaba por el corredor de la puerta lateral... La vi pararse y correr tambaleante hacia el edificio. No pude ni siquiera gritarle que se detuviera. La vi desaparecer en el humo que salí del pasillo. Vi una una sombra correr tras ella. Esquivé a los tropezones el contenedor y traté de seguirla, pero otra sombra me cortó el paso y un abrigo oscuro se abrió para cubrirme la cabeza, al tiempo que una lluvia de vidrios empezaba a caer al estallar las ventanas de los pisos superiores. Me apreté contra ese cuerpo, me dejé guiar a ciegas.
 
*   *   *
 
Nos alejamos varios pasos y el brazo que me cubría se retiró. Me erguí aturdida para encontrar los ojos verdes que seguían mirándome con fijeza, como si no hubieran dejado de seguirme desde ese horrible momento en el corredor. Aparté la vista hacia el edificio. Tres siluetas se acercaban desde la puerta lateral. Slash caminaba apoyándose en Trash, Boss cargaba un cuerpo en sus brazos. Sentí que mis piernas flaqueaban, pero dos manos firmes me sujetaron los brazos, sosteniéndome. Slash dijo algo antes de llegar hasta nosotros. Run me obligó a firar y enfrentarlo mientras los otros tres pasaban a mis espaldas hacia la camioneta. Quise voltear la cabeza pero él me sacudió, impidiéndome ver el cuerpo que Boss llevaba.
— ¡Mirame! —su voz restalló como un latigazo y le obedecí involuntariamente. Su expresión se hizo menos dura—. Tu amiga está viva pero se quemó antes de que Boss pudiera sacarla, ahora la van a llevar al hospital y mañana vas a poder verla.
Me costaba comprender lo que me decía, como si en el shock me hubiera olvidado cuanto sabía de su idioma. Lo repitió con lentitud, permitiéndome asimilar las palabras una por una.
— Pero... —balbuceé—. Silvie...
Meneó la cabeza. — Bajábamos con ella cuando nos atacaron. Slash trató de cubrirla pero lo hirieron en una pierna. La mataron antes de que pudiéramos abrirnos paso.
Bajé la vista turbada. Silvie muerta. Pauline con quemaduras tal vez graves. Slash herido... me sentí más segura de mis piernas y me aparté de él, liberándome de las manos que sujetaban mis brazos como grilletes. Saqué un cigarrillo con movimientos mecánicos, sin detenerme a considerar que edificio en llamas, escapes de gas, etc.
— Al pedo —murmuré buscando el encendedor, no podía pensar otra cosa—. Todo esto al pedo... —prendí el cigarrillo, di dos pasos, los retrocedí siempre mirando el suelo—. ¡Mataron a Silvie! —me agarré la cabeza con las dos manos tratando de contener el llanto—. Y todos esos muertos... Y Pauline en el hospital... y Slash...
Me interrumpí al sentir un olor raro, me miré espantada las manos, viendo por primera vez las manchas de sangre, ahora secas y pegoteadas de barro. Todo dio varias vueltas vertiginosas a mi alrededor, hasta que otras manos sujetaron las mías, oscuras, fuertes, un ancla que devolvió las cosas que me rodeaban a su lugar. Lo miré con los ojos muy abiertos, aturdida. Ahora las manos de Run parecían ser lo único capaz de sostenerme y mantenerme contectada a la realidad.
— Pero esos hijos de puta no van a hacer más negocios. Y todas las demás chicas que tenían acá salieron vivas y bien, Boss llamó a la policía para que las levante —agregó, y creo recordar que su locuacidad me sorprendió—. Lamento que la única que no pudimos salvar haya sido tu amiga. Sobre todo después de lo que hiciste por mí hoy.
Mis dedos se cerraron solos para estrechar sus manos enguantadas. Podía adivinar en sus ojos la furia que aún lo agitaba, la impotencia, la culpa. Fruncí el ceño meneando la cabeza.
— Run, yo no...
Asintió muy serio, mirándome con intensidad. — Sí, vos sí, y nosotros no pudimos... yo no pude...
Le solté las manos y le eché los brazos en torno a la cintura, mi mejilla apretada contra su pecho. Retrocedí enseguida con un gesto de disculpa.
— Perdoná... —murmuré avergonzada, la vista baja.
Run me observaba como si se hubiera convertido en piedra, una incomprensión absoluta en la cara. Le di la espalda, prendí otro cigarrillo para reemplazar el que dejara caer, me apreté los párpados cerrados sintiendo que me ardían los ojos, respiré hondo tratando de calmarme.
— Vamos a casa —lo escuché decir, y me pasó por al lado con sus zancadas largas y firmes hacia la esquina cercana.
Se detuvo bajo el farol y se volvió hacia mí. Lo alcancé apresurada y seguimos caminando lado a lado por la calle desierta. Dos camiones de bomberos se acercaban por la calle de la entrada principal, sacudiendo al vecindario con sus sirenas. Detrás nuestro el edificio ardía, iluminando nuestro camino como una gigantesca hoguera. Proyectando delante nuestro nuestras propias sombras, largas y oscuras, cambiantes, hacia el fin de la noche.
 
*   *   *   *   *
 
Día 4
 
Se sentía bien. Se sentía tan bien... Todo era tal como lo hubiera imaginado, de haber tenido ocasión para hacerlo... Sus manos resbalando por mi espalda, sus labios en mi cuello, la caricia de su pelo largo y oscuro rozando mi piel, su pecho agitado contra el mío. Yo sólo podía cerrar los ojos, intentando en vano contener los suspiros que él me arrancaba con cada beso, aferrándome a esos brazos que me cercaban y me sostenían. Busqué a tientas su cara y la sujeté, alzándome para besarlo... Encontrando, en cambio, los fríos ojos verdes de Run... Me aparté de él como quien se aparta de una botella de ácido volcada, lo rechacé con horror, agitando frenética las manos ante mí para alejarlo. Y vi espantada los trazos rojizos que mis dedos dejaba en su pecho. Y al mirar mis manos vi la sangre que las cubría, sangre fresca que goteaba entre mis dedos y sobre mi cuerpo.
 
Me senté de un salto en la cama, advirtiendo que tenía ambas manos apretadas contra la boca. Las aparté de mi cara con un escalofrío y las expuse a la escasa luz que llegaba del jardín posterior, comprobé aliviada que no había rastros de sangre en ellas. Creí escuchar dos sonidos breves, apenas audibles, desde el corredor, miré a mi alrededor desorientada. El corazón me latía desbocado y me costaba respirar, pero por suerte mi mente recuperó un mínimo de coherencia. Estaba en el dormitorio de Run. Yo me había negado a seguir ocupando el de Slash, que necesitaba una cama cómoda como la suya para descansar su pierna herida. Pero Run, a su vez, se había negado a que yo durmiera en el sillón del estar, disponiendo que esa noche usara su propio cuarto.
Pero la escasa lógica que recuperara para reconocer el lugar se esfumó cuando la última imagen de mi sueño volvió a dibujarse con claridad en mi cabeza. Me cubrí la cara con las manos ahogando un gemido, las lágrimas quemándome los ojos, la garganta dolorosamente cerrada. Me hice un ovillo, meciéndome atrás y adelante mientras luchaba por acallar el ruido de mi llanto, que parecía despertar ecos en todos los rincones de esa habitación tan fría y oscura.
 
— Tranquila, ya pasó.
El mero sonido de esa voz me hizo temblar. Sentir la breve presión de esa mano en mi hombro me hizo saltar a un costado, intentando por cualquier medio apartarme y evitando al mismo tiempo mirarlo. La mano se retiró de inmediato. Me tomó varios segundos levantar la cabeza y enfrentarlo, una figura oscura en la penumbra de la habitación, quieta y erguida a mi lado. La misma maldita sombra que, ahora lo sabía, poblaría mis sueñor por un buen tiempo desde esa noche. Hallé sus ojos por intuición y lo miré furiosa.
— ¿Qué hacés acá?
Las palabras silbaron entre mis dientes apretados. Desde que lo conociera en se callejón tres noches atrás, Run había estado siempre ahí acechando, observando, escuchando, disponiéndolo todo según mejor le pareciera. Aún me costaba respirar bien, pero ya no por mi llanto. Un calor desconocido me ganaba el pecho, colmándome de rabia y rechazo. Pero Run no se dio por aludido. Por supuesto que no lo iba a hacer. Me miró un momento más y se sentó en el borde de la cama sin la menor vacilación.
— Te escuché quejarte. Llamé a la puerta y no contestabas. Entonces te oí llorar, así que entré.
Hablaba como si nada, ignorando la furia y el rechazo que yo sabía evidentes en mi cara.
— Estoy bien.
— ¿Segura?
Me incliné hacia él sintiendo unas ganas locas de darle al menos una cachetada. La última persona que quería tener cerca en ese momento era él. Porque era capaz de despertar en mí una violencia que yo jamás había siquiera imaginado que existiera en mi interior. Y lo que estaba sintiendo ahora era la mejor prueba.
— Estoy bien. Quiero estar sola.
Volvió la cabeza para mirarme de frente y pude ver que su expresión recuperaba su fría impasibilidad de siempre. Pero no se movió. Hubiera querido gritarle a todo pulmón.
— Quiero estar sola —repetí en un siseo furioso.
— Eso es exactamente lo que menos querés.
No pude contenerme. Olvidándome por completo que sólo llevaba puesta la camisa del mi pijama, me arrodillé en la cama y hundí los puños en las mantas para inclinarme más hacia él.
— Dejá de de meterte en mi vida —empujé su hombro con un dedo acusador—. Y andate.
Su mano detuvo la mía en el aire cuando estaba por volver a tocarlo, cerrándose sólo con la fuerza necesaria para inmovilizarlo. Su fría serenidad demolió cualquier vestigio de autocontrol que pudiera quedarme. Me liberé de un tirón y descargué un puño contra su pecho.
— ¡Andate! —hubiera querido gritar, pero la violencia de mis emociones ahogaba la voz en mi garganta—. ¿No tuviste suficiente ya? ¿No te alcanza con que haya matado a ese tipo? ¡Con que me haya convertido en una asesina por vos, por tu culpa!
Ahora golpeaba su pecho con las dos manos, erguida sobre mis rodillas, su cara borroneada por las lágrimas. Pero la penumbra oscurecía su pelo trigueño con una sombra rojiza. Y el color se extendió por todos lados, viscoso y húmedo, cegándome. Sacudí la cabeza tratando desesperada de apartar la sangre de mis ojos. Run me había sujetado ambas muñecas, conteniéndome. Volví a verlo a la luz del fuego,  también sujetando mis manos y sosteniéndome. La misma maldita expresión imperturbable, la misma maldita comprensión ante mis reacciones. Forcejeé para liberarme de él. Su piel me quemaba ahí donde tocaba la mía. Perdí mi precario equilibrio y caí hacia atrás, tan repentinamente que lo arrastré conmigo.
 
Lo siguiente fue sentir un peso sobre mi pecho y mi abdomen y una respiración un poco agitada sobre mi cara. Y al abrir los ojos encontré los de Run mucho más cerca de lo que esperaba. Estaba de espaldas sobre la cama, una mano a cada lado de la cabeza y ambas todavía sujetas por las de Run, que había caído sobre mí. Pero eso no era todo: había caído con las piernas separadas, y entre ellas estaba ahora el resto del cuerpo de Run que no quedara directamente encima mío. La impresión me mantuvo pegada a la cama, pero fue cuestión de segundos.
— Salí. De. Acá —separé las palabras para acentuar su significado.
Run se alzó instantáneamente apoyándose en sus manos, permitiéndome volver a llenar los pulmones. Me miró con fijeza a los ojos pero su expresión no era ninguna que yo le conociera. Entonces volvió a apoyarse sobre mí y aplastó su boca contra la mía. Esta vez la sorpresa realmente me paralizó. Sus labios se separaron sobre los míos, y apenas fui consciente de que estaba respondiendo a su beso, ofeciéndole mi boca entreabierta. Sus manos se aflojaron en torno a mis muñecas y pude enredar mis dedos en su pelo... Hasta que la situación me alcanzó en todo su significado. Ese cuerpo sobre el mío cuya respuesta podía empezar a percibir, esa boca conta la mía, la respiración agitada, el calor, todo eso que yo estaba aceptando, a lo que mi propio cuerpo empezaba a responder... era Run.
Abrí los ojos desorbitados y aparté mis manos de su cabeza. Él se detuvo de inmediato. Sus labios se cerraron con suavidad sobre los míos, apartándose. Me estremecí de pies a cabeza al volver a enfrentar su mirada. Aunque ya no nos besábamos, nuestros cuerpos seguían en estrecho contacto. Y lo peor era que ese contacto era bastante más que agradable. A no ser por la ropa, se sentía exactamente como el sueño que acaba de tener y... Reprimí un gemido de desesperación.
Run había apoyado los codos a ambos lados de mi cabeza para sostenerse y me observaba en silencio, manteniendo su agitación controlada, seguramente leyendo mi cara las sensaciones tan contradictorias que me golpeaban una tras otra sin pausa. Y yo sólo podía mirarlo a él, incapaz de apartarme de esos ojos de hielo. No. De hielo no. Yo había visto el fuego en ellos. Un fuego que había hallado eco en mí. Algo en cierto sentido similar a lo que ahora brillaba en su mirada.
La comprensión me golpeó como un rayo. Por supuesto que era él. Resultaba penosamente obvio, pero hasta ese momento no fui plenamente consciente. Run leyendo mi poesía. Run ceñudo ante el capullo blanco. Run negándose a que los acompañara... Run y yo frente a frente en ese corredor blanco y un cadáver ensangrentado entre nosotros. Run cubriéndome y sosteniéndome a la luz del edificio en llamas. Run evitando que la violencia y el horror de esa noche me arrastraran en su marejada. Run en mis sueños. Visiones de placer que mi culpa y mi negación convertían en visiones de sangre. Volví a estremecerme ahogando otro gemido.
 
Él no se había movido, no había emitido el menor sonido. Parecía esperar que el tumulto en mi interior se definiera en un sentido o en otro, pero que se definiera. Ahora su cabeza descendió y sus labios acariciaron los míos como un soplo, brevemente, al mismo tiempo que su cuerpo se alzaba lo suficiente para dejar de presionar el mío. Sentí el frío mientras retrocedía y le sujeté la cara. No quería que se alejara. Ya no. Se detuvo con un brillo extraño en los ojos, me observó un momento.
— ¿Estás segura de que querés que me quede?
Asentí buscando su boca, atrayéndolo de nuevo sobre mí.
— Mientras no lo estés haciendo por lástima...
— ¿Lástima? —había una inflexión divertida en su voz—. ¿Tan pobre es tu concepto de mí?
No lo dejé terminar. Sus labios eran increíblemente suaves y tiernos. Run deslizó un brazo bajo mi espalda mientras sus caderas se movían contra las mías suavemente. Su boca resbaló hacia mi cuello, eché la cabeza hacia atrás con un suspiro tembloroso.
¿Cómo no lo había visto antes? Me aferraba tontamente a esos ojos almendrados de sonrisa adorable, una excusa torpe de distracción en medio de aquella crisis inesperada e incomprensible. Mientras todo adentro mío se estremecía ante la sola idea de Run mirándome o dirigiéndome la palabra. Un oscuro capullo abriéndose en la noche. La odiosa sombra del dolor y la muerte estableciendo un frágil punto de unión... una conexión nada placentera. La muerte, vieja conocida, disfrazada de un chico excéntrico de mi edad. Descubrir tu lado oscuro al verlo hecho carne en un desconocido. Entender un silencio tan difícil de sostener...
— Si alguien más cree que estás teniendo pesadillas...
— Va a ser culpa tuya...
Me erguí y lo empujé a un costado, tendiéndolo de espaldas sobre la cama. Sonrió de costado mientras yo me arrodillaba a su lado y empezaba a desabrocharle la camisa. Me costaba apartar la vista de sus ojos, iluminados por un rayo oblicuo que llegaba a través de su ventana. Le acaricié el pecho con una mano, la otra entendiéndose con los últimos botones. Me sujetó la cara con suavidad, los dedos enredándose en mi pelo. Me estiré junto a él explorando con mis manos su pecho y su abdomen, sin detenerme hasta su cinturón. Besé su pecho mientras seguía desnudándolo. Run se apoyó en un codo y sus piernas mandaron los jeans y los boxer volando a algún rincón con dos sacudidas perentorias. Con un simple impulso me alzó hasta tenderme sobre él y me besó. Se deshizo de mi camisa sin esfuerzo, me estrechó contra su pecho, sus ojos fijos en los míos.
— Podría estar horas así... —murmuró—. Simplemente mirándote y sintiendo tu cuerpo con el mío...
Sus palabras me sorpendieron tanto que me quedé mirándolo boquiabierta. Volvió a sonreír, toda su cara iluminada por ese gesto.
— ¿Tan increíble te resulta?
Moví la boca sin que ningún sonido coherente brotara de ella, fruncí el ceño. ¿Cómo explicarle lo que estaba sintiendo? La flor oscura buscando desesperada un rayo de luz que la convirtiera en algo más que una sombra de dolor y muerte. Su cuerpo, su voz, sus ojos ofreciéndome inesperadamente una esperanza.
— ¿Por qué entraste?
Run no se mostró sorprendido por mi pregunta.
— Me pareció que necesitabas compañía, y considerando que los demás están en su quinto sueño... Pensé que tal vez aceptarías que yo te acompañara un rato.
Sacudí la cabeza. — Es que... yo... vos... Jamás imaginé que...
— Yo tampoco. No fue por eso que entré, si era lo que querías saber.
Me acarició con dulzura la cara, apoyando un dedo sobre mis labios para acallarme.
— No trates de entenderlo —mientras hablaba deslizó lentamente mi ropa interior hacia abajo, enviándola a buscar a sus jeans en el rincón—. La muerte no tiene por qué ser lo único que nos acerque...
Alzó un poco las caderas, sus brazos volvían a estrecharme. Hubiera querido que el mundo dejara de girar y que los últimos vestigios de la noche no se fueran nunca. Sus labios se agitaron junto a los míos. Abrí los ojos para encontrar el fuego en los de él. Ese fuego que, ahora lo sabía, también ardía dentro mío, para bien o para mal.
 
No podría decir cuánto duro aquello en términos de relojes. Para mí esa noche fue una vida paralela dentro de mi vida y es imposible aplicarle ninguna convención. Hacer el amor con Run fue lo más inverosímil que hubiera podido ocurrir antes de su fin... también lo más hermoso, y lo único que más tarde le confirió algún viso derealidad en medio detanta confusión. Sólo después me percaté de que el cielo nocturno parecía haberse derretido al otro lado dela ventana, fundiéndose con los colores incipientes del amanecer que llegaban desde el río. Pero mientras tanto, no podía ser consciente de otra cosa que no fuera él. Él adentro, él afuera, sus brazos conteniéndome, sus caderas cercándome, sus suaves gemidos, esos ojos terribles y espléndidos cerrándose lentamente conforme me arrastraba con él. Y me perdí en algún lugar donde lo único que podía hacer era entregarme por completo a él entre temblores y suspiros, besando cualquier parte de él que cayera al alcance de mi boca. Hasta que su boca volvió a cubrir la mía, sudoroso y agitado como yo, incapaz de esperar más. Ahogué contra su cuello mi último gemido recibiendo en mi vientre todo su calor. Lo sentí estremecerse, todo él muy adentro mío, abrazándome con fuerza.
Permanecimos inmóviles varios minutos, estrechamente abrazados, las piernas enlazadas, simplemente recuperando el aliento. Run se dejó caer de espaldas en la cama a mi lado, un brazo bajo mi cuello, me apreté contra su cuerpo abrazando su pecho. Dejó oír un fuerte suspiro. Yo sólo podía permanecer pegada a él, incapaz de hablar o moverme, aún deseando que todo aquello no terminara jamás, que la mañana no terminara de llegar nunca. Sus dedos revolvieron cansadamente mi pelo. Alcé la cabeza y apoyé el mentón en su pecho para mirarlo; sus ojos se habían desviado hacia la ventana, donde el cielo era cada vez más claro. Fue entonces que vi el capullo de rosa roja sobre la mesa de luz. Me estiré para agarrarlo y torné a mirar a Run desconcertada. Me enfrentó sonriendo de costado, me instó a acercarme para besar brevemente mis labios, me acarició una mejilla. La dulzura en su expresión me hizo estremecer.
— Te la dejé ahí antes de que te acostaras, mientras te duchabas... Para levantarte el ánimo... Es mi flor favorita... —su voz era una caricia cálida como su piel.
Me llevé el capullo a los labios cerrando los ojos, aspirando el delicado perfume de los pétalos apenas abiertos. Sentí su mano apartando el pelo de mi cara, me estremecí de nuevo sin abrir los ojos y volví a hacerme un ovillo contra su costado. Él me estrechó en silencio mientras el agotamiento iba ganando cada músculo de mi cuerpo. Sentí frío. Run se dio cuenta y levantó sábana y mantas caídas sin soltarme, tapándonos a ambos.
— Necesitás dormir.
— No quiero que te vayas...
Me acercó más aún a su cuerpo besándome el pelo.
— No te preocupes. Vos te vas a ir antes que yo.
Hubiera deseado preguntarle qué había querido decir, pero me sentía tan bien entre sus brazos, sintiendo latir su corazón en mi oído. Me adormecí sin poderlo evitar. La mañana despertaba allá afuera, trepando hasta la ventana para saludarnos.
 
*   *   *
 
Cuando terminé el cigarrillo, volví a la pieza donde Pauline dormía. Afuera llovía., un frágil velo gris que temblaba al otro lado de los vidrios empañados. Caminé hasta la ventana ahogando un suspiro, evitando volver a mirar los vendajes en la cara y los brazos de mi amiga. Como si precisara más cicatrices de lo que vivió, pensé con rabia.
— ¿Qué te pasa?
La voz de Pauline rompió el pesado silencio de la habitación, débil, pastosa. Me volví hacia ella forzando una sonrisa y sacudí la cabeza. Al girar mis ojos se detuvieron un instante en mi valija y mi mochila, que acomodara en un rincón.
— Por lo que me dijo el doctor, en dos días te dan el alta...
Ella hizo una mueca que expresaba perfectamente lo que pensaba al respecto. Cerró los ojos de nuevo. Los sedantes seguían haciendo efecto. Me senté a su lado con la vista perdida en la ciudad borroneada tras la lluvia. Pensé en Run y en los demás. “Vos te vas a ir antes que yo”... Había tenido razón. Me había despertado antes que él, los otros seguían en sus cuartos, durmiendo también después de semejante noche. Me había deslizado en la pieza de Slash a recuperar mis cosas, me había ido sin ruido, como un ladrón, sin despedirme, sin darles las gracias. A pesar de que no me cabían dudas que Pauline y yo seguíamos vivas gracias a ellos. Simplemente me había ido.
— ¿Qué fue lo que no me contaste...?
Hablaba con los ojos cerrados. Me permití suspirar. Todo lo que había pasado se cernía sobre mi cabeza como una sombra difícil de soslayar, más diíficl aún de enfrentar. Sentí por un momento la forma del capullo de rosa que tenía guardado en el bolsillo de mi camisa. Pauline movió apenas una mano, tendiéndomela. La tomé y la estreché sin lograr sonreír. Sabe que me estoy callando algo. Pero no podía contarle todo lo que había pasado la noche anterior. No de momento al menos. Tal vez algún día encontrara el valor de sacarlo a la luz y excorcisarlo poniéndolo en palabras. Tal vez nunca me atreviera a hacerlo. Y mientras tanto, también Run quedaría preso de mi secreto. Sólo una rosa encontrada en la noche. Abriéndose junto a mi pecho.